Llegamos a la séptima entrega de una serie de diez artículos sobre el Apocalipsis Zombi de la Vida Real. En el improbable caso de que alguien siga leyendo a este humilde cazador de zombis, extendemos nuestro agradecimiento. En esta ocasión, abundaremos sobre el agente infeccioso que provocó el apocalipsis zombi.
Desde el comienzo propusimos al selecto grupo de lectores una clave para entender de qué va la invasión zombi que acabó con la civilización tal como la conocíamos. Escribimos que al igual que sus contrapartes de la ficción, los zombis de la vida real fueron infectados por un agente patógeno que los convirtió en eso, en zombis. Sin embargo, en vez de ser infectados por un virus, como en la mayoría de las películas de zombis; por un hongo, como en la popular serie “Last of Us”; o afectados por un hechizo vudú, como los zombis clásicos del inicio del siglo pasado, los zombis del siglo XXI fueron infectados por ideas zombi que les devoraron el cerebro y los traen de un lado para otro infectando a otros. ¿Qué son las ideas zombi? Allá vamos.
Una de las principales características del pensamiento es su vitalidad. El pensamiento se manifiesta en forma de ideas vivas, que nacen, crecen, se reproducen, se mueven, y que a veces, también mueren. Pero mientras viven son como los peces. Las ideas son inasibles, inquietas, rápidas; nadan, van de un lado a otro y fluyen con la corriente o hasta en contra de ella. Cuando están vivas, las ideas se piensan todo el tiempo, se desafían, se examinan y, si sobreviven a las duras pruebas del pensamiento, se hacen más fuertes y se reproducen.
Pero hay ideas que no logran superar la presión a la que son sometidas cuando se piensan constantemente, no sobreviven a la crítica, no son capaces de demostrar su correspondencia con la realidad y mueren. O así debe ser. Las ideas que no pasan la prueba del pensamiento, deben dejar de pensarse. Podemos recordarlas cariñosamente y guardarlas en un precioso baúl o álbum fotográfico, revisitarlas de vez en cuando, pero superarlas.
Las ideas zombi rompen esta regla. Son ideas muertas que se resisten a descansar en paz: se han levantado de su lecho de muerte y siguen adelante, chocando contra las paredes, en evidente estado de descomposición.
¿Está usted familiarizado, estimado lector, con la noción de “producto milagro”? Espero que sí. De todos modos, aquí va un sencillo recordatorio. Los productos milagros se ofrecen al apreciable público como soluciones para las más diversas dolencias, desde el insomnio hasta el mal de ojo, la urticaria y los corazones rotos. Estos imaginativos productos se venden como la panacea para aliviar todos los males que nos aquejan. Existen muchos: la baba de caracol, el agua imantada o alcalina, el “líquido de las rodillas” (que por su propia cuenta ha sido el origen de alguna teoría de la conspiración), los cuarzos y hasta el vick vaporub (es debatible) constituyen algunos ejemplos de productos milagro.
Pues bien: las ideas zombi son eso, productos milagro en el plano del pensamiento. Plantean soluciones definitivas, explicaciones fáciles para los más graves problemas: desde la desigualdad hasta la violencia, pasando por el desempleo, la mala calidad en la educación, la migración, el autoritarismo, y un largo etcétera. Todos los problemas que aquejan a nuestra sociedad son tan complejos que no admiten una sola causa. Son todos ellos, dirían los expertos, multifactoriales. Las ideas zombi son atractivas porque son salidas fáciles, se presentan como explicaciones simplistas que todo el mundo puede comprender y que, usualmente, señalan con claridad a uno o varios culpables de todos los problemas. Son ideas que, por categóricas, no se piensan más, pues no admiten crítica, examen o contraargumento alguno. Ofrecen soluciones definitivas a todos los problemas a cambio de un sencillo requisito: la creencia incondicional, ciega y acrítica. No pasan la prueba del pensamiento y por eso, cuando se les cuestiona, reaccionan: insultan, muerden, arañan, persiguen.
La ideología es un ejemplo bien conocido de ideas zombi. Aventuremos una analogía: la ideología es a las ideas lo que la astrología es a la ciencia (¡y lo que los zombis son a los vivos!). Dice Giovanni Sartori que la ideología “obsequia certezas artificiales”, “habitúa a la gente a no pensar”, la predispone a la violencia porque es una “máquina de guerra concebida para agredir y silenciar el pensamiento ajeno”. La ideología “no requiere pruebas ni presupone una demostración”, “concede certeza absoluta”. “Las ideologías ya están muertas, son pensamientos que se presentan como acabados, que ya no admiten más pensamientos, son pensamientos muertos que ya no piensan, sino que repiten obsesivamente eslóganes, consignas, injurias”.
Hay que desconfiar de las ideologías, como desconfiamos de los productos milagro, porque se presentan como monolitos, grandes bloques de proposiciones que van todas en conjunto, que no admiten crítica, son indivisibles, moldes prefabricados que pretenden contener la realidad completa y que, a fuerza de no conseguirlo, terminan por deformarla. Aconsejamos aquí, amigos cazadores, la frase atribuida a Michael D. Resnick, que dice así: “en el mercado de las ideas, no compres al mayoreo, elige una por una”.
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Seguimos avanzando, un zombi a la vez.