Hay una sed de reconocimiento, una sed que crece día a día, por haber hecho esto, por haber hecho aquello. Hemos asumido acríticamente el paradigma del feedback inmediato tras subir una foto o una frase en redes sociales (emojis de aplausos, corazones y dedos pulgares en alto), con la conducta que esperamos que tengan los demás en cada cosa que hacemos en lo laboral y en lo profesional. Me explico un poco más y disculpen el tono chocante.
Hacer bien -o incluso muy bien- mi trabajo no es una gracia mía: es mi deber. El trabajo bien hecho no es un extra, no es un plus, no es algo por lo cual deban tenderme la alfombra roja de los aplausos en la junta de directores. Hacer bien -incluso muy bien- mi trabajo, no debe ir aparejado del “deber” de los demás de reconocerlo. El trabajo bien hecho es lo mínimo que debo hacer, es el cumplimiento de un contrato, el cumplimiento de mi palabra empeñada. Sí.
Pero si yo albergo la expectativa de que, tras hacer mi trabajo bien, mi jefe y mis colegas inmediatamente me lo reconozcan por email, Whatsapp e Instagram, estoy mal yo. La paga a la que se comprometió la Universidad no implicaba el incienso y la foto conmemorativa en un cuadro de honor. Pero si yo creo que sí implicaba tal paga, entonces la exigiré, la aguardaré, la reclamaré cuando no se dé en tiempo y forma (de acuerdo con mi expectativa). Por cierto, nunca nadie nos llena la vasija de la vanidad.
Algún lector, hasta este punto me dirá: ¿entonces pretendes que nos tratemos con desdén e indiferencia? Obviamente no. Es de bien nacidos ser agradecidos. Si mis colegas de trabajo y los que trabajan conmigo hacen bien las cosas, generalmente se da la ocasión de agradecerlo. Lo que en esta columna quiero hacer notar es la excesiva “sed” de reconocimiento que hoy hay. Ya esta sed no es sana. Además, no está teniendo “llenadera”. Quien no esté con el fuelle del reconocimiento, un día será juzgado como desconsiderado, desmotivante o indiferente.
Volvamos a la sana y humilde obra bien hecha, muy bien hecha, la que se hace sin esperar porras, que se hace sin buscar salir en la foto. Si hay porras y fotos, bien; pero no las esperemos. Que nos distinga la calidad en todo cuanto hacemos, la calidad como forma ordinaria de trabajo. Una clase excelente, un artículo excelente, un servicio y una atención excelentes. Que la motivación sea intrínseca: hago esto tan bien porque el otro (en su dignidad y valía) no merece menos. Que la motivación no sea extrínseca (saciar mi ego), pues nunca nada de lo que me den, será suficiente.