Autoridad política y realeza de Cristo
14/12/2023
Autor: Pr. José Gabriel Meneses Arce
Cargo: Capellán

El Concilio Vaticano II nos enseña que: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (LG 22). El Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, ha querido encarnarse, para que haciéndose visible, nos explicara por medio de signos visibles, el misterio del ser humano; es por eso que viendo a Cristo y reflexionando en los signos propios de su misterio, encontraremos sentido a nuestra vida y el camino seguro para alcanzar nuestro fin último.

Los cristianos podemos encontrar una respuesta vocacional, tanto personal como comunitaria, en las distintas manifestaciones del misterio de Cristo. Contemplando a Cristo pobre, lo atendemos en los necesitados; contemplando a Cristo maestro, es que enseñamos; contemplando a Cristo que sana, lo vemos en los enfermos que curamos. A lo largo de la historia, nuestra comunidad universitaria, ha encontrado su identidad, en la contemplación del misterio de Cristo Rey, y son los signos de su realeza los que guían nuestras acciones para responder a las distintas realidades históricas, desde la misión que Dios nos ha encomendado.

Miremos un poco hacia atrás, y recordemos cómo estos signos han sido luz en las tinieblas que ha vivido nuestra comunidad. Fue durante la pandemia, que reconocimos la realeza de Cristo en la cruz, un Rey coronado de espinas y clavado en su trono, que sufre por nosotros y sufre con nosotros, esta manifestación de su realeza nos movía a entregar la vida con amor por el bien de nuestros hermanos, sabiendo que, a ejemplo suyo, la entrega de la vida es esperanza en la salvación.

Después de un tiempo de encierro, gradualmente nos fuimos encontrando de manera presencial, para darnos cuenta de que teníamos que trabajar por reconstruir una sociedad herida y fragmentada. Es en estos momentos donde reflexionamos en Cristo como Rey que sirve profundamente con amor, que lava los pies a sus discípulos para darnos ejemplo e invitarnos a hacer lo mismo, enseñándonos que aquel que quiera reinar con él, debe ser el servidor de los hermanos. Cristo como ejemplo de servicio, nos llama a reconstruir la sociedad viviendo la espiritualidad de Cristo Rey, esto es: servir con amor hasta entregar la vida (Cfr. Jn 13, 1-17).

La nueva convivencia puso de manifiesto las heridas que la pandemia había generado en muchos miembros de la comunidad, lo cual nos movió a buscar distintas maneras de ayudar a sanar. Es en estos momentos donde reflexionamos en Cristo que nace; San Gregorio Magno, en su homilía ante la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, nos enseña que la realeza de Cristo se ve manifestada en el oro que le regalan los magos de oriente. Este Rey que nace nos enseña que Cristo, no solo vino al mundo a servir, sino que haciéndose pequeño y necesitado, también se dejó ayudar por la humanidad, pues al dejarse ayudar en su debilidad, permite el amor para quienes lo ayudan. Es así que, al aceptarnos como necesitados, pero también llenos de dones, podemos dar y recibir ayuda; la conjunción de nuestras debilidades y dones, multiplican el amor en la comunidad.

El oro entregado a Cristo por parte de los magos manifiesta también que la humanidad quiere entregarle al Rey lo más valioso que tiene. Esto nos interpela como comunidad universitaria, pues cada año que ofrecemos a Dios nuestro trabajo en la solemnidad de Cristo Rey, queremos darle lo mejor de nosotros. Mirar a Cristo como Rey,

implica desarrollar mi trabajo de la mejor manera posible; es así que, la mediocridad, la flojera, el mínimo esfuerzo, no son compatibles con el ser cristiano; debemos ser conscientes como comunidad que, prepararme bien, trabajar con esfuerzo, hacer las cosas bien y a tiempo, es la forma de servir mejor; dar lo mejor de mí en mis labores, en gracia y ofrecido con amor, es el oro que entregamos día a día a nuestro Rey.

Este año hemos querido centrar nuestra reflexión en el pasaje del Evangelio de Juan: “Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»” (Jn 18, 37). Este pasaje nos enseña que, todo aquel que quiere seguir a Cristo como Rey, debe estar dispuesto a dar testimonio de la verdad ante la autoridad política.

Estamos por comenzar un año civil que será coyuntural en la vida de nuestro país, cualquiera de los escenarios políticos representa grandes cambios, lo que implica un gran reto para nuestra comunidad universitaria, y para enfrentarlo, debemos ser conscientes que contamos con la iluminación y la guía de la sabiduría divina en el Evangelio;

En primer lugar, como institución católica, adquirimos un compromiso profundo a “ser de la verdad”, lo que implica estar dispuestos a “escuchar su voz”, reconociendo en ella la fuente de la verdad plena. Es interesante el modo como lo dice Jesucristo, “ser de la verdad”, esto implica para nosotros, identificarnos con la verdad de Cristo, que su palabra sea guía en todos los ámbitos de nuestra vida; implica buscarla con sinceridad desde las distintas áreas del saber, incluyendo un diálogo profundo entre ciencia y fe.

Otro signo profundo de la realeza de Cristo es: dar testimonio de la verdad; esto nos compromete profundamente como universidad e implica que, conociendo la verdad, debemos difundirla por los medios que tengamos a nuestro alcance y dar testimonio de ella con valor, incluso frente a las autoridades políticas, como lo hace el mismo Jesús, que se encuentra frente a un gobernante, que de inicio quiere actuar de forma correcta, pero al final termina cediendo ante la injusticia. Cristo habla ante Pilato con verdad y claridad, y el Señor nos llama a lo mismo, pues nuestras acciones u omisiones, pueden dar pie a muchas injusticias en la sociedad; es por eso que debemos dar un testimonio valiente de la verdad, que permita la construcción del Bien Común en la sociedad.

En este año electoral, busquemos que los recursos de nuestra Universidad se pongan al servicio de Dios y de la sociedad y que nuestras labores se encaminen al reinado de Cristo, en nuestros corazones, familias, comunidades y sociedad en general. Que el Señor nos de la fortaleza necesaria para cumplir con esta misión y nos aleje de toda tentación de corrupción. Hagámonos con sinceridad estas preguntas: ¿Qué vamos a ofrecer el próximo año como institución educativa a nuestro Rey?, ¿Cuáles serán los frutos de nuestro trabajo a lo largo de este año? y así, al presentarnos con la ofrenda ante nuestro Rey, con la conciencia tranquila y las manos cansadas, nos mire con amor y nos diga: “Bien siervo bueno y fiel; como fuiste fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho: comparte la felicidad de tu señor” (Mt 25, 21)