- Reseña de El Niño y la Garza
Rostros desdibujados, prisa y fragmentos incandescentes que caen del cielo… Una escena repleta de tensión y angustia, maravillosamente reflejada en el estilo caótico de la animación, es la apertura que brinda el director japonés Hayao Miyazaki a su último filme; El Niño y la Garza.
Mahito es un infante, que, al perder a su madre en un incendio, se muda con su padre, y nueva madrastra, al campo. En este nuevo sitio se encuentra con una Garza muy peculiar, que parece conocer el más profundo dolor en su corazón, mencionándole que puede salvar a su difunta madre. Tras estas palabras, y la desaparición de su reciente madrastra, Mahito decide ir en búsqueda de las dos mujeres. Es en ese momento cuando sucede el cruce del umbral hacia un mundo completamente fantástico y surreal, donde los vivos, los muertos, e inclusive los aún no nacidos comparten tiempo y espacio.
El mundo fantástico alcanza el absurdo de nuestra cercana y palpable realidad, donde, los personajes se encuentran constantemente en peligro y la ley del más fuerte se impone sobre todos. Para sobreponerse a ello, Mahito hace uso de su determinación, mientras, a su vez, se permite paulatinamente escuchar sus propias emociones. Todo esto, acompañado por las composiciones del muy admirado maestro Joe Hisaishi.
La película, a modo de despedida, hace homenaje a los previos filmes del director, esto no pasará desapercibido para los fans de estudio Ghibli, habiendo referencias a Nausicaa (1984), La princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2001), El castillo Vagabundo (2004), entre otras. Sin embargo, a aquellos que no se encuentren familiarizados con dichas producciones también podrá disfrutar del filme, pues, como en todos, es regido por uno de los más grandes intereses de Miyazaki; la importancia de las conexiones humanas.
Su título en japonés “Kimitachi wa Dō Ikiru ka”, al igual que la novela homónima en la que está basada, se traduce a una compleja pregunta: “¿Cómo vives?”, este es el cuestionamiento filosófico que nos plantea el realizador, retratando, a su vez, el duelo, el peso de los legados y la innegable necesidad de que cada quien debe poder decidir qué hacer con su propia vida.