La disyuntiva la planteó genialmente Agustín de Hipona. En su Sermón VIII se da a la tarea de hacer un comparativo entre los diez mandamientos y las diez plagas de Egipto. Nos interesa ahora el segundo mandamiento: “no tomarás el Nombre de Dios en vano”; la segunda plaga fue la invasión de ranas. La interpretación de san Agustín es la siguiente:
El Nombre de nuestro Señor Jesucristo es la Verdad, pues de sí mismo dijo: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6). Tomar algo en vano significa ensuciarlo, mancillarlo; por oposición, la verdad limpia y purifica. Para Agustín, hablar la verdad es comunicarse racionalmente, en cambio, parlotear vanidad es producir estruendo: la verdad habla, la vanidad produce ruido. Las personas sabias aman la verdad, dicen la verdad, no se apartan de la verdad… los vanidosos hablan de sí, simulan que entienden, articulan voces sin significado. “No tomar el Nombre de Dios en vano” significa vivir en la verdad; la plaga de las ranas es justo lo opuesto: croar, emitir sonidos ininteligibles, padecer hinchazón y vivir de apariencias, simular grandeza que pronto se desinfla y muestra la flaca realidad. San Agustín afirma: “el amor a la verdad es opuesto al amor a la vanidad” (“dilectio veritatis cui contraria est dilectio vanitatis”).
Ese “saber” de las ranas es del que se quejaba san Pablo: “el conocimiento hincha, el amor edifica” (1 Cor 8,1). Y ese saber batracio, que nos llena de ínfulas y de hinchazón, que es un amor de sí, que es una constante presumidera de títulos, de papers, de congresos, esa petulancia que a veces llega a la desvergüenza… nos deja vacíos y enjutos cuando todo pasa.
No estamos en esta Universidad para croar. No tenemos vocación de fuegos artificiales, de hacedores de ideas que se pierden en el mar de lo irrelevante y lo frívolo.
Las ranas son anfibios. Y los que aman la vanidad vaya que son anfibios: si accede al poder un partido, lo alaban y justifican, pero tan pronto asciende el partido opuesto, los columnistas-ranas dirigen su canto al nuevo poderoso. Si los peligros vienen por la tierra, las ranas van al agua; si en el agua está el peligro, saltan a la tierra. Así también es el académico vanidoso, puesto que lo importante es él mismo y su propia imagen, no importa si incurre en contradicciones, inconsistencias, huidas, abandono de ideales o traiciones, todo quedará bajo otros nombres: progreso, cambio de paradigmas, evolución, aventurarse a nuevos horizontes.
Hay una anécdota que se cuenta de las ranas: si se coloca una de ellas en agua caliente, la rana salta inmediatamente para salir; sin embargo, si se coloca la rana en agua fría y se calienta lentamente, la rana no se dará cuenta del aumento de la temperatura y podría permanecer en el agua hasta su muerte a causa de la ebullición. También la vanidad académica es raniforme. Poco a poco, imperceptiblemente, sucumbimos a los aplausos de los becarios; al aburrido juego de citar al colega que adquiere así el deber de citarlo a uno; a la complicidad de quien evalúa excelente -a colegas y a estudiantes- si y sólo si ellos lo evalúan de igual manera; al creativo y chapucero arte de desarmar un artículo previamente escrito y volverlo a armar con otra estructura para publicarlo de nuevo como si fuera fruto de horas de ardua investigación.
Aristófanes, el gran dramaturgo y comediógrafo griego, también escribió una comedia titulada “Las ranas”. En ella se cuenta que Dionisio quiere ir al inframundo para traer del reino de los muertos a Eurípides, ante la carestía de buenos poetas. Cuando va a cruzar el río Aqueronte, se oye el coro de las ranas croando, y tanto se repite su canto, que hasta el propio Dionisio se une a él. ¿Qué puede representar esta rara escena cómica? ¿Que hasta los dioses sucumben a la vanidad? ¿Que las melodías de fondo -esas notas culturales casi imperceptibles- las terminaremos cantando si no oponemos una resistencia consciente? ¿Que hasta en las riberas de la muerte nos acompañará la tentación de lo superfluo y la distracción de lo efímero?
Académicos de verdad o académicos ranas. Amar apasionadamente la verdad o amar apasionadamente la vanidad. A veces escuchamos decir que “vendrán tiempos de definiciones” donde tendremos que tomar postura inequívoca. A mí me gusta pensar que asistimos a ese severo juicio de congruencia cada día. Ojalá que, en adelante, al entrar a un aula nos repitamos estas dos palabras: “dilectio veritatis”.