Hay un pasaje talmúdico (Menahot 29b) que cuenta un episodio bastante significativo para los judíos en lo tocante a la exégesis bíblica. Se dice que Moisés asciende al Cielo y ve a Dios escribiendo la Torá (la Ley, los Mandamientos). Dios le comenta a Moisés que al paso de muchas generaciones surgiría un Rabino que interpretaría (descifraría) muchos de los misterios contenidos en la Torá. Moisés le pidió el favor de mostrárselo y, en una visión, Dios lo transporta al futuro y lo sienta en la academia de Rabí Akiva ben Yosef y puede escuchar cómo este célebre rabino interpreta la Torá. Terminada la visión, Moisés quedó consternado o sorprendido a causa de no entender el judaísmo que él mismo fundó y la propia Ley que él mismo había recibido en mano. ¿Cómo se tergiversaría aquella Enseñanza con el paso de los siglos? Pero Dios lo tranquiliza: es Moisés mismo quien no entendía el profundo e insondable pozo de sabiduría que estaba contenido en aquello que él mismo recibió, pero que, al paso del tiempo, se penetraría a golpe de estudio, discusión y oración.
Sin reparar en lo fantástico del relato, extraigamos una enseñanza profunda. El iniciador de un movimiento está cierto de los motivos e ideales que le incitan a emprenderlo, pero eso no quita que, al paso del tiempo, aquella su intuición se vaya profundizando, actualizando, aplicando, purificando y acrisolando. Y entonces, tal vez resulte más nítido el espíritu fundacional para la tercera o cuarta generación que para el mismo iniciador, pues el tiempo también depura el núcleo esencial de aquello que, siéndole concomitante, era sin embargo accesorio o circunstancial. Por supuesto, lo anterior no es una ley inexorable: también con el paso del tiempo una bella iniciativa se puede malograr, y lo que era motivado con pureza de intención, puede terminar siendo motivado por intereses mezquinos.
Tuve la oportunidad de hablar hace poco con el Mtro. Juan Louvier. Definitivamente es un hombre sabio. Me llama la atención un aspecto: su capacidad de síntesis. Al paso de los años logra ver cuál de los vectores de influencia que acompañó la fundación de la UPAEP terminó siendo realmente significativo y cuál no. Con los años le ha resultado más y más nítido el espíritu UPAEP, que sigue siendo el mismo que el espíritu fundacional, pero más sosegado y acrisolado, más madurado y reflexionado, más meditado y depurado, más agradecido y orado.
La UPAEP tiene una “personalidad propia”, y eso todos lo notamos. Hemos conocido otras Instituciones de Educación Superior, nacionales e internacionales, y la nuestra tiene un ‘carácter’ (ethos) que la distingue. Que somos una universidad seria, nadie lo duda, pero universidades serias las hay muchas (aunque cada vez menos). Que somos una universidad católica, ciertamente, pero hay muchas y variadas universidades católicas. Que somos una fundación de laicos comprometidos, sí; pero también otras lo han sido. ¿Qué tenemos de único y peculiar? Por supuesto que los tres rasgos anteriores los intentamos encarnar responsablemente (los ideales de la universitas; el humanismo cristiano; y nuestra impronta laical comprometida con las realidades del mundo). Pero no basta la peculiar encarnación de esas tres notas para entender nuestra unicidad.
La UPAEP es sí misma y no otra, además de lo anterior, gracias a un fuego que arde desde su fundación y sigue encendido: el espíritu de lucha. El Mtro. Louvier abundaba diciendo que habría que entenderlo también como un espíritu de conquista, concibiendo la conquista no como un imperialismo violento, sino como una adquisición esforzada de algo valioso, como cuando uno alcanza una meta, consigue una virtud, obtiene derechos y libertades.
Pensemos lo siguiente a la luz de la visión mosaica de Akiva. Es verdad que ‘espíritu de lucha’ implicó, en los inicios de la UPAEP, lucha física, temor y temblor, valentía, arriesgar la vida por la libertad y por la religión, por la ciencia sin ideología y por el poder sin opresión. ¿Qué es el espíritu de lucha hoy, en pleno siglo XXI? No confundamos lo circunstancial –y hasta lo anecdótico– con lo esencial. ¿Cómo habremos de encarnar responsable, creativa y audazmente ese ethos que nos caracterizó y nos habrá de caracterizar en los próximos cincuenta años?
¿Qué es lo esencial de la lucha? ¿Luchar ‘contra’ o luchar ‘para’? Si entendemos la lucha como esfuerzo denodado por ideales sin los cuales la vida carecería de sentido, ¿qué tiene de vergonzoso decir que nos caracteriza la lucha? En tiempos de un individualismo craso que nos encierra en nuestra música y nuestros TikTok’s, ¿qué tiene de impropio presentarnos con la frescura de quien se opone a este sistema inicuo que –en términos del amado Papa Francisco– invita a ‘balconear la vida’ y a ‘globalizar la indiferencia’? Además, ¿no acaso las grandes epopeyas nos enseñaron que la lucha se libra ‘con’ otro más? La lucha también es lugar de encuentro.
Ahora bien, ¿vamos a reivindicar la polarización de los años de la guerra fría y de resucitar las lógicas contra-revolucionarias? Por supuesto que no. La lucha hoy se antoja dialógica, reflexiva, sosegada. No sé ustedes, queridos colegas, pero yo sí noto un ambiente apagado, dormido, derrotista. Hoy la enfermedad social es la desesperanza y ésta es antítesis de la lucha. Sin nada por qué luchar, nos convertimos en marionetas del sistema. Claudicando a la libertad, nos estamos volviendo engranes acríticos que padeceremos dolorosamente aquello que estamos permitiendo indoloramente.
¿Espíritu de lucha? Sí, y las banderas actuales son muchas y suficientes. Enumero sólo un puñado: 1) una sociedad más justa, equitativa y pacífica para las mujeres; 2) una patria que tiene la mitad de su población en situación de pobreza; 3) un paternalismo clientelar de becas que dejará un pueblo sin amor al trabajo y al esfuerzo; 4) miles de migrantes que nos desafían a expandir nuestra solidaridad; 5) millones de inocentes muertos antes siquiera de salir de un vientre para poder suplicar que no los maten; 6) una constante polarización a la que nos están sometiendo desde las alturas y desde las mañanas; 7) una pérdida inmensa de tiempo y vida en entretenimiento y videojuegos; 8) un daño medioambiental enorme; y, por supuesto, 9) las propias inclinaciones a la soberbia, a la pereza, a la cobardía, a la concupiscencia… ¡vaya que en el campo de batalla de nuestra propia intimidad hay grandes lides que nos aguardan y donde debemos pedir la gracia para salir vencedores! Si espíritu de lucha es lo opuesto a derrotismo, a pasividad y a indiferencia, entonces ¡hoy más que nunca se necesita espíritu de lucha!
¿Espíritu de lucha entendido como encono, agresión o violencia? NUNCA. ¿Espíritu de lucha como tesón, perseverancia, conquista valiosa de ideales, forja de carácter, esfuerzo porque los demás tengan condiciones de vida digna? SIEMPRE.
Moisés sí sabía lo que le fue entregado en Sinaí, pero no comprendía el cúmulo de sabiduría contenido en lo recibido. La Tradición clarifica la Fundación. Hoy nosotros tenemos la enorme responsabilidad de valorar, actualizar y testimoniar, de manera creativa y original, el rasgo fundacional del espíritu de lucha, en su mejor comprensión y en su más pertinente concreción: mujeres y hombres de oración, pero también de acción; hombres y mujeres que han entendido que sus profesiones y valores personales pueden transformar las realidades sociales que les toca vivir; mujeres y hombres que, fiados en la Providencia, ponen toda la carne al asador a la hora de trabajar por el bien común.