El amor se dice en muchos sentidos
21/02/2024
Autor: Christian Duecker García
Cargo: Profesor Facultad de Filosofía y Teología

Amor se dice en muchos sentidos, pues son muchas las aristas que distinguen los tipos de amor que hemos recibido o que estamos en condiciones de ofrecer. Sin embargo, podemos identificar algunas de sus características esenciales a través de una atenta descripción del modo en que se presenta a nuestra experiencia. Siguiendo este método, Dietrich von Hildebrand, en su obra La esencia del amor (1998), inscribe al amor en el ámbito de las respuestas afectivas. ¿Qué representa semejante adscripción del amor al ámbito de la afectividad? Nos permitimos por el momento dos observaciones de varias que podrán hacerse al respecto y que pueden ser de gran ayuda. 

En primer lugar, esta importante puntualización nos permite distinguir el amor de otro tipo de respuestas, a saber, las respuestas de la voluntad, por una parte, y las respuestas del intelecto, por otra. Las primeras tienen como tema realizar, a través de nuestra acción libre, un determinado estado de cosas. Así, podemos conseguir que una habitación desordenada quede ordenada, o que tenga lugar la visita a un familiar o amigo que deseamos encontrar. Las segundas tienen por tema la existencia o la verdad de un hecho o estado de cosas, estas respuestas “teóricas”, muestran el grado de nuestro asentimiento.  Podemos asentir con plena convicción al resultado de una demostración o bien dudar de la realidad de un pretendido hecho histórico. El amor, si bien comparte con las respuestas de la voluntad y el entendimiento ser una voz personal, es decir, una palabra que brota de la unicidad personal al mundo que nos interpela, se distingue por ser una voz en la que se expresa el corazón mismo de la persona. En nuestro amor “habla” el centro afectivo de nuestra persona, se expresa de forma espontánea, misteriosa, un orden de estimación y valoración que si somos sinceros no puede dejar de sorprendernos, pues dice mucho de quienes somos, pues, si bien el amor se muestra con mayor plenitud y propiedad frente al valor de las personas que lo suscitan, sabemos muy bien que muchas otras realidades lo solicitan y en ello sí podemos atisbar una jerarquía de bienes más nobles que otras.  

En segundo lugar, esta distinción nos permite también profundizar en la forma en que se relaciona la esfera afectiva con aquellas de la voluntad y la inteligencia. Ciertamente, por nuestra inscripción en la modernidad tendemos a conceder un lugar preponderante a la inteligencia y la voluntad y en muchas ocasiones se ha intentado reducir el amor a alguna de estas instancias, sin embargo, el corazón como centro de la vida afectiva posee una primacía en ámbitos de vital importancia en nuestra existencia. Hildeband señala esta importancia cuando nos invita a considerar que tanto el amor o la felicidad puramente pensadas no son realmente tales, o bien nos muestra que excluyendo de ellas la sorpresa de un don que se nos ofrece más allá de nuestro poder (voluntad) fácilmente nos privan de la gratitud que acompaña nuestra vivencia de amar y ser amados, así como de la dicha y gozo al que nos elevan. Así, el corazón, a través de las disposiciones afectivas de fondo nos abre o cierra el horizonte de lo que se presenta como un bien en nuestras vidas. En un mundo muy distinto viven el hombre resentido y el hombre agradecido; el hombre que odia y el que ama; el hombre reverente y el que desprecia todo lo noble y elevado. Por ello, la educación más noble –que compete principalmente a los padres y a todo adulto que quiera realmente serlo– tiende a favorecer y alentar las disposiciones afectivas de fondo que abren el horizonte y sancionan aquellas que lo clausuran y empequeñecen. 

Finalmente, quisiera puntualizar que el amor, como respuesta afectiva, tiene un lugar central en el corazón, y que en la medida en que cada tipo de amor responde a su objeto propio, lo que crece no es sino la persona misma en su núcleo más íntimo. Ahora bien, entre estos amores el más noble es el amor de Dios. ¡Que nunca nos falte este horizonte infinito ni se oscurezca en nuestras vidas la luz de su rostro!  

 

Von Hildebrand, D. (1998). La esencia del amor. Ediciones Universidad de Navarra.