El Valor de la Subsidiariedad
17/05/2024
Autor: Denali Montiel Flores
Cargo: Agente de Pastoral

El valor de ser subsidiario comienza en diferentes momentos de la vida, pero especialmente comienza teniendo en cuenta que no solo se trata de hacer el bien y apoyar a algún proyecto; se trata de poner las condiciones y los medios para acompañar un proceso, especialmente de aprendizaje, porque en la vivencia de la subsidiariedad implica mucho el enseñar, y más puntualmente; yo diría acompañar. Pero es muy importante no reducir este valor a solo dar y hacer el bien, se necesita, como lo habíamos mencionado, acompañar y asombrarse ante el proceso que cada persona va generando en su desarrollo.

Si bien, en la Universidad existen muchos proyectos de impacto social que abonan a este valor, quisiera compartir cómo se vive este valor a través de las misiones, especialmente en tres momentos: las misiones internacionales, las misiones de Semana Santa y las de Navidad.

La subsidiariedad implica un compromiso, especialmente un compromiso de formación. Primero, asistiendo a las sesiones formativas previas a vivir las misiones, y en un segundo momento, este valor se vive al reconocer que no vas a imponer o a decidir por las personas. El misionero, en un acto de generosidad, es consciente que es enviado y acompaña el proceso de desarrollo de la fe de otras personas. Por un lado, el misionero es llamado a reconocer que en cada persona existen dones y talentos que se le han dado y que debe desarrollarlos y entregarlos, y esto acompaña la fe para aprender y compartirla con el testimonio de cada uno.

En África tuve la oportunidad de ver cómo los alumnos no solo buscaron compartir su fe; cada alumno construyó un proyecto que podía o no realizarse ya que no se conocían las condiciones reales de las comunidades en las que viviríamos, pero se tenía claro que además de la fe, se buscaría la oportunidad de colaborar en cualquier acción que se solicitara. Fue así que, además de los trabajos propios de la misión liderada por los Misioneros de Guadalupe, se logró llevar a cabo talleres de salud femenina en la secundaria de Kybera, también se colaboró en unos de los hospitales especialmente con recién nacidos y se tuvieron talleres de proyecto de vida en algunas primarias, además de las catequesis que se dieron en capillas de Lenkisem, a 5 horas de Kenia.

En las misiones de Semana Santa pude experimentar que las palabras no son suficientes,  sino el hecho de aprender a estar para los demás, en vivir el ahora con los demás; durante las misiones de Navidad dentro de los equipos de universitarios, se vivió la subsidiariedad cuando un integrante enseñó a rezar el rosario a otro misionero, y a partir de ese momento,  comenzó a vivir su fe como un estilo de vida, hecho que recuerdo muy bien porque lo sigo viendo en la capilla de adoración perpetua, en misa, y con interés por formarse y conocer más de su fe.

Si bien, las misiones son experiencias enriquecedoras que permiten conocer el misterio de la grandeza humana, no quiere decir que sea la única oportunidad para conocerla, es el inicio y la oportunidad para hacer de nuestra vida una misión, para dejarnos asombrar por la cotidianeidad de nuestra vida y vivir el valor de subsidiariedad en el acompañamiento, de vivir y ver crecer otros en aquello que podemos aportar y por qué no, ir descubriendo nuevos retos y aprendizajes en la marcha en el lugar donde nos encontremos.