El veneno del buenismo
31/07/2024
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

El buenismo ha ido ganando terreno en la cultura contemporánea y ya reclama su lugar incluso en las argumentaciones universitarias.

Buenismos hay de distintos tipos: buenismo teológico (Dios es tan, pero tan bueno, que no tiene sentido ni preocuparnos ni esforzarnos, todo nos será perdonado); buenismo educativo (todos los niños son buenos y no existe la maldad en ellos, sólo hay que encontrarles el modo); buenismo migratorio (todos los migrantes son buenos y todo se arregla con diálogo y apertura); buenismo epistémico (todo punto de vista es legítimo y la actitud adecuada es el respeto y la valoración). El etcétera es enorme. Como se puede observar, el buenismo es altamente tolerante, evita a toda costa la confrontación, fomenta la pasividad, coquetea con el relativismo. Por supuesto, tiene una visión irreal del mundo, pero una visión seductora.

Daré cuatro ejemplos respectivos a los tipos de buenismo enunciados en el párrafo anterior. En el siglo II de nuestra era, Orígenes de Alejandría, pensaba que al final de los tiempos sucedería una apocatástasis, donde tanto buenos como malos –incluidos los demonios–, entraran al Reino de Dios y serían uno con Él; su argumento se apoyaba en la infinita bondad divina (¡nadie la pone en duda!), pero a tal grado la vislumbró, que anuló la libertad, la volvió irrisoria; pero si cae el bastión de la libertad, otras ciudadelas peligran: la virtud, la ley, la justicia, el esfuerzo, el mérito…

J.-J. Rousseau concibió a tal grado la bondad que poseemos los humanos al nacer, que no encontró otra explicación al vicio y la maldad que el roce social. Si hipotéticamente un niño fuese privado de vínculos con la sociedad que pervierte, entonces conservaría esa bondad original siempre. Educar consiste en no intervenir con el libre deseo del infante. No hay que proteger al niño de las nocivas influencias sociales, sino de toda influencia de la sociedad, por ser ésta nociva.

Nadie en su sano juicio aprueba discursos a favor de la discriminación, el racismo, la xenofobia o la indiferencia ante el desventurado. Por eso algunos consideran que la solución ante esos discursos esté en su movimiento pendular: cero control a los flujos migratorios y apertura indiscriminada de fronteras. Los desplazados por falta de trabajo, por persecución política o por ser víctimas de la inseguridad en sus países de origen tienen derecho a cambiar su futuro y el de sus hijos.

Respecto a las propias opiniones, ni duda cabe que cada cabeza es un mundo. Pero el buenismo epistémico no tiene como objetivo explicar la diversidad, sino venerarla. Mi opinión es “sagrada” y no puede ser tocada ni con el pétalo de un argumento, porque de lo contrario, ejercerías violencia epistémica, manipulación, invisibilización, epistemicidio, colonialismo del saber y, si me apuran, también gaslighting, violencia de género, racismo y hasta segregacionismo.

Pasemos revista a tres aspectos criticables del buenismo.

Ingenuidad. La realidad no es o totalmente blanca o totalmente negra, sino que hay en medio una enorme gama de grises. Por eso la posición más sensata no está en los extremos: ni en el extremo que el buenismo ataca pero tampoco en el buenismo mismo. Cierto que los niños no son creaturas malas que hay que tratar con golpes, pero tampoco son creaturas angelicales (¡quienes somos papás lo sabemos de sobra!). El punto medio es la sana disciplina, cordial, argumentada, testimoniada, nunca violenta, pero disciplina a fin de cuentas. Todos sabemos que tenemos debilidades e inclinaciones no sanas, y que no hemos encontrado la felicidad dando rienda suelta a esas inclinaciones. Si me ayudan a esa sana “autogestión de mis emociones”, a ese “autocontrol de mis deseos”, entonces me ayudarán muchísimo para ser una persona madura, equilibrada y feliz.

Cobardía. Este punto es crucial. En la vida existen irrenunciables: son esos valores por los que uno daría la vida. En efecto, cuando uno no tiene nada por lo cual morir, tampoco tiene nada por lo cual vivir. San Agustín decía “mi amor es mi peso” (“pondus meum amor meus”), en el sentido que los satélites orbitan en torno a algo más pesado que ellos, los planetas, y éstos, en torno a algo más pesado que ellos, las estrellas… La idea agustiniana es que orbitamos en torno a nuestros más grandes amores, por eso ellos nos dan motivos para vivir cada día. El reverso del buenista que no emprende batallas, no combate, no se rebela, no critica y no levanta la voz, es que carece de amores de gran calado. Por eso todo le resbala, por eso nada le mueve ni siquiera a fruncir el ceño. Las diversas olas del feminismo no tuvieron en sus filas a buenistas, tampoco la democracia comenzó con buenistas. Los activistas, de cualquier signo que usted quiera, no son buenistas, no lo es Greta Thunberg y tampoco Narges Mohammadi.

Pasividad. La aceptación de todo conduce a no cambiar nada. Es mejor para un tirano tener un pueblo buenista que tener ciudadanos críticos, propositivos, activos, asociativos, emprendedores, creativos… Un indiscriminado “amor y paz” a todos y a todo, implicaría hacer las paces con estructuras de injusticia, y sabemos que no oponerse a la injusticia es una de las formas de cooperar con ella. Chesterton afirmaba que “la tolerancia es la virtud de la gente que no cree en nada” (“Tolerance is the virtue of people who do not believe in anything”). El que comienza a tolerarlo todo (incluso lo intolerable, como los feminicidios, el abuso infantil o el desperdicio de comida), se vuelve altamente pasivo.

¿Estoy invitando entonces a desempolvar la cimitarra y hacer la guerra a cuantos se nos pongan enfrente? Por supuesto que NO. De hecho, los buenistas atrincheran pronto a su interlocutor con ese falso espantapájaros. Así tenemos que el religioso buenista te dice: “si no eres buenista como yo, entonces ¿en qué Dios crees?, seguro eres un conservador de esos que se creen ‘buenos’, sácate a volar, neofariseo y neopelagiano.” Así también lo hace el buenista pedagogo: “vas a traumar a tus hijos con tus correcciones e imposiciones culturales, ideológicas y religiosas; déjalo respirar y dale su espacio.” A su modo, hacen lo mismo el buenista politólogo, el buenista comunicólogo… siempre con el espantapájaros de extremo opuesto, el cual, por cierto, nadie ha de defender.

La defensa es por la sensatez, por el punto medio y por los grises. El afán es dual: encontrar la verdad pero también combatir el error; dialogar con todos y de todo, pero nunca a costa de renunciar a los grandes amores.