La Virgen de la Merced y la redención de cautivos
02/10/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador de la Escuela de Relaciones Internacionales

En estos días aciagos para nuestra república -o lo que queda de ella-, vale la pena recordar que hay algunas festividades que conmemoran la superación de sucesos que en su momento representaron dificultades muy serias y casi infranqueables para la sociedad de la época. Sin embargo, no faltó el esfuerzo generoso y muchas veces temerario de alguna persona que encontró el camino y las formas para enfrentarse a dichos problemas. Ahora, recordando que el pasado 24 de septiembre se celebró la festividad de Nuestra Señora de las Mercedes, hablaremos de una de esas situaciones terribles e insoportables para los involucrados: nos referimos al temido destino de caer prisionero de las tropas musulmanas en los distintos teatros de guerra en el mundo mediterráneo de la Edad Media. El destino que aguardaba a estas personas era la prisión en condiciones infrahumanas, la muerte y, en el mejor de los casos, ser vendidos en los mercados de esclavos.

Por esta razón, para poder ayudar y redimir a los cautivos en manos de los musulmanes, es que Pedro Nolasco (ca. 1180-1245) funda en 1228 una orden religiosa, la “Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos”, más conocida como Orden de la Merced, cuyo nombre en latín es Ordo Beatæ Mariæ Virginis de Redemptione Captivorum. Los llamados “padres mercedarios” se tenían que comprometer con un cuarto voto, añadido a los tradicionales de pobreza, obediencia y castidad de las demás órdenes, a liberar a otros, aunque para eso tuviesen que poner en juego su propia vida, entregándose como rehenes a cambio del cautivo, en caso de no tener el dinero suficiente para comprar su libertad.

La fundación de la orden tuvo lugar el 10 de agosto de 1218 e involucró a tres grandes personalidades, a quienes se dice que la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora de la Merced (o de las Mercedes), se habría aparecido en la madrugada del 2 de agosto anterior. Los tres personajes involucrados fueron el fundador de la orden, San Pedro Nolasco, el rey Jaime I de Aragón, “el conquistador” (en aragonés: Chaime lo Conqueridor, 1208-1276) y San Raimundo de Peñafort, dominico (c. 1175-1275).

Pedro Nolasco era un joven mercader, nacido ya sea en las cercanías de Barcelona o, más probablemente, en el ducado de Aquitania, aunque parece que desde muy temprana edad se trasladó con su familia a la ciudad condal. Como su actividad en el comercio le permitía ver la realidad fuera de su región, pronto conoció el terrible destino de los cristianos que caían en manos de los musulmanes, pues era testigo de cómo se traficaba con las personas en los mercados de esclavos. Fue por eso que comenzó a emplear su propio patrimonio para “redimir” a estos desdichados. “Redimir”, en este caso, significa comprar o liberar de la esclavitud a alguien, pagando el precio que para ello se exige.

Aquí hay que señalar que el nombre de “merced” antiguamente significaba misericordia y perdón. Proviene del latín merces, es decir, “precio pagado por una mercancía”, especialmente por el trabajo. En sentido figurado también significa una recompensa o punición (es decir, castigar a un culpable), pues merces proviene, a su vez, de merx (“mercancía”). Por eso es que el dios romano de los comerciantes se llama “Mercurio”, con la misma etimología; de allí provienen también los vocablos “mercenario”, “mercado” y “mercader”, por ejemplo.

Pedro organizaba, con algunos compañeros, la compra o redención de los esclavos cristianos, y recolectaban con el mismo propósito limosnas en diferentes ciudades. Para organizar mejor estas actividades es que tiene lugar la fundación de la orden, la cual ocurre en el Hospital de Santa Eulalia, en Barcelona, en presencia de Jaime I y de Berenguer de Palou. El hábito de los miembros de la orden, según les dijo la Virgen de la Merced en su aparición, deberá ser blanco en honor a la pureza de María, llevará en el pecho una cruz roja en recuerdo de Jesús y el escudo del Rey de Aragón. Con estos testigos se deja en claro que del obispo reciben la investidura canónica y del rey, la militar. 

Aunque las cifras difieren, se calcula que, hasta fines del siglo XVIII, los llamados “frailes mercedarios” liberaron a alrededor de 60,000 cautivos, si bien se manejan igualmente cifras más altas. En 1235, el papa Gregorio IX, por medio de la Bula Devotionis vestrae, otorga la confirmación de la orden. Se dice que San Raimundo pone en manos de Nolasco la Regla de San Agustín, para que sirva de base a la orden, así como documentos de la Orden de Predicadores, puesto que él mismo era dominico.

San Pedro Nolasco renuncia a la actividad mercantil para provecho propio y se dedica a ser “mercader de la libertad”, comprando la de los pobres cautivos y regalándoles la vuelta a la vida fuera de las prisiones sarracenas. El cuarto voto, como dicen los propios mercedarios, convierte a los frailes redentores en representación y actualización viva de Cristo, que entregó su vida para redimir al mundo.

Como otras órdenes militares -tales como los Caballeros del Temple o de Santiago de Calatrava-, los mercedarios también tenían una estructura militar. Sin embargo, a diferencia de ellas, nunca entraron en combate. Hay que tener presente que, en la época del nacimiento de la Orden de la Merced, el territorio de la península ibérica estaba en gran medida ocupado por los musulmanes (árabes, berberiscos, etc.) desde el año 711, por lo que había una creciente resistencia de la población cristiana que culminaría en 1492 con la toma de Granada en manos de los Reyes Católicos Isabel y Fernando. Había, aunque no de manera continua durante esos casi ocho siglos, batallas, asaltos y redadas “razzias”, para hacerse de cautivos, por parte de ambos bandos. Estos cautivos no solamente eran reducidos a la servidumbre o a la esclavitud, sino que, en el caso de los cristianos, en muchos casos perdían su fe y abrazaban la del enemigo, a veces por debilidad propia, pensando que Dios los había abandonado, a veces por conveniencia, a veces por convicción.

Es por eso que la Iglesia vio con buenos ojos la labor de la Orden Mercedaria, pues, al liberar a los cautivos, se volvía más improbable que abandonaran la fe cristiana. Muy por el contrario, la fe de los pobres cautivos liberados por los frailes, que en muchas ocasiones perdían su libertad, se fortalecía, ante el ejemplo de los mercedarios que ofrecían su vida sin esperar nada a cambio.

Como sucede en numerosas ocasiones (con la excepción, por ejemplo, de los jesuitas), pronto surgió una rama femenina de la Orden de la Merced: en 1265, Santa María de Cervelló (1230-1290) fundó un primer convento en Barcelona. Las monjas mercedarias se dedicaban a rezar por los cautivos y a cuidar de los pobres y de los cautivos recién liberados que convalecían en el Hospital de Santa Eulalia. Por eso, a Santa María de Cervelló también se le conoce como Santa María del Socorro.

En la actualidad, la Orden de Nuestra Señora de la Merced ha logrado adaptarse a los nuevos tiempos, en los que ya no es actual redimir prisioneros vendidos como esclavos. Su misión actual es la redención de otras formas de cautiverio y esclavitud, como la atención de presos, de familias desestructuradas, de personas marginadas, mujeres maltratadas, personas enfermas y de niños abandonados o sin recursos.

Es así que esta antigua orden medieval sigue activa y muy presente en muchos lugares del mundo, con un Maestro General en Roma. Sus 9 provincias están presentes en cuatro continentes y 23 países, entre ellos, México. Su capacidad de adaptación es ejemplar y nos habla de cómo el mensaje liberador de Cristo se puede adaptar a diferentes circunstancias y contextos, prevaleciendo la esencia del amor al prójimo y de la renuncia al bien personal, anteponiendo el bien de los demás. Siempre se dejó guiar por esta frase del Evangelio de San Mateo (6, 20): "No almacenéis vuestra fortuna en esta tierra donde los ladrones la roban y la polilla la devora y el moho la corroe. Almacenad vuestra fortuna en el cielo, donde no hay ladrones que roben, ni polilla que devore, ni óxido que la dañe.”