La historia y el perfil de una comunidad no puede encerrarse en unos cuantos rasgos. Hacerlo sería caricaturizarla. Las comunidades están vivas y son dinámicas, están conformadas por voces potentes, pero también por voces que hablan quedito; por figuras prominentes, pero también por personas que, en el silencio del trabajo bien hecho y esmerado, han contribuido a que la comunidad sea lo que actualmente es. Además, las comunidades son complejas, no son isomorfas. Tienen historia, y en su devenir, algunas consiguen madurar y crecer, mientras que otras malogran el don transmitido por las generaciones que la dieron a luz.
Pero lo que sí se puede hacer sin riesgo de cometer un reduccionismo es dar testimonio. Quiero hablar de tres características que posee esta comunidad universitaria llamada UPAEP, tres rasgos que los veo cincelados en su ser y quehacer, y que no dejan de sorprenderme, de enamorarme y de desafiarme:
- Es una comunidad en crecimiento. No me refiero solamente a la matrícula o a las instalaciones (aunque dicho sea de paso también se nota en ello el crecimiento institucional).
Cuando hablamos de crecer solemos pensar en rectas con pendientes pronunciadas, en números cada vez mayores, en escalas, en intereses, en “aumento”. Este crecimiento es cuantitativo. Pero también hay otra acepción del crecimiento, y se refiere al cualitativo, que no es otro que la madurez. Ejemplifiquemos con la agricultura. Crecer es madurar. Este proceso se refiere al momento cuando el fruto está sazón y se le puede disfrutar sin mengua de sabor, ni de textura, ni de olor. Lo maduro está “en su punto”, no es verde ni está pasado.
Cuando sólo hay crecimiento cuantitativo, mas no cualitativo, lo que padecen las instituciones se llama “hinchazón”. Efectivamente, si una comunidad antes tenía cien y ahora doscientos integrantes, pero ninguno creció en virtud, en sabiduría, en experiencia de vida, en forja de carácter, en convicciones, en conocimiento, en pasión por la verdad, en habilidades comunitarias y comunicativas, entonces tal comunidad solamente se hinchó.
Pero mi testimonio sobre esta Universidad es muy distinto. Sin caer en versiones románticas, ingenuas o idealistas, “aquí se crece”. Y crecemos los colaboradores, los alumnos y los directivos. Crecen también nuestros vecinos del barrio de Santiago, crecen las instituciones a las que se presta servicio social o donde los alumnos hacen prácticas, crecen las familias de nuestros alumnos. Maduran las relaciones, maduran los sueños, maduran las profesiones. ¿Habrá excepciones? Por supuesto, siempre existirá un colaborador o alumno que vaya en sentido contrario, pero me parece que el ritmo de la gran mayoría de esta comunidad es ascendente. En pocas Universidades se puede afirmar lo siguiente: “quien entra en ella, madura”. ¡Aquí sí!
- Es una comunidad que transforma. Pero madurar, la mayoría de las veces, no es ni fácil ni placentero. Nos duele crecer, así como nos dolía en la adolescencia “dar el estirón”.
Esta Universidad lleva en su ADN -y lo contagia por ósmosis- la transformación de las realidades. Aquí se requiere, de nuevo, marcar las dos acepciones: lato sensu, transformar sin más, cambiar, alterar, dejar distinto algo, marcar un antes y un después, irrumpir en la marcha de un proceso, generar cambio; stricto sensu, cambiar las realidades sociales en orden a Cristo, lo cual es la labor propia y específica de los laicos. A nosotros nos corresponde ordenar, potenciar, habilitar o reorientar las realidades culturales, económicas, políticas, tecnológicas, sanitarias… a “la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra” para que “todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo” (Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem, n.2). Esta segunda acepción es de la que hablo.
En esta comunidad los estudiantes aprenden a no estar quietos, a pensar en “el otro”, a dejar de verse el ombligo y a adquirir unas lógicas distintas en el ejercicio de su profesión y también en la vivencia de su ciudadanía.
La UPAEP transforma vidas, vidas que, transformadas, transforman a su vez otras vidas. Una transformación que se experimenta en clave de bien común, es decir, relacional, generosa, altruista. He visto y soy testigo de cómo se descubre uno feliz cuando piensa y actúa con una lógica “comunitaria” en vez de hacerlo con una lógica “egoísta”. En síntesis, esta Universidad enseña a conjugar lo mejor de la vida en plural, no en singular.
- Es una comunidad inconforme. Derivado de lo anterior y, en algunas ocasiones incluso antecediéndolo, algo que distingue a profesores, estudiantes y directivos de esta Casa de Estudios es su inconformidad. ¿Qué caracteriza al Presidente de nuestra Junta de Gobierno, al Rector y a cientos o miles de profesores y estudiantes? La sana inconformidad. El adjetivo lo pongo porque de las protestas y marchas de las que he sido testigo, ninguna ha sido por tema pueril. Aquí, como en ninguna otra Universidad de Puebla, asistieron los candidatos a gobernar el Estado, y no sólo eso, candidatos a alcaldías, diputaciones… hasta un candidato a la Presidencia de la República. Yo sí vi una comunidad exigente y consciente, no facciosa y sí realista, dialogante y acogedora pero crítica y propositiva.
En la UPAEP no hemos callado la voz ante la violencia y la inseguridad, como tampoco no hemos quedado balconeando la realidad ante desastres naturales como sismos o huracanes. Cuando yo estoy conforme con la suerte del prójimo, entonces lo dejo tal cual está, por el contrario. ser solidario es justo un acto revolucionario, es no resignarse al estado de cosas, es no “hacer las paces” con la injusticia, la miseria, la vulneración”. La UPAEP, tenemos que reconocerlo, es una comunidad realmente solidaria.
El inconforme suda, se esfuerza, da todo de sí… pero la realidad le recuerda que nunca es suficiente. Un buen inconforme “reza” y “confía” en el Señor, porque comprende que la transformación, en último término, la hace Cristo en nosotros y por medio de nosotros.