
Hay un pasaje en el Menón de Platón donde se expone una disyunción sofística: “no es posible al hombre aprender lo que sabe ni lo que no sabe. No aprenderá lo que sabe, pues ya lo sabe; y por lo mismo no tiene necesidad de aprendizaje; ni aprenderá lo que no sabe, por la razón de que no sabe lo que ha de aprender”. En otras palabras, nadie busca lo que sabe puesto que ya lo sabe; y nadie busca lo que no sabe, pues desconoce lo que ha de buscar.
El diálogo platónico dará pie a que se exponga la famosa teoría de la reminiscencia, que en parte es una solución que mezcla el saber (pues ya se estuvo en contacto con el conocimiento), y el no saber (pues se ha olvidado tal conocimiento), es decir, propone un punto medio entre el ser y el no-ser. No es el caso ahora de exponer el tema de la reminiscencia platónica ni de criticarla, pero sí decir que muchas veces la solución a los aparentes problemas dialécticos está en un punto intermedio. Avancemos con esto un poco más.
Esta tensión entre saber y no saber, lejos de ser exclusiva de Platón, será retomada también por la tradición medieval. Tomás de Aquino se llega a preguntar –igual que muchos pensadores más–, cómo es que aprendemos. Pues nunca desconocemos del todo aquello que aprendemos y, sin embargo, nunca lo conocemos a cabalidad, de ahí que siempre se pueda crecer en el conocimiento de la realidad. Sabemos algo de algo, pero al no saberlo del todo, queremos saber más. Si miramos lo que falta por saber, comprenderemos que el aprendizaje es el paso del no saber al saber; si miramos que antes sabíamos y ahora sabemos [mucho mejor], caeremos en la cuenta de que el aprendizaje no es tanto pasar de la ignorancia al saber, sino de ahondar mucho más en el saber mismo.
Pongo un ejemplo: si yo afirmo: “los celenterados no son isomorfos”, y alguien desconoce qué significan los términos ‘celenterado’ e ‘isomorfo’, entonces yo tendría, para manifestar la verdad de la proposición, que explicarle un poco más a detalle dichos términos e incluso mostrarle imágenes. Y después, muy seguramente la persona en cuestión me diría que comprende perfectamente lo que dije y que, además, viendo las imágenes, mi descripción le parece correcta.
Siglos después, desde la fenomenología, Merleau-Ponty afirmó que “la verdadera filosofía consiste en aprender a ver de nuevo el mundo”. Cómo me gusta esa aproximación del pensador francés a lo que es verdaderamente filosófico. Uno aprende a ver de nuevo mediante la duda, el asombro, el diálogo, la experiencia estética, la crítica, la contemplación. Todos estamos en cierta medida familiarizados con el mundo; tan lo habitamos, que es el telón de fondo y el escenario que acompaña todo cuanto sucede en nuestra vida, por eso dejamos de verlo. Pero cuando reparamos en él, cuando lo observamos con detenimiento, descubrimos nuevos destellos, percibimos profundidades y características que antes no habíamos captado. Y ahí comienza la filosofía.
Por tanto, de todo tenemos precomprensiones –o si me apuran: pre-juicios–. Pero esos conocimientos o “saberes” aún no son saberes profundos y reflexivos. Es necesario un “volver a ver de nuevo”, un saber más pleno, como pensaban santo Tomás o Platón. El aprendizaje no es un paso radical del no saber al saber, sino de esas precomprensiones y conocimientos aproximativos, a otros cada vez más relacionados y más profundizados. Habitamos la cultura en que nacemos y nos es tan familiar que pasa desapercibido ese manantial de humanidad del cual podemos abrevar siempre. ¿Será posible en esta vida llegar a un ‘saber total y radical’? Claro que no. Y ahí está uno de los enigmas más fascinantes de la vida. Siempre podremos aprender más y más. El aprendizaje es una realidad asintótica.
Ahora bien, a nadie le es lícito permanecer en la ignorancia y en el conocimiento superficial, teniendo los medios para aprender. Aprender nos hace crecer, nos permite maravillarnos del mundo, nos habilita a la adquisición de hábitos, nos da cuenta de la altísima dignidad de nuestros semejantes. Que nuestra vocación consista en poner todo de nuestra parte para que los estudiantes “aprendan” es una de las acciones más dignas y bellas de las que un ser humano es capaz.










