“Il Proteo o sia il mondo al rovescio”
06/07/2021
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera A
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

En los siglos XVII y XVIII, los siglos del barroco, eran muy comunes en Europa los salones de espejos (el más famoso es el del palacio de Versalles), que por un lado causaban el efecto de mayor luminosidad y mayores dimensiones en el salón, y por el otro, reflejaban una especie de “mundo al revés”: uno levanta la mano derecha frente al espejo y este refleja como si fuera la izquierda. Por si esto fuera poco, daban a entender al visitante el poder económico de quien los mandaba hacer, pues los espejos eran artículos de verdadero lujo. El célebre compositor Antonio Vivaldi (1678-1741) creó un curiosísimo concierto en Fa mayor para violín, violonchelo y orquesta que se puede considerar como una especie de equivalente musical de ese “mundo al revés”, de esos elegantes salones de espejos, y lleva precisamente ese título: “Proteo o sea el mundo al revés”.

Proteo era una criatura de la mitología griega, un habitante de los mares, una de esas deidades a quien Homero, en la Odisea, llama “ancianos hombres del mar”, que protegía a los animales y tenía el don de la profecía. Era, precisamente, el pastor de las manadas de focas de Poseidón, el dios del mar. Aunque dueño de facultades proféticas, no gustaba de utilizarlas, por lo que cambiaba de forma constantemente, para que nadie pudiese encontrarlo y consultarle. Poseedor de la verdad por medio de sus capacidades proféticas, Proteo cambia continuamente de forma. De ahí el adjetivo “proteico”, para quien muda constantemente en sus opiniones, ideas y afectos.

Por eso, Vivaldi nombró así a su concierto: el violín puede tocar la parte del violonchelo y este, a su vez, tocar los pasajes del violín. Uno, el agudo, toca en registros graves; el otro, el grave, incursiona en registros agudos. A veces guía el violín, a veces el chelo: el mundo al revés. Todo parece estar en constante cambio, en permanente confusión y de cabeza. Al final, en una competencia de virtuosismo, los dos solistas intercalan sus pasajes con una danza contagiosa de la orquesta, y todo parece regresar al orden, como debe ser en el barroco.

Aquí en México, al parecer, tenemos un Proteo y un mundo al revés. Para expiar mis casi inexistentes pecados, me propuse escuchar el décimo informe de labores del Presidente López. Como mis cuatro fieles y amables lectores adivinarán, la pena fue exageradamente desproporcionada a los pecadillos, por lo que ahora asumo que tengo licencia para unos meses de moderado desenfreno.

Es increíble, para empezar, que el Presidente López nunca diga de dónde saca sus datos, que casi siempre van en contra de las evidencias científicas más claras. Prácticamente todos los estudios llevados a cabo a nivel internacional ponen a nuestro país entre las naciones que se distinguen por su malísimo desempeño en el manejo de la pandemia, estamos entre los que mayor número de fallecimientos tienen, es el que más decesos tiene en el personal de salud, entre los que menos apoyo recibieron de sus estructuras financieras y políticas, entre los que más casos positivos tienen, etc. Sin embargo, todo esto desmintió el modesto habitante de Palacio. En lugar de basarse en la ciencia, el Presidente parece querer dictarle sus dogmas: el mundo al revés.

Aquí viene a mi mente otra peculiaridad de Proteo: el cambio constante, la transformación permanente. Así, la “mañanera” se transformó en una pequeña sala de juicios o en una escuelita, en donde la maestra, la “Miss Vilchis” (Juan Ignacio Zavala dixit) castiga, reprende y exhibe a quienes ella y su jefe, el Presidente, consideran que son periodistas malévolos, fifís, conservadores, neoliberales, golpistas, etc. Yo preferiría tener un Presidente que se dedicara a gobernar, en lugar de un maestro de ceremonias que, con su mirada, su sonrisa burlona y sus gestos, aprueba o desaprueba lo dicho por periodistas, medios y redes sociales. ¿A qué horas gobierna? ¿A qué horas piensa, reflexiona, medita, consulta, lee, estudia, recapacita y decide?

Volviendo al malhadado informe, manejó el Presidente unas cifras completamente erróneas en materia de seguridad pública, que ya han sido exhibidas en estos días por diversos comentaristas. Es verdad que ningún político del mundo gusta de presumir datos negativos, pero de ahí a tergiversar, mentir, cambiar, decir medias verdades o mencionar cosas difíciles de comprobar hay un gran trecho. Es increíble que siga insistiendo en que ya no hay masacres, cuando en realidad, sólo después de las elecciones, van alrededor de 10. Se ha aferrado a presumir, también, que hay una disminución del 2% en homicidios dolosos, cuando los datos de su propio gobierno muestran que el número de asesinatos desde que asumió el poder rondan los 88 500 casos, mientras que en el mismo periodo de Calderón fueron alrededor de 32 000 y con Peña unos 44 000. Peor está que estábamos…

Insistimos: una cosa es presumir los logros y minimizar los descalabros, y otra muy diferente es mentir, presentar datos erróneos o falsos, sacarlos de contexto o inventarlos. Siguiendo las habilidades de transformación de Proteo, el Presidente López transforma también las razones de los asuntos que toca: dijo, por ejemplo, que la fortaleza del tipo de cambio se debe a que hay confianza en su gobierno (que, por cierto, no se está reflejando en mayor inversión privada), cuando la verdad es que se debe a que las tasas de interés en nuestro país son más atractivas que las que se ofrecen en otras naciones. 

En fin: estamos ante el mundo al revés: un Presidente con vocación de conductor de televisión, en lugar de un Presidente con vocación de gobernante. Un Presidente con ánimo de dividir a su nación, en lugar de buscar la unidad (que no uniformidad) y la solidaridad. Un Presidente que no resiste la más mínima crítica, pero que critica, ofende, descalifica, amenaza y señala a quienes se desvíen un ápice de su visión de las cosas. A diferencia de Proteo, nuestro Presidente carece de una figura venerable. Podría lograrlo con sus obras, si se decidiera. Preferiría yo esto, aunque siguiera llevando los zapatos sucios.

Todo esto nos debe fortalecer en nuestra convicción, como universitarios, de lo importante que es fomentar, consolidar y difundir la cultura del argumento, en lugar de la cultura de la opinión y de la descalificación. Debemos además inculcar en nuestros estudiantes (y en nosotros mismos) la cultura del respeto a quien piensa diferente, el valor de la honestidad y de la corresponsabilidad en la democracia, el respeto a la dignidad de la persona y nuestra convicción de buscar el bien y la verdad. No seamos como Proteo, cambiando constantemente de ideas, formas, afectos y discurso; seamos firmes en nuestras convicciones y en nuestros objetivos y valores. Defendamos la esencia de la universidad como espacio para pensar, reflexionar y transformar. No tengamos miedo de enfrentarnos a injusticias de los gobiernos, como ocurre ahora con temas como la ley estatal de educación, el abandono a los niños con cáncer o a las mujeres maltratadas, la aparente intromisión del gobierno del estado en un asunto interno de una institución de educación superior y la degradante y discriminatoria decisión de excluir a los investigadores de instituciones privadas para recibir el apoyo del Sistema Nacional de Investigadores, por mencionar unas cuantas causas.

Recordemos que lo que mueve a los tiranos no es el amor, sino el odio y el miedo. Parece que en estos tiempos los tiranos y reyezuelos andan sueltos en México, pero debemos enfrentarlos con inteligencia y prudencia. Ya lo decía Kierkegaard: “El tirano muere y su reino termina. El mártir muere y su reino comienza.”