Cuando Kandinsky presentó sus primeras obras abstractas, el público se sintió ofendido y el artista fue blanco de críticas e insultos. ¿Qué estaba pasando con el arte? ¿Qué estaba pasando con los artistas? Sin la figuración, sin la mímesis, sin la representación de los objetos externos que a la luz de nuestra visión aparecen como experiencia del mundo, el espectador se sentía a la deriva frente a la obra.
¿Qué había que entender? ¿Qué había que apreciar? ¿Qué se podía expresar? ¿A qué invitaba esta vez la madera, la tela y el color? ¿Hacia dónde dirigía la mirada del espectador el arte abstracto? Hacia el interior, hacia lo invisible, hacia lo espiritual.
Michel Henry, en su libro sobre Kandinsky, profundiza sobre el carácter abstracto del arte. El punto de partida para comprender las motivaciones que llevaron al pintor a crear un nuevo arte se encuentra en la reflexión que él mismo hace sobre la forma externa e interna de experimentar los fenómenos.
Lo externo hace referencia a ese mundo visible relacionado con nuestros sentidos. En cuanto a la interno, si es también una revelación, algo que aparece en nuestra experiencia ¿cómo es que aparece si no lo hace desde la forma y la materia? Se muestra, dice Henry “de la manera que es suya y que no es ya la del mundo”, se experimenta a sí misma, continúa el autor, desde la profunda intimidad de la experiencia; es la vida que se vive a sí misma.
Así, el reto del artista que busca navegar en los terrenos de la abstracción, se encuentra en representar lo invisible, en llevar lo intangible, pero real, a la materia, a la forma, a lo visible. De esta manera, el artista hace ver lo que no es evidente y el contenido de la obra busca expresar la vida misma desde su más grande misterio.
Así, las obras dejaron de contar historias para volverse más elocuentes, pues como espacios abiertos a la interpretación, reflejan lo no visible que se encuentra en el interior de todos: emociones, sensaciones, percepciones que emergen de lo profundo. El artista a su vez proyecta en las formas geométricas, en los colores, en la vibración; su mundo interno. Es así como el arte abstracto no lleva al espectador hacia fuera de sí mismo, sino que dirige su atención hacia dentro.
Las obras están ahí, a la espera del movimiento interno que surge en el espectador en el momento del encuentro, para establecer un diálogo en medio de ese espacio abierto y silencioso que toma la forma en nuestro interior. ¿A qué nos invita la obra? ¿A qué nos convoca desde su silenciosa elocuencia?
Referencias
Henry, M. (2008). Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky. Madrid: Siruela.