¡Se perdió en sus palabras! En cuestión de 40 segundos le atrapó los sentidos; cautivó su mente y lo llevó hacia lugares que necesitaba y deseaba conocer…. le embriagó el discernimiento y simplemente le hizo saber aquello que otras 2 millones de personas ya manifestaban: ¡lo que él decía, era la ley!
Aunque un tanto excesivo, así es la manera en la que un seguidor describiría lo que siente cuando ve, escucha y percibe a quien le causa admiración. Los llamados influencers más que una tendencia, son una realidad que resuena dentro de un medio por excelencia global y que, por tanto, requiere atención, cuidado y sobre todo criterio.
Pareciera que esta figura es nueva y exclusiva del mundo digital, sin embargo, basta con echar una mirada a la historia y recordar a todos aquellos que, con un poco de persuasión, dirigieron la perspectiva de miles de personas hacia un mismo objetivo. En los años 50, los sociólogos Paul Lazarsfeld y Elihu Katz evidenciaron la importancia de estas personalidades en la teoría de la comunicación de doble flujo. En ella explicaron que los medios masivos lanzan un mensaje, el cual es percibido por individuos que funcionan como catalizadores. Cuentan con autoridad dentro de subgrupos sociales (amigos, familiares, vecinos) y hacen virar la atención de manera positiva o negativa respecto a un suceso o tema. Lazarsfeld y Katz denominaron a estos sujetos como líderes de opinión o influentials.
Esta teoría tiene una de sus máximas expresiones cuando internet abre las puertas del mundo a cualquiera que cuente con una conexión. En 2004 se da el boom de los blogs; después viene la aparición de MySpace, Facebook, Twitter e Instagram. Con estas plataformas, ya no fue necesario pertenecer ni tener un nombre en ámbitos como la radio o la televisión, sólo bastaba con dar un clic para verse provisto de los medios necesarios y así, expresarse y convertirse, poco a poco, en lo que ahora conocemos como influencer.
Estos líderes emergentes, cultivaron un cúmulo de seguidores nada despreciable a través de la creación de relaciones cercanas y auténticas. Exaltaron sus talentos, puntos de vista y virtudes, pero haciendo notar que experimentaban los mismos problemas, incertidumbres y cuestionamientos de vida que los que tenía su audiencia. En pocas palabras, se convirtieron en ídolos, pero en un terreno mucho más accesible que el manejado por las inalcanzables celebrities de la televisión.
Ante esta realidad, las compañías voltearon la mirada hacia los nuevos protagonistas, lo cuales se constituyeron como el medio perfecto para promover sus productos. Qué mejor embajador que un individuo que comparte formas de ver el mundo y estilos de vida con los consumidores de su marca. Es así como nace el marketing de influencers en donde se establecen vínculos de colaboración bajo términos económicos bastante jugosos.
Si bien es cierto que este fenómeno logra poner en la mira a miles de individuos talentosos con excelente ética también lo es que, como si se tratase de generación espontánea, surgen expertos en psicología, política, economía o arte. Si a esto le sumamos los contratos millonarios, nos enfrentamos a un aparato de poder que, si cae en manos equivocadas genera acontecimientos como los vividos el pasado 5 de junio.
Durante un periodo de elecciones de suma importancia para el futuro de nuestro país, un conjunto de más de 80 influencers dejaron seducir a su convicción y compromiso ciudadano, para romper la veda electoral. Bastaron unos cuantos miles de pesos para lograr que estos iconos expresaran su repentino (y muy ensayado) discurso en favor de las propuestas del Partido Verde Ecologista.
Aunque el Instituto Nacional Electoral (INE) pidió a Facebook se eliminaran los mensajes y la Fiscalía General de la República (FGR) ya investiga los hechos, se pone de manifiesto no sólo la incipiente existencia de leyes que regulen acciones en materia digital, sino que también nos lleva a cuestionarnos sobre los criterios que utilizamos para encumbrar a una persona como líder de opinión.
¿Lo que dice es coherente con su forma de vida? ¿es conocedor o tiene estudios sobre el tema? ¿lleva una línea de contenido consistente? ¿es elocuente y certero en sus opiniones? ¿aporta criterios que me hacen reflexionar acerca de mí mismo o mi entorno? ¿es una persona que me informa, me enseña o simplemente me divierte? Estas son algunas de las preguntas que deberíamos hacernos antes de regalar el tan preciado “follow”, porque es justamente éste el que mantiene y da relevancia a cualquier personaje.
Para una época en donde las nuevas generaciones son nativos digitales, ser influencer es, tal vez, uno de los deseos más recurrentes. No obstante, para que esta fórmula de vida funcione de manera adecuada es necesario volver al origen y aplicar algunos de los conceptos más básicos que una sociedad posee: educación, conciencia y ética para todo aquel que use la expresión como medio de opinión y poder.