Hace unos días de plática con una amiga que se encuentra en Estados Unidos me compartía que había sido multada con 260 dólares porque iba en carretera a velocidad y no se percató que su hijo, quien iba en el asiento trasero, iba sacando la cabeza. Mi comentario aterrizado al contexto mexicano fue “si eso hicieran aquí, el gobierno saltaría de emoción por recibir tanto impuesto por concepto de multas, o quizá, las cárceles estarían repletas de gente que no paga esas multas”.
Y es que hay que admitirlo, en México carecemos de educación vial y bueno, ya ni hablar de la costumbre de eludir obligaciones o la corrupción al interior de las instituciones para condonar sanciones.
Pero vamos por partes, con esto en contexto, me vinieron a la mente otros dos hechos que conocidos que se encuentran también en el extranjero, uno en Europa y otro en el sur de América han vivido un viacrucis para obtener su licencia de manejo en ambas latitudes.
Por ejemplo en Colombia, para tramitar una licencia de manejo, exigen tomar dos cursos, uno teórico y otro práctico, además someterse a estudios médicos. El trámite puede tardar entre dos y tres meses ya que el curso teórico consta de 12 clases, de 2 horas cada una, en donde explican las partes del carro, diferencias entre los tipos de carro, la señalética, etc., para posteriormente presentar un examen en donde te permiten tener únicamente 3 errores de 40 preguntas.
En tanto en el examen práctico es donde constatan que el solicitante puede realmente manejar y controlar la unidad en subidas, bajadas, topes o estacionándose. Y finalmente en el examen médico analizan que cuenten con las aptitudes de equilibrio, psicomotrices, de la vista y psicológicas para poder manejar.
Una cosa similar pasa en Suiza, con la diferencia de que el trámite se hace con la Secretaría de Transporte y no con una empresa certificadora y que el costo es en euros y no en pesos.
¿A qué voy con esto? En México las licencias de manejo se entregan, en muchos lugares, sin ningún filtro, o con condicionamientos muy débiles. Recuerdo que cuando hice mi tramite, tiempo en el que ya era obligatorio hacer un examen, no tardé ni diez minutos y contenía preguntas tan obvias que de plano el que no lo pasaba era porque estaba dormido. No comprueban siquiera que sabes encender el coche. Lo único que les hace falta es que te digan “bienvenido a la jungla de concreto”.
La educación vial en México es más bien adquirida de manera empírica y transmitida de generación en generación. Recuerdo que mis primeras salidas a carretera, obviamente acompañada por mi padre, éste me explicaba por qué te lanzaban las luces cuando no había razón aparente para que lo hicieran porque era de día, o qué hacer si encontrabas rayas continuas, para dónde moverte si ya tenías a una ambulancia o patrulla detrás.
No obstante, la educación vial no es exclusiva de conductores, ésta involucra también a ciclistas, peatones, agentes viales, mobiliario urbano y señalización. Como bien define la alcaldía de Yamural en Colombia, “se entiende por educación vial a aquel tipo de educación que se basa en la enseñanza de hábitos y prácticas que tengan como bien final la protección y cuidado de los individuos que transitan por la vía pública. A instancias de la educación vial, se enseñan las normas que regulan el correcto tránsito por las vías de una ciudad, caminos y las rutas, y el comportamiento responsable que deben desarrollar cada uno de sus actores principales, automovilistas, peatones, ciclistas, entre otros”.
La prueba más fehaciente de la carencia de educación vial sucedió recientemente en Puebla, con la burla nacional de las caídas de peatones en la ciclovía.
Año con año los gobiernos se preocupan por diseñar cada vez más vialidades incluyentes, ya adecuando rampas para personas con alguna discapacidad, ya con ciclovías aunque mal adaptadas para proteger a los ciclistas de los conductores que se sienten dueños del arroyo vehicular, pero dejan a un lado lo importante: educar a los actores principales de las vialidades.
El uso de los semáforos, el significado de la señalética, límites de velocidad, cómo actuar en determinadas situaciones para evitar poner en riesgo a tripulantes o peatones, ceder el paso o disminuir velocidad en zonas escolares; el uso del claxon, del cinturón de seguridad, las direccionales, luces para niebla, para ciudad, el paso de cebra, el respeto de los sitios en donde no se puede estacionar, todo es educación vial y nada de esto se enseña al momento de expedir una licencia.
¿Nos hace falta coerción? ¿Requerimos de sanciones elevadas para evitar estacionarnos en doble fila porque no me tardaré ‘ni 5 minutos’? ¿Debemos ponerle precio a la desidia de caminar 3 pasos más para usar la cebra y evitar caerme en la ciclovía?
Quizá para nuestra economía y como dije al principio, dada nuestra costumbre de eludir obligaciones, este método de expedir multas en caso de alguna una falta con poco más de 5 mil pesos no sea factible, pero si queremos atacar de raíz, la educación es la clave y esta tarea debe ser en corresponsabilidad: gobierno, sociedad e instituciones.
De nada sirve contar con vialidades de “primer mundo” si tenemos una ciudadanía de tercer mundo, que no sabe distinguir aún entre una luz ambar y una verde; que le importa muy poco estacionarse 3 ó 5 minutos para hacer una diligencia aunque ya tenga detrás un coche silbándole porque no puso ni estacionarias; que no respeta un cajón en el súper que evidentemente es para personas con discapacidad, o cuando existen agentes de tránsito corruptos que por una módica cantidad se hacen de la vista gorda,
La educación vial no es pues, calles bonitas con rampas para discapacitados o ciclovías mal planeadas, tampoco es una señalética o un elemento de tránsito bien pagado. La educación vial, empieza desde la educación cívica, respetando el derecho del otro.
Artículo Publicado en el Heraldo de Puebla