En estos últimos meses colaborando en UPRESS me he dado cuenta de cómo muchos de aquellos postulados filosóficos –epistemológicos, morales, antropológicos e incluso metafísicos- se van descubriendo en el desenvolviendo del día al día. Y justo, a modo de pequeño reconocimiento, he querido continuar hablando del esfuerzo, arte y técnica del periodismo.
En relación a la vida en pos de la verdad, no escatimamos en recursos, aun cuando dentro de estos se halle la vida misma. Día a día despertamos con el nadar en notas, lamentablemente, son notas que flotan en un mar de sangre. No exageraré al catalogar aquella sangre como de mártires. Mujeres y hombres que se empaparon tanto en la verdad que la tiñeron de rojo.
Pocos son los sectores que se cohíben ante abominables sucesos, tal parece que, una vez más, el periodismo se une con la filosofía en cuestión de segregación y menosprecio. La infravaloración a los sectores sociales y humanistas no es novedad alguna, pero se hace tangible en el momento en que dejamos en el olvido la vida y carrera de tantas personas. Esta es por lo menos una de las cualidades y características que se comparte entre el periodismo y la filosofía, aquella soledad impuesta para el investigador, el académico, la persona detrás de una página en blanco. La página en blanco, otro monstruo, otro enemigo en común que se hace y presta tendencia a lo largo de cientos de escritorios desordenados.
Un deseo existe en cada hombre, el deseo de saciarse con el saber, de conocer, en tal medida estoy seguro que Aristóteles me daría la razón en decir que existen dos tipos de personas que buscan seguir a pie de la letra esta premisa, casi profética, de los tiempos posmodernos: el periodista y el filósofo. Aquellos que al igual que Diógenes, en pleno día, busca a un hombre, a una verdad, quizá una seguridad ¿y con qué la busca? con una vela en medio de un día soleado. Qué poética desfigura que como el desliz de genio se traduce en la interpretación social de la auténtica excentricidad de explorar y explotar algunas pobre migajas de correspondencia con lo real, con lo auténtico, con lo que ES.