Continuando con nuestras reflexiones sobre el grave problema del agua en nuestro país, creemos necesario citar un documento publicado hace algunos años por el entonces papa Juan Pablo II, llamado “Mensaje ambientalista en la jornada mundial por la paz” (8 de Diciembre de 1989). No se concentra en el tema del agua, sino que tiene como objetivo reflexionar sobre el problema ambiental en general. Aunque es un documento poco conocido, es de suma relevancia porque trata de llegar al fondo de las causas del deterioro ambiental. En dicho escrito, el pontífice se duele por la ausencia de un debido respeto a la naturaleza y lamenta la explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de vida. Además, afirma, muchos de los valores éticos que se requieren para el desarrollo de una sociedad pacífica tienen una relación directa con la cuestión ambiental.
Juan Pablo II habla incluso de un “sufrimiento de la tierra”, al romper el hombre indiferente el orden y la armonía de la naturaleza. Para él resulta evidente que una solución adecuada a la problemática ambiental no puede consistir simplemente en una gestión mejor o en un uso menos irracional de los recursos naturales, pues, aunque tales medidas sean indiscutiblemente útiles, le parece necesario remontarse hasta los orígenes y afrontar en su conjunto la profunda crisis moral, de la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más importantes.
El que la crisis ecológica sea un problema moral lo ve reflejado el Papa, por ejemplo, en la aplicación indiscriminada e irreflexiva de los adelantos científicos y tecnológicos, y hace un llamado para que, antes de intervenir en un área determinada de un ecosistema, se consideren sus consecuencias y repercusiones en otras áreas. El signo más palpable de las implicaciones morales de la problemática ambiental está en la falta de respeto a la vida, como se ve en muchos comportamientos contaminantes y destructores del medio ambiente. Recordemos, en este sentido, que en nuestro país cada vez es más evidente la presencia de un fenómeno llamado “ecosistemas vacíos”, es decir, desiertos, bosques o cuerpos de agua en donde las especies animales que en un tiempo los poblaron ya han dejado de existir.
Juan Pablo II afirma, además, que las razones de la producción de bienes y servicios prevalecen a menudo sobre la dignidad del trabajador, y los intereses económicos se anteponen frecuentemente al bien de cada persona e incluso al de poblaciones enteras. Por eso, continúa, la contaminación y la destrucción del ambiente son consecuencia de una visión reductiva y antinatural, que configura a veces un desprecio del hombre. Los delicados equilibrios ecológicos son alterados por una destrucción irreversible de las especies animales y vegetales o por una incauta explotación de los recursos. Lo curioso es que, en muchas ocasiones, tanto la destrucción como la degradación se llevan a cabo en nombre de un supuesto progreso, de un bienestar difícil de sustentar, lo cual acaba siendo totalmente falso. Tanto el respeto a la vida y, en primer lugar, a la dignidad de la persona humana, debe ser la norma fundamental inspiradora de un sano progreso económico, industrial y científico, concluye el pontífice. Una sociedad pacífica no puede ignorar el respeto a la vida, ni el sentido de la integridad de la creación. Esto quiere decir que el orden del cosmos debe ser respetado, y la humanidad está llamada a explorarlo y a descubrirlo “con prudente cautela”, y a aprovecharlo “salvaguardando su integridad”.
Por otro lado, el documento pontificio nos recuerda la validez del principio del destino universal de los bienes, por lo que es injusto que pocos privilegiados sigan acumulando bienes que muchas veces podemos considerar como superfluos, despilfarrando los recursos disponibles, que cada vez son menos, cuando una enorme cantidad de personas vive en condiciones de miseria, en el más bajo nivel de supervivencia que podamos imaginarnos. Evidentemente, los problemas ambientales solamente pueden enfrentarse y resolverse por medio de la colaboración internacional, pues para ellos no existen las fronteras. Y como problema moral que es, la crisis ecológica implica la responsabilidad de todos.
Un señalamiento muy importante –muchas veces olvidado- y que va al fondo del asunto es la tajante afirmación de que no se logrará recuperar el equilibrio ecológico si no se afrontan directamente las causas estructurales de la pobreza en el mundo. Es decir, no se trata de la pobreza que pueda ser causada por la pobreza de recursos, sino de esa pobreza causada por las injustas estructuras económicas, políticas y sociales. Además, tanto la guerra como los estilos de vida hedonista y consumista son sumamente destructores, por lo que el papa polaco habla de la urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica, resaltando el papel de la familia, en donde el niño aprenda a respetar al prójimo y a la naturaleza. Este documento, en suma, nos parece de sumo interés cuando hablamos de los problemas ambientales de nuestra época, que nos han llevado a situaciones verdaderamente graves. No podemos olvidar que, además, toca un aspecto muchas veces olvidado: el valor estético de la Creación.
Dentro de estos problemas ambientales verdaderamente graves a los que se enfrenta actualmente la humanidad, los que tienen que ver con el agua, su disponibilidad y su calidad son de enorme peso, al grado de que el agua se ha convertido en un verdadero tema de seguridad. El agua se ha convertido en un recurso tan preciado, que ha visto aumentar enormemente su potencial como causante de conflictos, pero al mismo tiempo ofrece buenas oportunidades de comprensión y cooperación entre las naciones. Lo grave es que esa problemática ambiental tiene rostro humano: se calcula que mil doscientos millones de personas, es decir, el 25% de la población, no tiene acceso a agua potable. Las consecuencias son claras para la salud de la población, pues enfermedades como la hepatitis, el cólera o la tifoidea son parte de la vida cotidiana de muchísimos pueblos.
Sin embargo, el potencial que muestra la humanidad para llegar a acuerdos y arreglar conflictos y desastres es alto. Podemos ser optimistas si vemos que existen alrededor de 2 000 convenios internacionales que pretenden regular el uso conjunto del agua entre diversos países, para poner un freno a su deterioro y aumentar su disponibilidad. Desafortunadamente, vivimos en uno de los países más vulnerables en lo que toca a la calidad y cantidad de agua, por lo que debemos actuar en verdad rápida, generosa y racionalmente para hacer de nuestro país un mejor lugar para vivir.