Todos algún momento hemos escuchado el famoso dicho: “Habla ahora o calla para siempre”. Recuerdo con bastante claridad cuando, a mis escasos ocho años, una maestra me preguntó acerca de la respuesta de un problema matemático. Ahí estaba yo, como alumno de primaria, dudando de mis próximas palabras y, claro, como puede pasarle a cualquier otra persona, me equivoqué. Aún está en mi cabeza la risa burlona casi automática de mis compañeros de clase. Por supuesto, la amable maestra lanzó sus palabras de desaprobación como si se tratara de una feroz leona defendiendo sus crías. Esa fue la primera vez que me sentí mal por estar mal. Y esta inseguridad continuó por años. Seguramente no soy la primera ni última persona a la que esto le ha sucedido.
En pleno 2021, con clases en línea, las preguntas y respuestas tienen una presión extra. Muchos alumnos son expuestos al terrible e inevitable momento en que los profesores empiezan a hacer preguntas, y, claro, alguien dice tu nombre, ¿por qué no? Estoy casi seguro de la vergüenza que pasamos muchos al tener que abrir el micrófono porque te arrebatan la seguridad que se siente detrás de la computadora. También hay dudas cuando nosotros somos quienes queremos hacer una pregunta. Sin duda, los que se deciden a hacerlas son personas dignas de admiración. Yo suelo pensar: si hago una pregunta, ¿qué van a pensar de mí?, ¿soy un burro?, ¿se van a burlar de mí?, ¿mi pregunta se escucha absurda?, ¿el maestro pensará que no pongo atención?, ¿quizá debería quedarme callado? Esta serie de dudas y muchas más invaden mi cabeza, pero me tranquilizo y tomo un respiro. Recuerdo la satisfacción de aclarar una duda y, lo hago: levanto mi mano y, con firmeza, lanzo mi pregunta. Por eso y muchas cosas más, las preguntas son para valientes.