Hace unas semanas, el Presidente de la República anunció que las metas de vacunación anti-Covid en México ya se habían cumplido. Sin embargo, haciendo uso de los números dados a conocer por el mismo gobierno, el analista Alejandro Hope hizo ver que aún hay unos 40 millones de personas mayores de cinco años de edad que aún no han recibido la vacuna, pero si agregamos a los adultos que no tienen el esquema completo, la suma alcanza los 54 millones. Muchas de estas personas no han podido vacunarse por diversas razones, otras no han querido y otras están fuera de las metas del gobierno (de 18 años para abajo). No sabemos a cuántas personas asciende el universo de quienes no quieren vacunarse (o al menos, desconozco si alguien ya calculó esas cifras); solamente podemos ubicarlos entre los no vacunados.
De este enorme universo de personas no vacunadas o insuficientemente vacunadas, reflexionaremos solamente sobre los llamados “objetores de vacunación”, es decir, los que se han negado a recibir la vacuna anti-Covid. Estos objetores se están convirtiendo, en todo el mundo, en los impulsores de las nuevas oleadas de contagios. Digamos, para empezar, que un objetor es aquella persona que se niega a cumplir con disposiciones legales, actos, actividades o servicios alegando razones éticas, religiosas, pseudocientíficas o de otro tipo.
Para una institución universitaria como la nuestra, reflexionar sobre las personas que no desean vacunarse es importante, pues en nuestras instalaciones tienen lugar encuentros de personas que interactúan en grupos, por lo cual es necesario tomar medidas preventivas. Recordemos que las vacunas son como los cubrebocas, pues estos no solamente protegen a quienes los portan, sino también a los demás. Por eso, el hecho de que, en un mundo universitario en el que la mayoría de las personas ya estén vacunadas, confluyan estudiantes, profesores o personal de otro tipo que no haya recibido aún la vacuna, significa un riesgo para todos, empezando, precisamente, para los no vacunados.
En muchos países se está reflexionando acerca de la obligatoriedad de la vacunación. Así, en Francia se ha decretado la obligación de vacunarse para todo el personal de salud y en la enseñanza, con la consecuencia de que muchos se han negado, empleando el “método francés” de las revueltas callejeras para protestar. En Alemania y en Austria, los gobiernos han echado a andar un plan, que prescribe que todas las personas no vacunadas que quieran asistir a restaurantes, salones de belleza, gimnasios, fiestas, conciertos, hoteles, o que tengan que acudir a hospitales o asilos, deberán mostrar exámenes médicos que demuestren que no son portadores del coronavirus o que aún no se han vacunado debido a que acaban de sufrir la enfermedad. Esos exámenes deben pagarlos los interesados.
La selección alemana de futbol también ha determinado que, quien quiera ser nominado como seleccionado nacional, debe mostrar su comprobante de vacunación. Esto, alegan los responsables, no tiene que ver nada con discriminación de quienes se nieguen a vacunarse, sino que es un simple reconocimiento de la cruda realidad, pues esta pandemia no ha terminado en ningún lugar del mundo. Recordemos que la decisión de recibir o no la vacuna es un asunto personal, pero es muy improbable que quien decida no vacunarse viva aislado de los demás. Los miembros de una sociedad interactúan con los demás, viajan, comercian, compran, hablan, trabajan en grupos, etc., por lo que pensar que se puede andar por el mundo sin vacunarse transmite la impresión de que todo es posible, lo cual es un grave error: es más arriesgado no vacunarse que ponerse cualquier vacuna, aunque aún no estén totalmente probadas como las chinas y las rusas, o la cubana y la inda.
Hasta lo que sabemos el día de hoy –no soy virólogo, pero es lo que he leído y escuchado de colegas que sí lo son-, es que la vacunación es el único medio del que disponemos hoy en día para salir de la pandemia. Lo que estamos viendo en estos días en Europa y en muchos países de América, incluyendo a México, es que la inmensa mayoría de los pacientes con Covid que llegan a los hospitales no están vacunados, pero, por el contrario, que un porcentaje mínimo de los vacunados (se calcula que alrededor del 2%) es el que requiere de atención hospitalaria. Lamentablemente, quien no desea recibir la vacuna toma una decisión de manera voluntaria, pero es una decisión que puede traer graves consecuencias, por lo que debe estar muy consciente de ellas. Estas consecuencias pueden traducirse en una enfermedad seria e incluso en la muerte.
Pero esta decisión no solamente afecta a quien la toma, sino a los demás miembros de la sociedad. Por ejemplo: si en una sociedad sigue constante el número de quienes no desean vacunarse, los números de contagios no cederán e incluso aumentarán en invierno, por lo que se pone en riesgo a la población que aún no puede acceder a las vacunas, como los niños. Aunque se alegue que los niños en general se enfrentan con más éxito al Covid, ¿quién quisiera asumir el riesgo con sus propios hijos?
Es muy difícil escudriñar las razones por las que muchas personas se rehúsan a vacunarse. Hay quienes lo hacen por cuestiones religiosas, por razones pseudocientíficas, por hacer caso a rumores de que murieron muchas personas después de recibir la vacuna, por temor a vacunas que aún no están suficientemente probadas, o porque creen que no lo están, etc. En general, lo que se ha observado es que estas actitudes tienen que ver con un factor muy importante: la ignorancia, si bien parece no ser el único ni el que explica todos los casos. Lo grave, como decíamos arriba, es que una decisión de tal envergadura alcanza a todos: si los números de contagios aumentan en la temporada de frio, volveremos a ver problemas en los hospitales, lo cual traerá consecuencias para personas vacunadas que requieran de atención médica no relacionada con el coronavirus, por ejemplo. Algunos especialistas en Europa creen que los no vacunados constituyen el gran obstáculo para que la pandemia se transforme, a mediano plazo, en una endemia, en la que el coronavirus sería una amenaza parecida a la que representa actualmente la gripa común.
Karl Lauterbach, uno de los expertos en salud pública más importantes de Alemania, ha expresado que, lo que está claro, es que, de aquí a finales de Marzo 2022, la mayoría de los hasta ahora no vacunados habrá pasado por alguna de estas experiencias: o ya habrán sido vacunados, o estarán recuperándose de la enfermedad o, desafortunadamente, ya habrán fallecido, pues los procesos infecciosos con consecuencias severas o letales se están presentando sobre todo en los no vacunados, entre los que están los objetores.
Estas personas no toman en cuenta que pueden provocar el colapso de los sistemas de salud, sino que además traerán dolor y sufrimiento a sus familiares y amigos, sin olvidar que su tratamiento provocará alzas considerables en los gastos de los hospitales e instancias de salud en todo el mundo. Por eso hemos escogido, como título para este texto de análisis, el nombre “tiranía”, pues los objetores, los que se niegan a vacunarse, nos meten a todos, por medio de su involuntaria ignorancia, en su propia dinámica: los números de vacunados no son los suficientes, los objetores representan una amenaza para sí mismos y para los demás, impedirán en un momento dado la atención médica para otras personas y, al parecer, retrasarán el paso de una pandemia a una endemia.
Hay muchas preguntas que aún esperan respuestas: ¿Qué está detrás de este temor a los posibles efectos secundarios de las vacunas? ¿Qué preocupaciones están en la cabeza de los objetores? ¿Es recomendable una vacunación obligatoria? ¿Cuáles serían las consecuencias probables? ¿Cuáles son los peligros y riesgos reales que estamos corriendo y seguiremos corriendo debido a los objetores? ¿Qué podemos hacer en la universidad para enfrentarnos a esta realidad? Quizá sea necesario exigir pruebas negativas cada cierto tiempo a colaboradores y estudiantes no vacunados y emprender campañas de concientización para mover a los objetores a aceptar la vacuna. Es muy importante que se den cuenta de que estas medidas serían para prevenir contagios y problemas mayores en todos y cada uno de los miembros de nuestra comunidad universitaria, y que de ninguna manera constituyen actos de discriminación o de presión ilegal.
Ciertamente, la decisión de no vacunarse es un derecho irrenunciable de cada persona, pero, desafortunadamente, las consecuencias negativas de tan mala decisión recaerán, tarde o temprano, en todos los demás.