El reporte de la Economic Intelligence Unit the The Economist sobre el estado de la democracia en el mundo en 2021 es una película de terror. Sólo 6.4 por ciento de la población mundial vive en democracias plenas (21 países), mientras que 37.1 por ciento de la población vive en regímenes autoritarios (59 países). Las democracias defectuosas y los regímenes híbridos, por su parte, concentran 39.3 y 17.2 por ciento (53 y 34 países) respectivamente. La tendencia, por si fuera poco, muestra claramente que el mundo camina hacia una de-democratización y subsecuente robustecimiento de los regímenes autoritarios. Nuestro querido país se ubica en el lugar 86 de la lista, de un total de 167, con una calificación de 5.57 (10 siendo democracia perfecta, 0 autoritarismo absoluto), y estando rodeado por Ecuador, Fiji y Hong Kong, por encima de él, y por Ucrania, Senegal y Armenia, por debajo. Las peores calificaciones las obtiene nuestro país es cultura política (3.13) y funcionamiento del gobierno (5.00); la mejor, en participación política (7.22).
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Del terror numérico al terror de una realidad cada vez más incomprensible. Apenas ayer compartía micrófono con mi querido amigo, Herminio Sánchez de la Barquera, en conferencia de prensa sobre inseguridad y estabilidad democrática. La coincidencia fue prácticamente total: vivimos en un Estado en franca descomposición, con un gobierno que ha perdido el control sobre los medios de coacción, no sólo a manos del poder político sino de la sociedad misma, que hoy ignora a sus autoridades tomando las armas y la justicia en sus propias manos—ya como autodefensas, tomando casetas o armando desmanes—; la contraparte no es menos decepcionante: una sociedad civil, una ciudadanía parapléjica, incapaz de comunicarse o ejercer autoridad alguna sobre sus representantes, preocupada únicamente por recoger las migajas que le lanza el gobierno antes que reconocer su papel de soberana.
Queremos, pues, gobiernos prístinos, eficientes, amables, diligentes, propositivos, creativos, magnánimos, fuertes y un millón de flores más, al tiempo que volteamos la mirada a nuestra propia inmundicia. La sociedad hoy ha sido convertida en una colección de mónadas cuyos magros contactos sociales están gobernados por el síndrome de Tourette. La plaza pública convertida en selva; la opinión pública venida a instrumento dócil en manos de los dueños del mundo; el gobierno nada más que un depredador más; la ciudanía una colección de mosquitos volando solitarios para conseguir una gotita de sangre de la magnífica ubre del elefante que amasa el poder y la riqueza.
La dama Democracia se muere… y nosotros seguimos haciendo como si pudiéramos jugar el juego al tiempo que cosechar las dádivas del régimen estulto, resentido, criminal, inepto, corrupto y vulgar que llegó al poder por la democracia con la intención de destruir a la democracia. Parece que hoy se cree que podemos cambiar el mundo sin lastimarnos las manos ni salir lastimados. Parece que creemos que es posible mantener esquemas injustos al tiempo que beneficiarnos de él. La realidad se impone, empero: you can’t have your cake and eat it too.
La dama Democracia se muere, mientras los criados se disputan sus joyas. Contra un régimen que abiertamente lastima los ideales básicos de una sociedad libre no cabe más que una decidida oposición. No se trata, por supuesto, de convertirnos en fábrica de mártires, sino de comprender que la vocación democrática que algunos manifestamos nos ha puesto en una encrucijada histórica que no podemos ignorar. No se trata de odio, sino de un compromiso con la institucionalidad, la transparencia, la virtud cívica, la tolerancia, la empatía y la primacía del bien común sobre el interés privado.
Antes que la Dama cuelgue los tenis y que los criados vacíen la casa, es necesaria una reflexión seria y honesta sobre nuestra responsabilidad como ciudadanos. En otras ocasiones lo hemos dicho: la universidad tiene una excelsa responsabilidad política y social, es el lugar de la crítica, de la reflexión y de la propuesta. Debemos redoblar esta vocación, apostar nuestras fuerzas a denunciar y combatir al gigante anti-democrático que amenaza con tragarse nuestro país. Y todo esto, con la sabiduría de Rousseau en los labios: ganar la libertad es para cualquier sociedad tarea dificilísima; perderla, una vez conquistada, hace la reconquista algo casi imposible.