Aborto: Victorias pírricas e himnos bélicos.
07/07/2022
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Cargo: Director de Formación Humanista

La semana pasada las derechas se alzaron con una victoria que se antojaba imposible: la Suprema Corte norteamericana echó para atrás la consideración del aborto como un derecho constitucional, que había sido adoptada en la famosa sentencia Roe vs. Wade en 1973.

Celebración, es el tono predominante en los ambientes predominantemente cristianos y católicos. Corrección de un error histórico en los Estados Unidos, parece ser el razonamiento. A brindar, entonces, por la verdad y la justicia. 

Que el aborto supone serias violaciones a los derechos humanos; que parte de argumentos tremendamente debatibles; que pretende apoyarse en una cuestionable lógica de autonomía individual que poco o nada tiene que ver con el asunto en disputa, a saber, la personalidad ontológica del feto que quiere ser aniquilado; que sus más importantes defensores han buscado imponerlo a través de una miríada de estratagemas muchas veces carentes de la ética más básica; todo esto es, a mi entender, cierto. 

Y, sin embargo… —los ojos del lector se inyectan de sangre y la rabiosa boca comienza a supurar una espuma densa y hedionda, temiendo que en el siguiente párrafo el mentecato que soy (y, ¡ay!, no dejaré de ser) se atreva a tocar un pelo de la majestuosa victoria que nos ha regalado la sala judicial más poderosa del planeta—… 

Y, sin embargo, decía, no creo que haya razones válidas para celebrar. Esto, por una razón sencilla: el cómo de una victoria puede no ser importante para quien busca imponer su voluntad incluso a costa de los más vulnerables, pero jamás puede ser una cuestión indiferente para el católico. A fin de cuentas, los hijos de las tinieblas siempre serán más hábiles que aquellos de la luz, y esto no puede significar un llamado a adoptar las estrategias de los primeros para conseguir los fines de los segundos.

Ofrezco, por ende, algunas reflexiones, no para sugerir, como el lector cuyos ojos quieren salir de sus órbitas parece creer, para defender el aborto, el cual considero evidentemente perverso e inmoral, sino para buscar enfocar la situación desde una perspectiva distinta a la del todo o nada, blanco o negro, ellos o nosotros. 

    (a)   Porque Cristo no vence a quien no se quiere dejar vencer. Jesús dice en el Apocalipsis, “mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (3:20). Si alguno oye mi voz, dice Dios a su criatura, ¡permitiéndole cerrar la puerta en sus narices! Qué Dios es ese que creó al animal humano, permitiéndole elevarse por encima de los ángeles lo mismo que abajarse por debajo de las bestias. El teólogo Ratzinger citaba, por su parte, a Orígenes en 1992: “Cristo no vence al que no se quiere dejar vencer. Él vence sólo por convicción. Él es la palabra de Dios” (Verdad, valores, poder, 39). 

 

¿Recomienda entonces el arrogante escribidor bajar los brazos y resignarnos mientras se mata inocentes? Nada de eso. Recomiendo pensar en los cómo, sopesar la estrategia contra ella misma y contra las alternativas. Pues, no puede haber duda, la lucha encarnizada de Donald Trump y el ultraconservadurismo norteamericano por colocar incondicionales en un órgano que debería ser lo más independiente de ideologías radicales—sean de la ultraderecha o del izquierdismo libertario—sólo puede considerarse como uno de los caminos para proteger el derecho a la vida, y nunca el único. ¿En qué difiere esta estrategia de lo que hicieron los libertarios? ¿En qué difiere de lo que hace hoy Andrés Manuel López Obrador en México?

Cristo vence por convencimiento. Muchos piensan que sólo poniendo o sacando cosas en la constitución es posible defender un derecho. Y se equivocan gravemente. Su error: ignorancia sobre el funcionamiento de la democracia. Dicho régimen es antes un arreglo social que un entramado institucional; sin la sociedad, la democracia deviene en mera tecnocracia, en proceso kafkiano. La lucha es por las mentes y los corazones, y esa lucha se da no en las cortes, sino en la arena de discusión pública. La lucha es por convencer a quien yerra, no por imponer el yugo a quien detesto y considero malo, estúpido y perverso. La lucha es lucha, pero nunca guerra. Y aquí, claramente, hemos perdido la brújula. Hoy no es el convencimiento sino la imposición. ¡Ganaron los buenos!, grita cada grupo cuando su facción sale airosa de una batalla. Victorias pírricas donde se brinda sobre el cadáver de un régimen libre, donde lo que se espera de los ciudadanos no es destripar al enemigo, sino convencerlo con argumentos.

   (b)   Porque el aborto, lamentablemente, seguirá. Sin convencimiento, no puede quedar duda alguna de que el aborto seguirá ocurriendo. No se ganó la batalla real, la de la protección de la vida. No existe ningún dato que muestre que la prohibición del aborto detiene la práctica del aborto, aunque sí es evidente que la hace más peligrosa y, no pocas veces, mortal también para la madre. ¿Implica eso regresarles el derecho a abortar? Respondo, ahora enfáticamente: ¡No! Pero sí que implica abrir la mente, pensar la estrategia en términos del fin que se persigue y no, como buscan los pírricos, por la victoria misma, por el sabor ferroso de la sangre enemiga en el paladar. 

 

Asumamos por un momento que el aborto no disminuirá considerablemente; que las personas viajarán a estados que permitan el aborto dando la vuelta a las prohibiciones de sus propios estados; que se pertrecharán detrás de clínicas abortivas clandestinas que seguirán operando. Ponderemos, por otro lado, las consecuencias de este hecho político: los grupos pro-choice se radicalizarán, aumentando la violencia; los libertarios invertirán millones en una contracampaña, buscando un nuevo equilibrio que les permita un reacomodo de poder; la sociedad se partirá más y más en dos grupos ciegos de odio, de resentimiento, de sed de destrucción. 

Y, lo que es peor, los fetos seguirán sin protección… 

   (c)   Quizá hayamos abierto la puerta al regreso de Trump. El aborto no es el objetivo, sino el poder. Quien pierda de vista esto peca de una ingenuidad que lo vuelve torpe para la discusión democrática. El aborto en Estados Unidos es un cleavage, una línea ideológica que parte a un electorado en dos. Y si bien estas divisiones son naturales a la vida democrática, se vuelven destructivas cuando conducen al antagonismo ciego y estúpido, cuando se enquistan, supurando una asquerosa pus que nace de un resentimiento frío y calculador que ha dejado de ser-con el otro y ha comenzado a verlo como mal radical, como objeto que debe ser destruido.  

 

Preguntémonos, ¿quiénes se benefician del encono y el resentimiento, del antagonismo y el odio faccioso? ¿No será que hemos perdido de vista el pequeño detalle de que, en nuestra celebración, celebramos también la bocanada de aire que se le ha dado a Trump y, con él, a la visión política más enferma, más decadente y perversa que se ha visto en Occidente desde los tiempos totalitarios? ¿No valdrá recular un segundo, al menos para ponderar la posibilidad de que nuestra batallita pírrica—que, como debe ser claro, no cambió ningún corazón, magnificó el odio y no significará una auténtica protección al feto—resultará quizá en nuevos campos sembrados de sangre—quizá no aquí o en Estados Unidos, pero sí en Medio Oriente, o en Eurasia, o en otras zonas de las que pocas veces tenemos noticia? ¿Qué queda, pues, sino brindar con el hombre naranja, con el gran antidemócrata que ha recibido las loas del cristianismo más enfermo? ¿O es que olvidamos que incontables católicos y cristianos sucumbieron también al canto de sirenas del racismo genocida de Hitler? ¿Es que perdemos de vista que la guerra por el corazón humano es por el corazón todo y no, como parece hoy, por una partecita? ¿Será que se acabó la gasolina, que perdimos la confianza en las promesas de Cristo, que nos conformamos con adoptar las estrategias de los hijos de las tinieblas, convirtiéndonos un poquito en lo que ellos son? ¿No haremos mejor en luchar, hasta el último día de nuestra vida, por construir un mundo de ternura, de amor, de solidaridad y de paz, y que sea la caritas la que derribe muros y tumbe los velos mentales que impiden a tantos contemplar la verdad de un Dios desquiciado de amor por su criatura?

 

Son preguntas, colegas, meras preguntas.