A nadie nos gusta que nos critiquen, así que no es difícil entender que a los políticos también les desagrade la crítica, independientemente que tengan o no talante democrático. La diferencia estriba en que los políticos comprometidos con la democracia, sus valores y libertades aceptan (aunque a veces sea a regañadientes) que esa crítica es parte de la vida democrática cotidiana y que incluso es benéfica para la salud de un régimen político democrático, mientras que los políticos autoritarios tratan por todos los medios de atacar y neutralizar a la prensa, a los intelectuales críticos, a los artistas, científicos y académicos que opinan de manera diferente al régimen que encabezan.
Por eso es que no debe extrañarnos que la relación de los personajes autoritarios con quienes los critican sea tan difícil, pues sus respectivos discursos son muy diferentes y no tienen prácticamente ningún elemento en común. Si algo requieren los periodistas, los artistas y los académicos es libertad: libertad para pensar, para reflexionar, para escribir, para expresarse, para investigar, para criticar, para proponer, para disentir, para inquietar, para motivar, para cambiar de opinión, para reunirse, para discutir, etc. Y la libertad es precisamente lo que falta en los regímenes autoritarios y totalitarios. Lo que ahora está pasando en Rusia, por ejemplo, hace suspirar de envidia a autócratas de otras partes del mundo: el gobierno ordena cerrar teatros, despide a directores de ballets, de casas de ópera y de teatros, arresta a rectores universitarios, censura artículos científicos, autoriza o prohíbe participaciones de académicos en congresos internacionales, reprime a la poca prensa libre que aún queda, y pone a los creadores artísticos y culturales, a los científicos, a los políticos de oposición y a los periodistas ante una difícil decisión: o juran lealtad a toda prueba a Putin o se atienen a las consecuencias y se convierten en “enemigos del pueblo y de la nación”. Sólo hay de dos sopas, pues así funciona el cerebro, muy sencillamente estructurado, de los autócratas: “O estás conmigo o estás contra mí”, como también hemos escuchado desde las “mañaneras”, o en Caracas, La Habana o Pyongyang.
Pero también hay algo que es muy común en los regímenes no democráticos: cuando las cosas se ponen mal o amenazan con empeorar, entra en funcionamiento un dicho muy conocido en México: “De que la perra es brava, hasta a los de casa muerde”. Y nuevamente es Rusia un buen ejemplo de esto. En efecto: la semana pasada, el gobierno de Putin lanzó una nueva ola de represión en la cultura y la educación. Esto ya se veía venir, por lo que, en realidad, no sorprendió a nadie en el país. El régimen lanzó un ataque total contra muchos representantes de la intelectualidad que aún quedaba en el país. No es casualidad que esta vez golpee a quienes intentaron parecer leales y no caían en la tentación de condenar públicamente la guerra en Ucrania, lo cual en Rusia es gravísimo. Hay un dicho muy apropiado en ese país: "Golpea a tu propia gente para que otros tengan miedo." Por supuesto, el mensaje de la actual ola de represión no está dirigida a los de adentro, sino a los de afuera, más precisamente, está dirigida contra los intelectuales liberales que han tratado de aparecer como leales al gobierno, pero que en realidad no lo son.
Veamos un ejemplo. Las elecciones para la nueva junta directiva de Gazprom se llevaron a cabo en Moscú el 30 de junio. Gazprom es la empresa más grande de Rusia, se dedica a la comercialización de gas y, aunque controlada por el Estado, se maneja como una empresa privada. De hecho, el control estatal es tan fuerte, que en lo que va de este año ya han muerto cinco grandes empresarios rusos ligados a esta empresa; todos ellos fallecieron en extrañas circunstancias, lo cual ya es normal en épocas de Putin. Y es que, así como en el estado de Guerrero morir de un machetazo es catalogado como “muerte natural”, morir envenenado o en circunstancias extrañas en Rusia se cataloga igual, como muerte natural. En Gazprom las cosas no han cambiado mucho, aparte de que Gerhard Schröder (ex canciller alemán, gran amigo y socio de Putin) fue reemplazado por Dmitri Patrushev, el hijo del ex director del FSB (el servicio federal de inteligencia ruso) y actual Ministro de Agricultura. Curiosamente, Vladimir Mau, el rector de la universidad de servicio civil más grande de Rusia, la Academia de Servicio Civil, fue reelegido y retuvo su asiento en la junta directiva de Gazprom. Lo curioso del caso es que para ese día ya llevaba varios días prófugo y tenía pendiente una causa penal en su contra. El mismo día, 30 de Junio, Vladimir Mau fue arrestado, solicitó una fianza (alrededor de 300 000 euros), pero el tribunal lo puso bajo arresto domiciliario.
El caso contra Mau es el golpe más significativo contra los "liberales del sistema" en Rusia desde el comienzo de la guerra. Mau fue compañero de clase de Alexei Kudrin, exministro de finanzas y amigo cercano del presidente Putin; además, también trabajó como asesor de Yegor Gaidar, exprimer ministro y artífice de las reformas de Rusia en la década de 1990. Hace diez años, Putin encargó a Mau, junto con Yaroslav Kuzminov, rector de la Escuela Superior de Economía de Moscú, que redactaran la llamada “Estrategia 2020”, un plan ambicioso para el desarrollo económico de Rusia. En ese momento, incluso antes de la anexión de Crimea, se creía que el futuro de Rusia estaba en una economía de mercado libre, en la innovación y en la superación de la dependencia de las materias primas. Como todos sabemos, Rusia ha sido uno de los países “perdedores” de la globalización, sobre todo porque no ha podido desprenderse, precisamente, de esta dependencia de sus exportaciones, casi consistentes solamente en materias primas: gas, petróleo, madera, carbón. El plan, originalmente, estaba pensado para incorporar a Rusia a la economía globalizada con algo más que estas materias primas: tecnología, maquinaria, aparatos electrónicos, etc.
Y para esto, desde la perspectiva de Putin, estaba bien que el sistema político fuera autoritario, por lo que el pueblo tendría que soportar condiciones no democráticas de vida, algo a lo que ya estaba acostumbrado, ciertamente, pues, de lo contrario, no se podrían llevar a cabo las reformas económicas que proponían los “liberales del sistema”. Mau fue uno de los ideólogos de este enfoque, pensado, sí, para modernizar hasta cierto punto a Rusia, pero también para no poner en duda el liderazgo autoritario de Putin. Estos “liberales del sistema” trabajaban convencidos de que se ofrendaban por su país, pues sin ellos el gobierno de Putin lo haría peor. Así, lo apoyaban pensando en que, si eran despedidos, no habría nadie mejor que ellos para substituirlos. Y si había represión, no habría que decir nada, pues de todas formas no habría manera de ayudar a los que caían en desgracia. Por eso siguieron colaborando con los terribles “Silowiki”, es decir, con los antiguos camaradas de Putin en el servicio secreto (KGB) y en el ejército, que se han hecho cargo, hasta nuestros días, de los principales cargos en el gobierno ruso y en las empresas “privadas” y estatales.
Sin embargo, Putin no confió totalmente en estos liberales, en abierta pugna con los amigos estatistas de viejo cuño de Putin. En estos últimos diez años, los representantes del “sistema liberal” cayeron uno a uno en desgracia. En 2016 inició la represión con los liberales de casa: el ministro de Finanzas, Alexei Ulyukayev, fue arrestado y encarcelado de manera humillante. La Escuela Superior de Economía, seguramente la universidad más popular y de mayor calidad de Rusia, fue prácticamente desmantelada. Su rector, Yaroslav Kuzminov, otro colaborador de la “Estrategia 2020” con Vladimir Mau, inicialmente trató de ser lo más útil posible para el gobierno. En 2014 accedió a entrar en política e incluso fue elegido para el Parlamento de la ciudad de Moscú, y aunque no participó en las actividades parlamentarias, ayudó a evitar que la oposición ocupara algunos escaños.
Pero esto no bastó: Kuzminov fue obligado a renunciar como rector de la prestigiada escuela superior en 2021 y este centro de estudios, que ejercía gran influencia en pensadores jóvenes, fue totalmente rehecha: en este último año, todos los profesores que habían publicado sobre temas del pensamiento liberal o que se consideraban representantes de este fueron despedidos. Y para hacer más morboso el asunto: Kuzminov está casado con la prestigiadísima economista Elvira Nabiullina, directora del Banco Central de Rusia, quien presentó su renuncia a Putin en Febrero, al estar en contra de la invasión de Ucrania. Su renuncia no fue aceptada y fue obligada a seguir al frente del banco. A ella se deben las inteligentes medidas que han evitado que el rublo se deprecie y que han ayudado a que la economía rusa resista las sanciones económicas occidentales, pues es un verdadero genio en su disciplina. Pero para obligar a Kuzminov a irse y a Nabiullina a quedarse, los servicios secretos rusos dieron a conocer un video íntimo de Kuzminov con otra mujer y amenazaron con difundirlo. Víctimas de estos finísimos medios de chantaje, él tuvo que irse y ella tuvo que quedarse.
La Duma (el parlamento ruso) ya ha declarado, por medio de su vocero, que todos los profesores universitarios que no apoyen la “acción militar especial” en Ucrania deberán ser despedidos, por lo que estas acciones de “limpieza” ya han comenzado en algunas instituciones de educación superior rusas, algunas de manera discreta, algunas de manera más ruda y violenta. Así que ya no basta con no protestar: ahora hay que apoyar abiertamente a Putin en sus fechorías y grabarse una “Z” en la frente.
En el ámbito de la cultura pasa lo mismo: muchos funcionarios, ex funcionarios, artistas de todos los ámbitos, directores de teatro y de escuelas de arte también han sido despedidos al no haberse declarado abiertamente a favor de esta “operación especial”. Muchos teatros, algunos de fama mundial como el “Centro Gogol”, han sido cerrados y sus trabajadores humillados y despedidos.
Pero Putin no es el único autócrata que se lanza contra las universidades y contra la ciencia y la cultura si no siente que están con él. Aquí en México, aunque en otras circunstancias porque la cultura política es otra, la 4T lo ha intentado: recordemos los ataques contra las universidades o contra instituciones como el CIDE, las campañas del CONACYT y de la SEP contra universidades privadas, la desaparición de los fideicomisos que apoyaban a las ciencias y a las artes y el desprecio por la cultura y por quienes piensan diferente. Así que ya lo sabemos: para los autócratas, sean güeros o tropicales, vale la máxima de “Les Luthiers”: “el que piensa, pierde”.