“Pasión por la verdad”
Tal vez la pasión por la verdad sea uno de los rasgos más distintivos de un universitario, de un sincero académico.
Mucho se ha escrito sobre la verdad y no puedo sino subirme a los hombros de gigantes para otear el horizonte. Por una parte, siguiendo a Aristóteles, verdaderos son nuestros conocimientos cuando éstos se apegan a la realidad extramental. La expresión escrita en su Metafísica sintetiza su posición: ‘la pared no es blanca porque yo diga que es blanca, sino que digo que es blanca porque es blanca’.
Pero, ¿sólo son susceptibles de ser verdaderos los conocimientos? ¿No acaso también pueden ser verdaderos un sentimiento, una palabra, un compromiso o un amor? Verdad entonces es también una correlación de sinceridad y de rectitud con la realidad intramental, y en esta aproximación, fue más bien san Anselmo de Canterbury con su descripción de la ‘rectitudo mentis’ quien dio en el clavo. Pero, ¿es posible una perfecta correlación o adecuación, entre la persona y la realidad externa o entre la persona y su mundo interior?
Esta “adecuación” es, por usar un término, “asintótica”. No se termina de alcanzar nunca. ¿Por qué? En parte, por la finitud del espíritu humano; en parte, por la inmensa riqueza de lo real. Veamos estos dos flancos con más detalle. En su proemio al Comentario al Credo, santo Tomás de Aquino lanza una frase extraordinaria: “ningún filósofo (científico) ha podido conocer perfectamente la naturaleza de una mosca”. Ni siquiera de un pequeño insecto, como la mosca, el mosquito o la abeja, lo sabemos todo. Cada vez sabemos más y más, descubrimos nuevas propiedades de su veneno, resolvemos enigmas sobre su vuelo, la configuración de sus ojos o cómo metabolizan lo que ingieren. Nunca terminamos de saber perfectamente todas y cada una de las características de lo que nos rodea. La mente es finita, la realidad es extraordinariamente rica en posibilidades y significados. Tal vez por eso los griegos a la verdad la llamaron ‘aletheia’, que significa, literalmente, lo que se desvela, lo que se va descubriendo (a-lethos) poco a poco, lo que se des-oculta.
Todo, en cierta manera, no deja de ser un ‘misterio’. Ciertamente un misterio accesible, siempre más accesible, aunque insondable en su más profunda raíz. Ante la realidad cabe una cierta actitud de reverencia, y cuánto más, si se trata de la ‘realidad humana’, que es persona, es decir, es digna. La reverencia es el anverso, su reverso se llama humildad.
Por tanto, buscar apasionadamente la verdad, la verdad del cosmos, de nosotros mismos, de Dios… implica la actitud humilde de quien sabe que nunca terminará de saber; implica el estupor y el asombro, esos ojos de niño sorprendido cada que avanza en la investigación y descubre nuevas aristas; implica la infatigable tarea de hacer comunidad, pues juntos vemos la realidad y nos aproximamos a ella mejor que si lo hacemos en solitario.
En una homilía (2 sep 2012) Benedicto XVI pronunció estas palabras:
“Nadie puede decir «tengo la verdad» —esta es la objeción que se plantea— y, efectivamente, nadie puede tener la verdad. Es la verdad la que nos posee, es algo vivo. Nosotros no la poseemos, sino que somos aferrados por ella. Sólo permanecemos en ella si nos dejamos guiar y mover por ella; sólo está en nosotros y para nosotros si somos, con ella y en ella, peregrinos de la verdad.
Creo que debemos aprender de nuevo que «no tenemos la verdad». Del mismo modo que nadie puede decir «tengo hijos», pues no son una posesión nuestra, sino que son un don, y nos han sido dados por Dios para una misión, así no podemos decir «tengo la verdad», sino que la verdad ha venido hacia nosotros y nos impulsa. Debemos aprender a dejarnos llevar por ella, a dejarnos conducir por ella. Entonces brillará de nuevo: si ella misma nos conduce y nos penetra”.
Leamos y releamos este texto. Veamos la finura y profundidad de los términos utilizados: “dejarnos guiar y mover”, “ser peregrinos”, la verdad como “don”, “ella nos conduce y nos penetra”. Ser universitario es comprender que la verdad nos excede y que, en último término, no la poseemos sino la anhelamos apasionadamente y la buscamos comunitariamente. Para el creyente hay una certeza en medio del vértigo que causan las asíntotas: Cristo es la Verdad… incluso, Él es el Camino que conduce a la Verdad, y Él la Vida gracias a la cual se emprende el camino.