“El trato personal”
La Universidad, desde sus orígenes en la Alta Edad Media, se fraguó como el lugar del encuentro del hombre con la verdad, y en la verdad, del hombre con el hombre y del hombre con la Verdad Suma. Este encuentro fructificaría en la toma de conciencia de sí mismo como creatura digna y libre, de su misión cabe el mundo y cabe sus semejantes y de la aproximación paulatina, pero constante y comunitaria, hacia la realidad, para comprenderla, valorarla y ennoblecerla a través del encuentro académico entre personas.
Newman, en uno de sus discursos, afirmaba “University seems to be in its essence, a place for the communication and circulation of thought, by means of personal intercourse…” (“La universidad parece ser, en su esencia, un lugar de comunicación y circulación del pensamiento, por medio del trato personal…”)
A veces tendemos a acentuar demasiado el carácter inquisitivo de las universidades, su actividad investigadora seria y profunda, su constante e insatisfactoria búsqueda de la verdad… y no acentuamos de la misma manera el que esta búsqueda se debe hacer “comunitariamente” o través de un “trato personal”.
Si lo que queremos es el último hallazgo o el estado del arte respecto a un tema, por ejemplo, los usos del litio en determinados semiconductores o el comportamiento del tití marrón de Urubamba en situaciones de estrés, no es necesario ir a una universidad. Basta una cuenta –no siempre barata, dicho sea de paso– para acceder a bases de datos especializadas. Una biblioteca (física o digital) también es un lugar donde “se puede buscar la verdad”. También lo puede ser –si fuéramos un poco más socarrones– una peluquería o una lavandería. Total, que ni una base de datos, ni el internet, ni la biblioteca municipal (ni una prestigiada lavandería) son universidades. Y es porque a todas esas instanciaciones de búsqueda de la verdad les falta el carácter interpersonal y comunitario de la búsqueda.
Por tanto, la búsqueda de la verdad, búsqueda apasionada, es un elemento imprescindible para que una universidad sea universidad y, sin embargo, no es el único elemento. Falta el “trato personal”. Pero, ¿qué entendemos por trato personal? Newman, cuando fue creado cardenal, tomó como lema el que tenía san Francisco de Sales: “Cor ad cor loquitur” (“hablar de corazón a corazón” o bien, “el corazón habla al corazón”). Creo que en ese lema está encerrado lo que significa “trato personal”. Porque no se dice “trato individual” o “relación intersubjetiva”. Se dice trato “personal”, es decir, tratar al otro como “persona”, con el peso específico que esto significa, con toda esa dignidad y valía que las realidades personales suponen. Tratar como persona a un estudiante es que nos importe su vida, su historia, su proyecto, su familia, su circunstancia vital, sus necesidades y anhelos… A todo lo anterior, que es lo más profundo de una persona, la tradición lo denominó “corazón”.
¿Quiénes en mi historia de estudiante universitario me marcaron decididamente? Los que me interpelaron, los que me inflamaron, los que me ayudaron a forjar convicciones profundas, es decir, los que hablaron a mi corazón. Y, ¿cómo lo hicieron? Desde su corazón. No había recetas, no había tutorías enlatadas o charlas repetitivas. Me abrían su historia de vida, sus finitudes, me compartían sus proyectos, sus anhelos, sus esperanzas, su sabiduría de vida, sus miedos… me hablaron desde su corazón. Y tiene razón Newman, el corazón escucha a otro corazón.
Por eso la vida universitaria requiere autenticidad, apertura, confianza. La universidad motiva a relaciones serias y profundas, de recíproca interpelación, de crecimiento mutuo, de “comunión”. El gran Benedicto XVI afirmaba en un discurso “[...] toda universidad tiene por naturaleza una vocación comunitaria, pues es precisamente una universitas, una comunidad de profesores y alumnos comprometidos en la búsqueda de la verdad y en la adquisición de competencias culturales y profesionales superiores (…) Toda universidad debería conservar siempre la fisonomía de un centro de estudios ‘a medida del hombre’, en el que la persona del alumno salga del anonimato y pueda cultivar un diálogo fecundo con los profesores, que los estimule a crecer desde el punto de vista cultural y humano” (Discurso en la Universidad de Pavía, 22 abr 2007).
Este texto es muy significativo, porque subraya la adquisición de personalidad social, es decir, el reconocimiento racional que de alguien hacen otros. El diálogo fecundo entre un profesor y un estudiante, es decir, el tiempo antes, durante y después de clase, en el aula o en los pasillos, en el asesoramiento o en la tutoría, tiene como efecto colateral el que el estudiante, al ser interpelado directamente, responda también desde sí. De esta manera, la búsqueda de la verdad sobre el cosmos y sobre la sociedad, se vuelve a la par búsqueda de la verdad sobre uno mismo, búsqueda que se resuelve en el acto personal de responder, desde nuestra vocación y profesión, a la Verdad que desde nuestro corazón nos interpela.