“Los riesgos de una universidad gamificada”
Creo fervientemente en la innovación educativa. Primeramente, creo que quien relee la historia de la pedagogía con rigor y honestidad, se dará cuenta que los pedagogos católicos fueron disruptivos y hasta revolucionarios en la organización escolar, la didáctica, las metodologías, etc. Lo más tradicional -si entendemos por tradicional el seguir a pie juntillas la tradición- es ser innovadores.
Mi segundo motivo para creer en la innovación educativa proviene de una enseñanza de un doctor de la espiritualidad: san Francisco de Sales. Él afirmaba que, respecto a la espiritualidad, no se puede permanecer en el mismo estado; en sus palabras, “quien no gana, pierde; quien no asciende, desciende; quien no sale victorioso, es vencido”1. Pues bien, me gusta extrapolar su enseñanza en otros terrenos. Uno de los terrenos en que es verdad que quien no asciende, desciende, es el del aprendizaje. Y para muestra, pensemos en el dominio de un idioma: si alguien no lo practica, lo olvida; si no está en contacto con la lengua, pierde la habilidad. Y en este sentido podríamos entender también que la innovación educativa es ese subir, es ese constante ascenso y mejora. Cualquier docente que pretenda hipotéticamente permanecer igual (respecto a sus conocimientos profesionales o didácticos), en el fondo desciende. En educación, pues, o se avanza o se retrocede.
Pero subir no siempre es fácil. Subir -lo saben los que escalan cumbres y montes-, es tarea ardua. Yo dejé de fumar hace un poco más de dos años; ésa fue una de las conquistas más grandes que he tenido en la vida. Ésa, y las otras conquistas significativas, tienen un común denominador: me costaron muchísimo esfuerzo. El esfuerzo me ayudó a aquilatar la conquista. Uno y otra son directamente proporcionales. Y lo mismo veo en mis hijos, en mis colegas, en mis amigos, en mis alumnos: lo que es fruto del trabajo y el esfuerzo se aquilata y tiene un poder formativo tremendo.
Por supuesto, no se puede vivir constante y perpetuamente en estado de “esfuerzo” y fatiga, en el dolor (físico y espiritual) que causa el ascenso. Es necesaria la calma y la diversión, el descanso y el sosiego. Lo lúdico, sin ser la única vía de placer, tiene un lugar importantísimo en la vida humana. ¡Y vaya que sí! Quien pueda, lea el extraordinario libro de Johan Huizinga, Homo ludens. Los días humanos transcurren en esta paz generada por el fino balance entre esfuerzo y descanso, entre lo lúdico y el tesón.
Pero se está desbalanceando la ecuación. Hoy a nuestros niños -a nuestros hijos- sólo les hacemos experimentar cosas lúdicas, divertidas, graciosas, placenteras. Estamos amputando de sus vidas unos elementos fundamentales: la conquista, el esfuerzo, la garra, la resistencia. Y quien recibe gratis (pero no sabe cuánto cuesta aquello regalado) termina por despreciar el regalo mismo.
Estamos engendrando una generación de aburridos, de personas que, si no tienen la cosquilla que da el tik tok gracioso, pronto se entufan. Juzgarán de mal maestro al que no era simpático (lo que para ellos es simpático), al que desafiaba, retaba y exigía. Lo tildarán de mal didacta. Y éste, si muerde el anzuelo, el siguiente semestre hará de su clase una experiencia 100% lúdica, placentera, gratificante.
Aquí entra el gran tema que hoy, en innovación educativa, se denomina ‘ludificación’, mal llamada ‘gamificación’ (desaconsejado por la RAE) y que abunda en la literatura educativa más reciente. La hipótesis (sueño) de los más osados defensores de esta postura es que la experiencia de aprender sea lo más parecida a la de un videojuego: placentera, atractiva, interactiva… de esa manera el estudiante aprenderá y aprenderá, permanecerá en contacto permanente con los objetos de aprendizaje, investigará y cavará hondo, generaremos una camada de jóvenes enamorados de la profesión como nunca antes.
Pero, ¿quitar todo lo displacentero, no acaso implica desaparecer todo lo que suponga el ‘esfuerzo’? ¿Subirán cumbres las generaciones gamificadas? ¿Serán una generación sin capacidad de paciencia, resistencia, valentía, fortaleza, perseverancia…? Nadie abogaría en su sano juicio por una suerte de masoquismo pedagógico, pero no es hora de caer en el extremo opuesto: la posición ingenua de pensar que sólo la carretera de la diversión es la única que ahora debemos transitar los educadores. Lamentablemente, esta última posición se está volviendo dogma.
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1 “Et de demeurer en un estat de consistence longuement, il est impossible: qui ne gaigne, perd en ce traffiq; qui ne monte, descend en cette eschelle; qui n'est vainqueur, est vaincu en ce combat”. Traite de l'amour de Dieu, III, 1.