En la columna anterior quedó establecido que, en el ámbito cultural, entre los mexicanos y los europeos, específicamente los alemanes, existen grandes diferencias. Que mientras para los primeros, llenarte de besos es normal, los descendientes del hombre Neandertal prefieren respetar el espacio vital de sus interlocutores. Lo anterior, a veces crea situaciones extrañas, por ejemplo, hace unos días un compañero de clase en la que el tema principal fue diferencias culturales me preguntó si podía abrazarme para despedirse. Mi reacción fue algo como “sí, claro. No creas que eres el primer mexicano con quien tengo contacto”. Otra anécdota curiosa me sucedió la primera vez que vine a México como au pair, un programa para vivir con una familia en el extranjero (en este caso México), que a cambio de alojamiento y comida, cuidas a sus hijos, puedo decir que en ese entonces, ninguna de las dos partes estaba preparada para convivir con una persona de una cultura tan diferente. De este hecho me percaté al final, cuando al platicar con la abuela de los niños -quien era la persona con la cual pasaba la mayor parte del tiempo-, las dos expresamos nuestra tristeza de la pronta partida. Sin embargo, no quería dejar las cosas al aire así que le pregunté por qué la familia no se sentía cómoda conmigo. Su respuesta me sorprendió bastante, pues me dijo que los papás percibieron poco interés en ellos, o en sus vidas pues nunca les hacía preguntas. No entendí el motivo de su queja en mi comportamiento, ya que sí me interesaban sus vidas, pero parecía que a sus ojos no era así. Entré en el dilema de cómo pudo pasar eso y cómo habíamos llegado a ese punto. La respuesta resultó tan fácil como difícil: por la cultura. Lo que pasó fue que se enfrentaron dos culturas que tienen dos conceptos muy diferentes del llamado espacio personal. Para una es muy importante y habla del respeto frente a la otra persona y en la otra, esa expresión probablemente ni siquiera aparece en el diccionario.Es decir, para mí fue algo muy normal no hacerle preguntas personales e íntimas a las personas que prácticamente eran mis jefes. Los alemanes creemos mucho en que, si una persona quiere contar algo, lo va a hacer sin la necesidad de ser preguntado. Y raramente hay algo más vergonzoso que hacer una pregunta que incomoda a la otra persona.En contraparte, los padres al parecer querían que hiciera más preguntas sobre su día, su trabajo o su tiempo libre para darles a entender que tenía interés en conocerlos y ser parte de su vida familiar.Además de eso, he experimentado que aquí en México escasamente hay aspectos de tu vida que son al 100% privados. Un ejemplo: la madre de una amiga alguna vez me contó que, cuando estaba embarazada, la gente se le acercaba, le tocó su panza y le dieron consejos sobre qué comer, qué hacer y qué no hacer. Esto para mí es una violación tan grave del espacio personal que ni siquiera sabría cómo reaccionar ante esa historia.Obviamente, puede haber un alemán abierto y amistoso, así como un mexicano que padezca ese raro sentimiento que el resto del mundo conoce como incomodidad porque invaden tu espacio personal. Aunque si somos honestos, el contrario es mucho más común.¿Entonces qué es lo que deben llevarse de esto? Pues principalmente que la situación muchas veces puede ser diferente a lo que parece, especialmente cuando se trata de otra cultura, es mejor preguntar y hablar del asunto antes de suponer lo peor. Así que sean abiertos, pues aunque a nosotros, como extranjeros, nos gustaría saber más de sus vidas, no sabemos cómo preguntar,
Por: Paco rubín
Respiró Martina el olor de una flor y los pulmones se le hicieron mariposa.A Martina el corazón le saltaba, pero no era el corazón sino los pulmones hechos mariposa.El cuerpo le aleteaba por dentro, por todo adentro.Todo el pueblo miraba entonces a Martina y hacía fila para verla de cerquita porque Martina tenía atrapada una mariposa bajo la piel y los huesos.Martina era Martina, pero era una jaula. Su cuerpo era una jaula. Sus costillas los barrotes de esa jaula donde había una mariposa en cautiverio. El pueblo la miraba.Y Martina no pudo más y abrió la boca grande grande como si su boca fuera una cueva, y de a poquito salió la mariposa por su boca y se fue volando pintando el aire de colores.Y el pueblo no tenía ya espectáculo y se retiró de a poco, hasta que se quedó sola Martina. Sola. Deseando ser una oruga.
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ReporterosDafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/CulturaGibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social
OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
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