La comunicación realmente no es algo fácil. Cuando no digo nada estoy mostrando desinterés y cuando digo algo soy grosera y ofensiva, ¿Cómo llego a esta conclusión? Les explico:
Érase una vez que mi compañera del departamento, María* dejó que su novio se quedara con nosotras un rato por cuestiones de su trabajo. Normalmente sólo la visitaba los fines de semana, pero esa vez pasaron días tras días y todavía noté su presencia. Dejó la puerta del cuarto de mi compañera abierta, cerró la puerta principal de una manera diferente y olvidó su laptop en la mesa de comedor. Después de una semana y media me atreví a preguntar a mi compañera por la razón de su estancia y ya me lo explicó. Después de dos semanas regresó su novio al DF, donde trabajaba normalmente, y todo estaba bien.
Poco después, vino su novio, en lo siguiente llamado Juan*, otra vez un domingo en la noche y se iba a quedar, y allí decidí preguntarle directamente por cuánto tiempo sería. No sé ustedes, pero a mí me gusta saber quién vive en el cuarto de al lado, entonces fue nada más por eso. En la siguiente mañana vi a su novio sentado en la sala y aproveché la oportunidad para dirigirme directamente a él. Dije lo siguiente:
“Oye, tengo una pregunta. Es que María no me avisó la otra vez que te quedaste esas dos semanas y fue un poco raro, por eso te quería preguntar directamente cuánto tiempo te vas a quedar, aproximadamente, esta vez. Sólo para que no sea extraño”. Quizá si ustedes leen esto, piensan algo como “¿cómo pudo preguntar esto?” o quizá piensan como yo, que esa fue una pregunta muy normal y razonable. Yo jamás me hubiera imaginado lo que pasó después.
Su novio avisó a mi compañera de departamento y ella escribió super indignadamente a mi novio mexicano para decirle que cómo es posible que le haya preguntado eso a Juan. Después también me escribió a mí.
Y otra vez me quedé con la pregunta de “¿qué pasó?”. Lo que había pasado fue esto: Yo quería saber cuánto tiempo se iba a quedar su novio, porque me gusta tener toda la información. Ella entendió que yo odiaba a su novio y que lo quería sacar del departamento hoy que mañana, y nadie estaba mal, aunque tampoco tuvimos toda la razón. Eso, obviamente, tiene fondos culturales o no estuviera escribiendo sobre ello.
Los alemanes somos muy eficientes. Nos gusta encontrar problemas y mejorarlos, y somos mucho mejores en criticar que en elogiar, ¡no lo hacemos por mala onda!, lo hacemos para que se den cuenta del problema y para que lo mejoren. Y la manera más eficiente de solucionar algo es hablarlo en una manera directa. Entonces cuando yo digo “¿cuánto tiempo te vas a quedar?” lo que quiero decir es eso, nada más y nada menos. Pensamos que, si no decimos las cosas directamente, la otra persona tal vez no va a entender a qué nos referimos, no va a ver el problema, por ello no va a resolverlo, no mejorará nada y no habrá eficiencia. Fin de la historia.
Los mexicanos son un poco diferentes, todo lo que se dice tiene que ser interpretado, sea el comentario de “mañana hacemos algo juntos” o cuando alguien te dice que “quizá se podría considerar la posibilidad de intentar verlo desde otro ángulo”, porque la interpretación de eso probablemente es “nunca vamos a volver a vernos” y “lo hiciste mal”.
Cuando un mexicano dice “mañana comemos juntos”, para un alemán es un hecho, no es una promesa, pero así lo tratamos. Por eso nos enojamos cuando se cancela la cita sin disculpa y en algunos casos incluso sin aviso. Pero el mexicano, al ser confrontado con ese escándalo, probablemente puede pensar algo como “¿nos íbamos a ver?”. Hasta ahora no pude encontrar una solución para este problema, ya que es algo tan profundo en nuestras culturas y mentalidades que es casi imposible cambiarlo. Mi método es practicarme en paciencia y quizá algún día aprendo que “mañana hablamos”, aquí significa “en algún momento, en el futuro, te voy a marcar espontáneamente, o quizá no”.
*todos los nombres fueron cambiados.
Por: Paco rubín
Clementino vivía solo. Estaba solo. Hasta su soledad lo había abandonado y desde hacía mucho tiempo no escuchaba la voz de nadie. El día que sucediera, el sonido le afectaría, puesto que sus tímpanos se habrían hecho vulnerables al ruido.
En donde habitaba, no existía el eco, así que por más que gritara, Clementino no escuchaba ni siquiera su propio grito. Clementino iba enloqueciendo de a poco.
Cierto día y falso día, un loro llegó a su árbol. Clementino lo miró y el loro habló.
Clementino no conocía a los loros, y al escucharlo quedó loco. También sordo.
Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación InternaGrecia Juárez Ojeda, DirectoraCristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de InformaciónJesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de FotografíaEric Contreras Santos, Jefe de Fotografía DeportivaArlette Sánchez Santos, Editora
ReporterosDafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/CulturaGibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social
OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
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