Por: RC.P.H.
¿En dónde se ocultó? ¿Dónde te has escondido? Hace mucho que te busco y no te encuentro, has dejado la página en blanco, la tinta se ha secado y mis ojos se han cansado. ¿En dónde estás? Hace días que grito tu nombre y no respondes ¿Te he hecho enfadar, volví a equivocarme?
Admito que a veces olvido tu nombre. Desconsiderado soy por no pensarte noche y día, por no besarte noche y día, por no ser contigo noche y día.
Alguna madrugada te perdí en uno de los pocos rincones que mi mente guardada; te dejé como se deja la esperanza y te olvidé como olvidan los amantes. ¿Eres esquiva? Tu nombre es musa inspiración.
Los años enfermaron en mis manos y no soy ya capaz de invocar ni la sombra de tus ojos. Si te tengo es por un suspiro y si suspiro es por noches de agonía. Dejaste la página en blanco, la tinta seca y mis ojos cansados de esperar en el desvelo.
Musa inspiración abandonó esta columna. Dejó ideas sin pensamientos y lecturas sin lectores. Pero musa inspiración no traiciona, «es» aun cuando no está.
Y anoche no supe qué dedos mover, no supe de temas ni de críticas, de invitaciones o de incitaciones. Anoche no quería escribir mi columna así que esto escribí. No es una columna, lo sé, pero son palabras sinceras y eso, me place.
Pero si ustedes, si ustedes piden lo que pide la exigencia podré hablarles de algo que no es idea sino preocupación.
Desde hace días que estoy perplejo ante mi incapacidad de escribir. Podría asegurar que me estoy secando como el limón olvidado en el refri. Debo admitir que no tenía ninguna expectativa para este año –hace mucho que olvidé las expectativas- pero me gusta, por instante de un sueño, creer que tenemos la posibilidad de volver a sorprendernos.
El tiempo no enseña, tan solo transcurre. De enseñar la mujer y el hombre, el niño y el anciano. El tiempo y los años son una excusa para la emancipación del deber.
Recién alterado por mi condición pensaba en la intemporalidad en la que el mexicano vive. ‘Ahorita’ es un infinito y ‘luego’ proximidad, podrías pensar que además es acción del presente actuar. Si has tenido la desgana de leerme en columnas pasadas sabrás que mi afición es la Filosofía de lo mexicano –repensar lo que significa ser mexicano- y por tanto, mi tesis actual versa en este hermoso tema el cual se ha visto obscurecido por mi falta de motivación para escribir.
Recién alterado por mi condición pensaba en la intemporalidad en la que el mexicano vive. No quiero creer que esto sea algo común entre los tesistas pues, muy triste sería que todos estuvieran condenados a vivir lo que yo. ¿Es esquiva la inspiración? Tal parece que sí. Por tanto, no ofrezco pasos fantasiosos para recobrar la inspiración ni mucho menos. Tampoco busco pecar de optimista y confortarlos con dulces palabras que repetirán hasta mentirse a sí mismo. Ofrezco una vida que se estanca ante el monitor. Un alma asolada por su propia incapacidad de no saber hilar un argumento. Así empieza mi año y así mi primer intento de columna.
Nunca me he jactado de tener una columna, soy consciente de mi propia decadencia y por ello agradezco que tan pocos me lean. No obstante también agradezco a esos pocos que me leen. Sin decir más. La inspiración de lo que no ha sido es sin duda el mayor de los tormentos. Nos encontramos ante una página en blanco que no se ha escrito porque no hay un motivo para escribir o peor aún, hay motivos, hay razones suficientes y de gran pesar para hacer, pero somos débiles antes nosotros mismos.
Si de mi desgracia una luz quieres rescatar te invito, querido lector mío, querido amigo, querido profesor, a mirar tu página en blanco y descubrir qué razones tienes pero no escribes. Que apenas van 20 días de un tiempo que no es tiempo sino movimiento y de esas horas, muchas están detenidas en tus manos. ¿Por qué no has escrito?
RECADITOS
Lucila: Espero que todo mundo tenga un muy bonito inicio de semestre.
Toño: Saludos a toda la comunidad universitaria, éxito en este nuevo semestre,
espero que para todos sea muy provechoso.
Rebe: Feliz de estar de regreso en la UPAEP, realmente las vacaciones se fueron
volando.
Irene: Les deseo a todos mis compañeros de la carrera de Logística un muy bonito
semestre primavera 2020.
Denisse: Buena suerte a todos los jóvenes que hoy están eligiendo plaza para el
servicio social.
Tomas: Me siento muy contento por estar iniciando un nuevo año y un nuevo
semestre.
Aurora: Bienvenidos a todos los alumnos de esta universidad, espero que este
semestre sea bastante bueno para todos.
Socorro: Saludos a todos los muchachos que desde la primera semana están
tomando nuevamente su rutina en el área deportiva.
Jenny: Un gran saludo a los alumnos que estarán tomando Administración con el
profesor Carlos Cesar.
Mire: Espero que todos mis amigos del área de Ingeniería tengan una muy bonita
semana de inicio de semestre.
Luis: Éxito a todos mis compañeros que están en el último semestre de la carrera
de Contaduría.
Esteban: Les deseo a todos los lectores que este año esté lleno de bendiciones.
Por: Paco Rubín
El catrín sintió calor.
Se quitó el sombrero.
El calor insistía.
Deshojó entonces el árbol y volaron los pájaros de su cabeza.
La picadura fue certera y ponzoñosa en mitad de la noche. La sensación y dolor comenzaron como un pellizco que se prolongó por varios segundos a lo largo de su pierna, pero el cansancio lo venció, se quedó dormido sin darle importancia, pero el veneno lo invadía poco a poco recorriendo las venas. Una hora después, el daño ya se había consumado.
Roberto nunca le ha tenido miedo a los insectos y sin temor mata arañas, ciempiés, moscos, piojos, pulgas, garrapatas, alacranes o cualquier bicho extraño que se meta en su casa; algunas ocasiones hasta los agarra con la mano para depositarlos en el jardín y dejarlos que sigan con vida o se metan a casa del vecino.
Viajar a la Ciudad de México era parte de su trabajo, pero en esta ocasión quería experimentar algo nuevo. No se iba a hospedar en un hotel tradicional sin chiste, con los mismos lujos y detalles de siempre. Se puso a buscar en internet. Quería uno de los hoteles boutique que tanto se están poniendo de moda por todo el centro histórico. Se quedó con el que más comentarios positivos tenía en Facebook, además le ofrecían un desayuno americano gratis que fue lo que terminó por convencerlo.
El hotel se ubicaba en la calle de Sullivan, enfrente de una clínica del Seguro Social. El barrio no tenía muy buena reputación y la zona no se veía bien por la muchedumbre de pacientes siempre pegada a las puertas del hospital y los puestos ambulantes. El único lugar para estacionar el auto se encontraba a media cuadra. Tuvo que caminar para llegar a la recepción, pero ya adentro, las instalaciones no se veían nada mal. Parecía un hotel de los años cincuenta, pero se notaba que la remodelación la había realizado algún diseñador urbano con buen gusto y le habían dado nueva vida, con un toque de modernidad que contrastaba con lo clásico de la arquitectura del edificio.
La habitación le despertó un recuerdo inevitable de casa de sus abuelos provocado por los azulejos de cerámica, los muebles de baño y las puertas de madera. Eso sí, la recamara era moderna, llena de colores vivos y pudo percibir un olor a pintura recién aplicada. La cama estaba muy acolchonada, cerca de la ventana, como le gustaba. Dejó las persianas abiertas para poder observar el paso de los aviones que cada sesenta segundos pasaban como un cronómetro interminable. Así, ya en calma, disfrutó las luces de la ciudad mientras veía el movimiento desde el cuarto.
Estaba muy cansado. Decidió no bañarse y mejor acostarse para que le rindiera más la noche; el ruido de sirenas y carros lo arrullaron como un niño. Se quedó dormido como a las diez de la noche. La primera sensación extraña le llegó aproximadamente una hora después. Sintió un fuerte pellizco en la pierna. Pensando que era un calambre, se sobó y se volvió a dormir gracias al agotamiento que sentía. A la una de la mañana, el dolor apareció, pero ahora en el brazo, tocó con cuidado la superficie del colchón, creyendo que algún resorte estaba salido y se le estaba encajando en el cuerpo, pero nada, todo parecía normal y terso. Se sobó lentamente; al rozar la piel, sentía punzadas, pero el sueño le ganaba y cerró los ojos nuevamente.
Lo siguiente que percibió fueron unos pequeños pasitos a lo largo del estómago, hacía mucho calor y atribuyó la sensación a las gotas de sudor que corrían a lo largo de su abdomen. Después sobrevino la punzada más fuerte en la mejilla, primero el dolor y luego el adormecimiento lento de la cara conforme el veneno recorría sus venas. No pudo más. Prendió la luz y caminó al baño para ver qué le estaba pasando. Iba nervioso, tocándose el rostro, sintiendo cómo se iba dilatando el cachete, además de un ardor insoportable cerca del ojo. Frente al espejo del baño, alzó la mirada esperando que solo fuera una pesadilla y no apareciera nada. Ante sus ojos estaba un enorme grano rojo, del tamaño de su dedo pulgar, con un punto negro en el centro, del que emanaba un líquido viscoso. Ni siquiera lo podía tocar, le dolía mucho y cuando lograba tocarlo, una gota como de pus escurría y le quemaba la mejilla, así que decidió no hacerlo más. Era como un barro de adolescente, pero ahora estaba tres o cuatro veces mayor, parecía que iba a estallar frente al espejo.
Metió la cara en el chorro de la regadera, esperando que el agua fresca le bajara la hinchazón. Después de cinco minutos nada pasaba y el grano y el dolor aumentaban cada minuto. ¿Qué iba a hacer al día siguiente? Tenía muchas citas importantes, varios clientes lo esperaban desde temprano. No podía cancelar, se habían planeado con varias semanas de anticipación, además, con eso cubriría sus cuotas mensuales de ventas. Estaba desesperado, buscó en la maleta alguna pastilla para disminuir el dolor. Solo tenía paracetamol, se tomó dos cápsulas y no paraba de regresar al espejo para ver cómo seguía, pero el grano seguía ahí. La cara adormecida, el calor en la mejilla, el líquido escurriendo y el sin nada que hacer en medio de la madrugada en la soledad de su cuarto boutique.
Regresó al dormitorio. Prendió todas las luces, destendió la cama, quitó las fundas de las almohadas, movió el colchón, sacudió las sábanas, revisó en todos los rincones, prendió la luz del celular, alumbró en el piso buscando algo, un insecto, una araña, una chinche, una cucaracha… pero nada, entre más buscaba, más se desesperaba por no encontrar algo arrastrándose por ahí, mientras el ardor le quemaba la cara.
Bajó a la recepción en pijama, quería pedir algún insecticida o alcohol para esparcir alrededor de la cama y matar lo que le había provocado la picadura. Desafortunadamente no había nadie, todo estaba vacío, alcanzó a ver al guardia en la entrada y le dijo que no había personal en la noche y que la secretaría llegaba hasta las nueve. Lo insultó, le mostró la picadura de su cara y vio cómo se aguantó la risa. Al no ayudarle en nada, le preguntó por un botiquín de primeros auxilios o al menos una botella de alcohol y pues tampoco sabía nada, todo estaba bajo llave y él solo estaba encargado de cuidar la puerta.
Decepcionado, regresó a la habitación, se escondió a un lado de la cama y apagaba y prendía la luz, esperando que el bicho o la araña se asomaran con la luz apagada y é pudiera descubrirla al prenderla nuevamente, mientras el grano crecía, y él ya temía que le fuera a salir un Alien o una larva de la cara en cualquier momento. A las cinco de la mañana, cansado y derrotado, se fue a dormir en la tina del baño para intentar descansar al menos una hora y esperar un milagro al amanecer.
Cuando la alarma del celular sonó por tercera vez ya eran las siete de la mañana. Se le había hecho muy tarde, sacó las sábanas de la bañera y le abrió a la regadera sin mirarse al espejo. Dejó que el agua le recorriera la cara, ya no le ardía; con mucho cuidado tocó la mejilla, el grano había desaparecido. Sorprendido, movió la cortina del baño y se miró al espejo. Todo estaba normal, nada en la cara, nada en el cuerpo y solamente las marcas de la desvelada en su semblante y en sus ojos.
Aliviado, se vistió y bajó por su desayuno de promoción, que no se quería perder. En lo que esperaba los alimentos, le contó al mesero de su pesadilla nocturna y este le dijo que quizá era una de las historias ocultas que se guardaban en las habitaciones por ser un hotel tan viejo y con quién sabe cuántos huéspedes a lo largo de más de setenta años de funcionamiento.
—No se angustie mi joven, ya pasó el susto. ¡Está usted vivito y coleando! Buen provecho, disfrute su estancia y alimentos –le dijo.
Ese día las citas y los clientes no le permitieron recordar la experiencia. Por la noche manejó entre el tráfico y regresó a su casa. Ni siquiera se lo platicó a su mujer para que no pensara que estaba loco y lo tomara como una lección por andar experimentando hoteles raros que solo a él se le ocurría visitar.
A muy pocos de sus amigos nos contó lo que pasó ese día. Lo único raro que he notado es que ahora le encanta el olor de la basura y a veces husmea en las bolsas que sacamos a la calle. También lo caché comiendo carne cruda en la parrillada de mi cumpleaños. Cada mañana, saca a pasear a sus perros en frente de mi casa, y he descubierto que, tras recoger el excremento se chupa los dedos. No creo que sea anormal, debe ser por su edad, ¡la gente empieza con cada vicio! Además, a todas las personas mayores como él se les llenan las piernas de vellosidades, aunque las suyas desaparecen al medio día. Debo dejar de preocuparme, siempre ha sido el bicho raro de la cuadra.
Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación InternaGrecia Juárez Ojeda, DirectoraCristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de InformaciónJesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de FotografíaEric Contreras Santos, Jefe de Fotografía DeportivaArlette Sánchez Santos, Editora
ReporterosDafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/CulturaGibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social
OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
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