Muchas veces he oído decir a la gente: “yo nunca le he hecho daño a nadie”, pero todos sabemos que eso es una vil mentira. Somos humanos, y no sólo fallamos o nos “equivocamos”, como decimos para evadir la responsabilidad, sino que dañamos a quienes nos rodean. Muchas veces las relaciones se rompen, amistades se pierden y cada quien va por su lado.
Todos tenemos necesidad de perdón; de perdonar y ser perdonados. Aunque afirmamos esta verdad, hoy quiero convencerte a ti, personalmente, de tu necesidad de perdón, y no sólo eso, sino que te ofrezco el poder del evangelio que yo mismo he experimentado para perdonar de verdad.
Primero te contaré una historia; imagínate que un contador, quien ha trabajado por años para el mismo patrón, renuncia inesperadamente. Su jefe, desconcertado, lo deja ir, sólo para darse cuenta que su exempleado le robó. ¿Cuánto? 3 millones de pesos. Ahora pregúntate, ¿qué harías en su lugar? ¿Lo demandarías?
Años después, este contador regresa con su patrón y le entrega una carta. El patrón hirviendo de ira toma el papel y, leyéndolo, la mandíbula se le cae al suelo. Otro empresario, su mejor amigo, encontró a este contador en quiebra y decidió ayudarlo; después de trabajar con él por un tiempo y conocer su pasado, él pudo ver un cambio de corazón, y ahora le está pidiendo a su amigo que lo perdone y lo reciba otra vez como su empleado.
Además, añade, “si él te robó algo, yo mismo lo pagaré, aunque tú mismo me debes.” ¿Qué harías tú? Lo natural sería proceder legalmente. Si perdonar fuera natural no nos costaría tanto, sin mencionar que queremos justicia.
Esta es la historia de la carta del apóstol Pablo a Filemón.
Filemón era un cristiano de Colosas que tenía un esclavo llamado Onésimo, que quiere decir “útil”. Este esclavo huyó de Filemón hacia Roma y, muy probablemente, le robó dinero y/o pertenencias para poder subsistir un tiempo.
La esclavitud romana, si bien era esclavitud, no era como la esclavitud colonial. Los esclavos romanos podían trabajar y comprar su libertad, y muchos, después de comprarla, decidían seguir trabajando para sus amos, ahora patrones, y vivir con ellos. Incluso adoptaban su nombre, eran parte de la familia.
No estoy haciendo una apología a la esclavitud, pues aún en el mundo antiguo los esclavos eran abusados y explotados (aunque no todos), y por eso huían, pero es importante entender el contexto. En Roma un esclavo prófugo podía ser castigado con la muerte.
Por la Providencia de Dios, en su huída, Onésimo conoció a Pablo en Roma y al escuchar el evangelio se convirtió a Cristo; entonces, el apóstol decidió escribir una carta para Filemón, pidiéndole que se reconciliara con su esclavo, y que lo recibiera ya no como sólo un esclavo, sino como un hermano amado.
Onésimo llevó la carta de su propia mano, y eso en sí ya es un testimonio de arrepentimiento. Filemón estaba en su derecho de matarlo por lo que hizo, pero eso no detuvo a Pablo de enviarlo, ni a Onésimo de ir a pedir perdón.
Imagínate a Filemón leyendo la carta; a su lado tiene un traidor, pero las palabras del apóstol llegan a su corazón:
“Doy gracias a mi Dios siempre, haciendo mención de ti en mis oraciones, porque oigo de tu amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús y hacia todos los santos. (…) Pues he llegado a tener mucho gozo y consuelo en tu amor, porque los corazones de los santos han sido confortados por ti, hermano. (vv. 4-6, 7)
“te ruego por mi hijo Onésimo, a quien he engendrado en mis prisiones; quien en otro tiempo te era inútil, pero ahora nos es útil a ti y a mí. Y te lo he vuelto a enviar en persona, es decir, como si fuera mi propio corazón. (vv. 10-12)
Si me tienes, pues, por compañero, acéptalo como me aceptarías a mí. Y si te ha perjudicado en alguna forma, o te debe algo, cárgalo a mi cuenta. Yo, Pablo, escribo esto con mi propia mano. Yo lo pagaré (por no decirte que aun tú mismo te me debes a mí). Sí, hermano, permíteme disfrutar este beneficio de ti en el Señor. Recrea mi corazón en Cristo. (vv. 17-20).
Primero, Pablo no le está pidiendo nada a Filemón que él no esté haciendo ya. Así como Filemón ha confortado el corazón de los creyentes en la iglesia que se reunía en su casa (los cristianos en el primer siglo no tenían edificios), el apóstol le está pidiendo “recrea mi corazón en Cristo”, en otras palabras: “yo sé que te hizo daño, pero por amor a Cristo, consuela mi corazón y recíbelo, porque lo amo tanto como te amo a ti”. De hecho, Pablo no le ordena a Filemón que reciba a su esclavo, sino que por amor se lo ruega (vv. 8-12), pues el perdón se otorga de buena voluntad (v. 14).
Segundo, Pablo le ruega que lo reciba como a un hermano (vv. 15-16). El perdón transforma nuestras relaciones; donde antes había enemistad, ahora hay amor. No se vale decir “perdono, pero no olvido”.
Finalmente, Pablo ofrece una restitución del daño. Es verdad que no siempre podremos reparar las heridas que dejamos en los demás, pero aún así debemos buscar la restitución en la medida de lo posible. Por otro lado, me atrevo a decir que la restitución del daño no es un requisito para perdonar a otros; si a Dios no le podemos pagar la deuda de nuestro pecado y aún así nos ofrece perdón en Cristo, ¿quién soy yo para no perdonar a alguien que no puede o no quiere pagarme?
Quiero que veas esto, delante de Dios eres un Onésimo. Le has fallado, has pecado contra Él. Cada que mientes, robas, calumnias (sí, hablo del “chismecito”), haces trampa o no perdonas a alguien, estás pecando contra Dios, y la paga del pecado es muerte. Es un insulto contra su santidad y su gloria. Cada que vivimos nuestras vidas para nosotros mismos, como si no tuviéramos ningún tipo de responsabilidad ante Dios, nuestro Creador, nos rebelamos contra Él. Así como Filemón tenía un derecho legal de matar a Onésimo, Dios está en su derecho de enviarte al infierno.
No obstante, Cristo es como Pablo, o mejor dicho, ¡Pablo es como Cristo! ¿Qué esperanza tenemos delante de un Dios santo? Ninguna, al menos no fuera de Cristo. Él es quien dice al Padre “cárgalo a mi cuenta”. “Yo sé que (inserta tu nombre) se ha rebelado contra ti, pero yo lo pagaré”, y así en la cruz Él sufrió la ira del Padre por tus pecados. ¿Cómo puede Dios perdonarte y ser justo? Porque Cristo pagó el precio, su vida a cambio de la tuya, el Justo por el pecador. Vivió y murió por ti.
Quiero terminar con esto, delante de quien te falla, tú eres un Filemón. Dios ama tanto a las personas que te hacen daño como te ama a ti; y les ofrece el mismo perdón en Cristo que a ti. ¿Cómo puede un esposo o esposa perdonar la infidelidad en el matrimonio? ¿Cómo puede un empresario perdonar la deuda de su contador ladrón? ¿Cómo puede una mamá perdonar al asesino de su hijo? ¿Cómo puedes perdonar tú?
En mi vida he visto muchos casos extraordinarios como estos, y los he experimentado en carne propia, perdonar y ser perdonado; la única explicación es Cristo, amamos porque Él nos amó primero, y sólo podremos perdonar de corazón si primero recibimos su perdón; por eso ve a Cristo, quien es fiel y justo para perdonarte si confías en Él.