Algunas ideas inconexas
19/08/2024
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Foto: Director Formación Humanista

§1. Fat man, o por qué Adorno y Horkheimer tenían razón. Un martillo. Un instrumento, entiéndase. Cuando es vestido con un propósito inteligente, tenemos un milagro del espíritu humano. Pero, ¡ay!, vuélvase el martillo rebelde, uno que ha soñado con la independencia absoluta. Un martillo soberbio, convertido en enemigo, que transforma la audacia de la herramienta en destructiva estulticia y mendacidad. Hasta que llega el ser humano íntegro y lo toma por el mango, y azota su cabeza con la fuerza de la decisión. Y es de nuevo el martillo lo que es: dócil extensión del genio humano.

§2. Sobre la risa. ¡Reír dice tanto de quien ríe! Por eso hay risas musicales, tímidas, coquetas, inteligentes, sugerentes, divergentes y hasta tangentes; pero hay otras risas, estas histéricas o descontroladas, irascibles o descocadas, intemperadas y hasta aquellas que, a falta de buen gusto y mesura, terminan por sugerir un caudal de gracejadas oculto detrás de tan odiosa muralla.

§3. Pensar con Sócrates. Saber que no se sabe. O, dicho de otra forma, hacer las paces con nuestra pequeñez en un mundo inabarcable, saturado, sobreabundante. Sensatez, quizá deberíamos decir. La sabiduría es la paciente escucha de las voces de quienes más saben y no, como piensa el necio, la rápida sanción otorgada a un capricho de la mente. Puedo ir hasta el fin del mundo y encontrar hombres y mujeres lo bastante simplones como para celebrar mi idea. Es lo que llamaríamos un eco estúpido. Ahora bien, puedo cerrar la boca y escuchar a los grandes. Es lo que podemos llamar un riachuelo reverberando en el tiempo, un beso en los oídos del espíritu, una caricia a través de los siglos.

§4. La educación en Hamelin. Veinte mil fueron las tecnologías que me han llevado al proyecto final que convertirá a este estudiante en un extraordinario dromedario; cien mil las actividades cronometradas, seccionadas, controladas, registradas, evaluadas, analizadas, replicadas y rebobinadas para hacer de aquella una estudiante modelo. O, debo decir, obediente. Al ritmo de la flauta desfilan sombras grises de ojos caídos y muecas dolidas. Bastante simple es esta secuencia: 1, 1, 1, 1, 1, 1… diabólica iteración, eterno retorno de lo mismo. El tedio casi lo ha asesinado todo cuando, de repente, es interrumpido por lo auténtico, por lo creativo, por lo genial. Tiembla Hamelin: ¿Alguien tiene una regla para medir lo inconmensurable? ¿En qué delirante formato cabe lo atípico, lo anormal, lo extraordinario? Todos callan. Hamelin despertará mañana con una silueta nívea pintada en el suelo: un accidente, dirán mientras se esconden las manos calizas.

§5. Leer en tiempos de hambre. Deslizarse por los tiempos y espacios de la mente de aquel amigo a quien nunca conocimos, de ese hermano o esa madre de la que solo nos quedan sus cartas; arroparse con letras y párrafos, páginas enteras disfrazadas de negro y blanco; ¿será que alguien ha descubierto un placer mayor? Besar los labios de Helena, luchar con Gandalf The Gray, pintar el océano con agua de mar junto a Plasson, llorar la tragedia de la cucaracha Samsa, contemplar con el padre Zosima, presenciar al ejecutado K, hacerse escuchar por Momo… Y, sin embargo, aquí estamos, en un mundo de iletrados que lamentan, eso sí, que el mundo se esté volviendo loco.