La doctrina militar y la Guardia Nacional
04/11/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Decano de Ciencias Sociales

Uno de los temas más importantes que deben analizarse cuando hablamos de fuerzas armadas es el de su doctrina. Desafortunadamente, ese es un tema que en México casi no se estudia, siendo que debería estar en la base de las discusiones sobre las estrategias de seguridad. Ahora veremos brevemente el porqué.

Una doctrina militar es un conjunto de principios rectores promulgados por las más altas autoridades militares de un Estado, con la finalidad de regir la actuación operativa de las fuerzas armadas, sirviendo como un marco de referencia común para la actuación específica de cada una de las fuerzas (por regla general, estas son el ejército, la armada y la fuerza aérea), proporcionando una guía para la conducción de las operaciones militares y actuando como un marco de pensamiento y como catálogo de soluciones para los problemas que se presenten durante la actuación de las fuerzas armadas. Esto significa que la doctrina es una suerte de guía de cómo pensar y actuar en la vida cotidiana de las fuerzas militares, pero no es una guía de qué pensar. Una doctrina nos ayuda, por lo tanto, a pensar, a preparar y a ejecutar las operaciones, el adiestramiento y la actuación en general de las tropas de tierra, mar y aire, lo que quiere decir que, para poder cumplir con este cometido, debe ser adaptativa a las condiciones particulares, pues estas suelen ser dinámicas, cambiantes, en el momento de su aplicación. Por eso mismo, una doctrina casi nunca es impositiva, pero no puede ser simplemente voluntaria y discrecional.

Jean Carlo Mejía, experto colombiano en el tema, afirma que una doctrina militar es como una suerte de “reglamento de trabajo de una empresa”. Se trata de la idea fundamental sobre la que descansa la actuación de las fuerzas armadas, por lo que es imposible que un ejército profesional carezca de doctrina, pues esta le proporciona el soporte vital para actuar. Por eso es que los militares hablan de otra manera, se visten de otra manera, se comunican de otra manera, tienen otro tipo de símbolos, otros procedimientos, otra disciplina y otras costumbres que, en otros ámbitos, como en el civil, no solamente son difíciles de entender, sino que sería impensable implantar.

Es así que la doctrina militar les proporciona a las tropas una serie de referencias mentales para saber cómo hacer las cosas, cuya aplicación, ciertamente, depende de los mandos sobre el terreno de acción, pero también debe impregnar el corazón de cada soldado, pues la doctrina nos dice cómo pensar y actuar en tales o cuales circunstancias. Un ejemplo práctico de esto es la conducción de las fuerzas blindadas (tanques, vehículos blindados de transporte de tropas, carros de exploración, etc.), como lo que estamos viendo en estos días en Ucrania. Desde el principio de la guerra, una característica del avance de blindados rusos es que lo hacían sin el apoyo de la infantería, es decir, de manera independiente, mientras que los ucranianos hacían operar a sus blindados y a sus soldados de a pie de manera conjunta. Esto en parte explica el enorme volumen de pérdidas en carros y en personal en el lado ruso, pues los tanques avanzan prácticamente a ciegas, sin el apoyo de tropas de infantería que exploren el terreno y que protejan la retaguardia, lo cual es particularmente riesgoso si tomamos en cuenta que los rusos pelean en un país que no conocen y muchas veces cerca de bosques o de vegetación que ofrece a los soldados ucranianos cobijo en donde esconderse oportunamente para emboscar a sus enemigos. 

Aunque dijimos arriba que la doctrina debe ser flexible y adaptarse a las condiciones cambiantes de las circunstancias, los rusos no han aprendido y siguen cometiendo los mismos errores que al principio de la guerra, lo cual es seguramente un reflejo de la vieja doctrina soviética, que todavía impregna a los altos mandos rusos, para los cuales los soldados son piezas de recambio en cuya pérdida no hay que reparar mucho, al contrario de la doctrina occidental, que busca proteger lo más que se pueda al personal militar.

Otro ejemplo de proporciones históricas es la relación de las fuerzas armadas entre sí, sobre todo cuando surgió la fuerza aérea, en el primer cuarto del siglo XX. En un principio, la aviación militar estaba supeditada al ejército, pero poco a poco se fue independizando en la mayoría de los países occidentales, hasta llegar a constituirse en un arma separada y autónoma, como lo es hasta nuestros días. Sin embargo, en Japón, desde antes de la Segunda Guerra Mundial, la marina y el ejército poseían cada quien un cuerpo de aviación, por lo que esta no desarrolló una doctrina propia, además de que se desató una rivalidad entre la marina y el ejército por el dominio de los cielos. Esto propició que los japoneses pelearan con desventajas operativas en contra de los Estados Unidos, que habían reconocido la importancia de una aviación militar autónoma y de una aviación naval fuerte, con base en los grandes portaaviones. Esa visión moderna de las cosas fue determinante en la conducción de la guerra y en el triunfo aliado.

También la Alemania nazi cayó en un problema similar: como “todo lo que volara” debía estar bajo las órdenes de Hermann Göring, la marina alemana nunca pudo contar con el apoyo aeronaval que la guerra moderna exigía, por lo que nunca contó con el respaldo aéreo suficiente ni a tiempo. Esto provocó enormes pérdidas y una constante rivalidad entre los mandos navales y aéreos. En esta trampa autoimpuesta no cayeron ni los ingleses ni los estadounidenses, pues desarrollaron no solamente una fuerza aérea autónoma, sino un cuerpo aeronaval muy poderoso, que resultó de primordial importancia en su lucha contra las potencias del Eje. La coordinación entre las fuerzas, si bien no siempre fue perfecta, se convirtió en parte esencial de sus respectivas doctrinas.

La incapacidad mostrada por las potencias perdedoras (Alemania y Japón) para ser flexibles en sus doctrinas militares la vemos también en México, pues es el único país del mundo que, al igual que se hacía en los primeros años del siglo XX, sigue considerando a su fuerza aérea como parte del ejército, supeditada a él, y no como una fuerza autónoma. Prueba de ello es que su comandante depende del Secretario de Defensa, que siempre (y no puede ser, por ley, de otra manera) es un general del ejército. Esto ha impedido que se desarrolle una doctrina de superioridad aérea, por ejemplo, además de que la aviación militar no se ha podido desarrollar como debería, porque presupuestalmente está en abierta desventaja frente al ejército, que en México es la fuerza militar que mayor presupuesto maneja y cuyo peso político sigue aumentando.

Otro problema es el de la creación de la Guardia Nacional a partir de contingentes de la Policía Militar y de la Secretaría de Marina: aunque la ley diga que se trata de un cuerpo policial civil, sus mandos son militares, gran parte de su personal está en la nómina de la SEDENA y ahora, aunque de manera anticonstitucional, está adscrita administrativamente a la SEDENA. Muchos “opinólogos” han afirmado que, en otros países, las policías nacionales están adscritas al respectivo Ministerio de Defensa, por lo que no deberíamos extrañarnos que aquí se busque lo mismo.

Ante esto, lo que sostengo ante mis fieles y amables cuatro lectores es que lo que importa no es la estructura ni la adscripción, sino la doctrina. Los carabinieri, en Italia, ciertamente dependen del Ministerio de Defensa, pero, como cuerpo policial que son, tienen su propia doctrina, que no es la misma que la de los soldados, pilotos y marinos de las fuerzas armadas italianas. Es decir, tienen su propio marco de referencia de cómo pensar y cómo actuar ante ciertas circunstancias. Allá, además, se hace carrera como policía dentro de los carabinieri, por lo que nunca cometen el sinsentido de traer militares para que comanden a policías. ¿Por qué? Porque su forma de pensar es diferente, su forma de ver las cosas es diferente, su disciplina es diferente, su armamento es distinto, su vocación es otra, sus misiones son distintas, sus objetivos son muy otros: en suma, porque conforman una corporación policiaca civil, no militar.

Lo mismo pasa en Colombia y en Chile, para citar a países más cercanos a nuestro contexto cultural. En Colombia, se puede hacer carrera dentro de la Policía Nacional, cuyo comandante es un general de la policía, no del ejército, lo que quiere decir que su doctrina es diferente. Sí, la Policía Nacional depende del Ministerio de Defensa, pero el ministro no es un general del ejército, sino un civil, como en todo país democrático civilizado. De eso estamos a años luz y es otro de los grandes temas que tenemos pendientes y que ahora, con la 4T, se ve más lejano que nunca.

Así que si el gobierno quiere que la Guardia Nacional (cuyo nombre, por cierto, es otro disparate, pues históricamente esa denominación es para otro tipo de cuerpos, lo cual por ahora no discutiremos) esté adscrita en la SEDENA, no pondré objeción. Empero, en lo que no estoy de acuerdo es en que sea otra fuerza militar más, conducida por militares, compuesta por militares, entrenada por militares, pensada por militares. Si lo que se busca es que el país tenga en verdad un cuerpo policiaco moderno, civil, científico, como lo que se buscaba con la Policía Federal, que en paz descanse, entonces hay que desarrollar una doctrina policial para la Guardia Nacional, pero esa tarea no la pueden hacer los militares, aunque ahora sean los “mil usos” de López. No podemos aceptar que el objetivo sea acrecentar el poder cada vez mayor de la cúpula del ejército de tierra, a costa de la seguridad de los habitantes de este país. 

Sin embargo, algo debe quedarnos muy claro: es imposible construir un aparato policiaco moderno, eficiente, bien preparado, consciente de lo que significa el Estado de Derecho, con carácter civil, si al mismo tiempo no se construye un aparato de justicia moderno, eficiente, bien preparado, consciente de lo que significa un Estado de Derecho, y que sea reconocido por sus parámetros de justicia, de legalidad y de derecho. Ambos elementos dependen uno del otro, como las dos partes de unas pinzas; siempre que uno de dichos elementos falta o falla, el resultado es desastroso. En México siguen fallando los dos.