Modo hongo radiactivo
17/06/2025
Autor: Dra. María José Alvarado López
Cargo: Profesora Investigadora Facultad de Biotecnología

Lecciones de biotecnología para la vida diaria

Hoy toca el turno de apreciar una de las chulerías que me parecen más fascinantes de los hongos: su adaptabilidad a condiciones tan extremas como los ambientes radiactivos. La verdad, no pensaba platicarles de esto, pero mi esposo —muy sorprendido— me los recordó el otro día y creo que les va a encantar esta lección.

Resulta que, entre el gran buffet de fuentes de energía y nutrientes que pueden asimilar los hongos —desde plásticos hasta combustibles directamente salidos de motores— la radiación es una muy interesante.

Por ahí de 1991 (quisiera decir que antes de que yo naciera, pero ya era una kindergardiana), un grupo de vigilancia aérea descubrió unas curiosas manchas negras alrededor del reactor nuclear de Chernóbil —apenas 5 años después del gran accidente nuclear— que resultaron ser nuestros queridos hongos. Algo realmente increíble ya que se consideraba que pasarían por lo menos 20 mil años antes de que la vida pudiera abrirse paso entre niveles tan altos de radiación.

Casi una década después, la profesora Ekaterina Dadachova, del Colegio de Medicina Albert Einstein (Nueva York) y su equipo de investigación consiguieron muestras de este fascinante microorganismo y caracterizaron tres especies fúngicas: Cladosporium sphaerospermum, Cryptococcus neoformans y Wangiella dermatitidis). Estas especies presentaban altísimas concentraciones de melanina, y gracias a este pigmento, eran capaces de transformar la energía radiante proveniente de los restos del reactor en bioenergía para su metabolismo.

Estos hongos —y otros que poco a poco se han ido caracterizando— son conocidos como radiotróficos, es decir, usan la radiación como fuente de energía. Fascinante: sencillamente fascinante… sobre todo si consideramos a la melanina.

La melanina es un compuesto bioquímico conocido como pigmento (porque tiene un color característico, generalmente oscuro) que se encuentra en muchos organismos —incluso en los humanos, donde su función está asociada a la absorción de luz ultravioleta para protegernos de sus efectos tóxicos y carcinogénicos, y que su concentración define nuestro tono de piel—. En los hongos radiotróficos, la melanina actúa como una especie de “antena”, similar a la clorofila en las plantas: capta la radiación y, en lugar de disiparla, la transforma en poder reductor que los hongos utilizan en sus funciones biológicas.

A este proceso bioquímico, a veces llamado radiotropismo o radiotrofismo, se le ha comparado con la fotosíntesis de las plantas, pero aquí no se utiliza luz visible, sino radiación ionizante. Increíble el nivel de adaptación fúngica.

Este tipo de hongos no solo se han encontrado en Chernóbil: también se han detectado especies similares en áreas de alta radiación en Fukushima, Japón, otro sitio marcado por un accidente nuclear catastrófico ocurrido en 2011, tras un terremoto y tsunami que afectaron gravemente los reactores. De hecho, este ha sido un tema reciente de conversación con mis queridos estudiantes: cómo, incluso en condiciones tan hostiles, la vida se abre paso y nos da pistas para imaginar futuros resilientes.

Ahora, uno de los caminos más prometedores para proteger a astronautas de la radiación cósmica también apunta a estos hongos radiotróficos. Algunos experimentos realizados en la Estación Espacial Internacional han demostrado que una delgada capa de Cladosporium sphaerospermum puede bloquear parcialmente la radiación espacial, y se piensa que, en el futuro, podríamos usarlos como escudos biológicos en Marte o en estaciones orbitales. ¿Quién diría que un hongo oscuro sería uno de nuestros aliados para salir al cosmos?

La lección aquí, creo yo, son al menos dos. La primera: que, en los ambientes más extremos y tóxicos, los hongos encuentran caminos para adaptarse, transformarse y prosperar. Y nosotros también podemos. No porque ignoremos lo difícil del entorno, sino porque algo en nosotros —como en ellos— puede activarse justo en la adversidad.

La segunda: que algo aparentemente común, como la melanina, puede volverse un superpoder si se entiende y se aprovecha al máximo. Tal vez nosotros también tenemos talentos o características ordinarias que, si las miramos con gratitud y atención, pueden convertirse en nuestras mejores herramientas para atravesar la tormenta. Ponerse en “modo hongo radiactivo” no es huir del entorno tóxico. Es usar lo que tenemos, desde lo más profundo y oscuro de nuestro ser, para transformar lo que nos rodea… y transformarnos a nosotros mismos.

Cualquier cosa que quieras preguntarme de lo que escribo, dímelo: This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.. En cuanto pueda te contestaré, y si no tengo la respuesta, sé que mis colegas de la Facultad de Biotecnología nos podrán ayudar. Sigo aquí, con las lecciones de biotecnología para la vida diaria.