Universidad y protesta
Hace unas semanas me dio por platicar con amigos y compañeros sobre el movimiento hippie y las revueltas de finales de los sesenta e inicios de los setenta, las canciones de protesta en Latinoamérica, etc. Quería conocer de primera mano el sentir de los protagonistas de esas dos décadas y cómo, en retrospectiva, hacían un balance de su generación al menos en un aspecto que a mí me interesa cada vez más: la capacidad de oposición, de manifestarse contra los abusos del poder, en otras palabras, la capacidad de “protesta”.
El estado de cosas actual solicita, de nuevo, una generación capaz de oponerse, capaz de alzar la voz, capaz de resistir, capaz de salir de su confort para despertar al resto de la sociedad. El desafío consiste en que la juventud, que suele ser el músculo de todo cambio, hoy parece adormecida. El impulso social de protesta hoy se canaliza en un like, a lo más en un voto en plataformas de conciencia social, pero casi nunca trasciende del domesticado ámbito digital. Por más que uno se interne en el mundo de las redes sociales, y allí asista a acalorados debates y rudísimos hilos, la verdad es que un pobre no recibe un pan en su boca, ni un ministro deja su asiento, ni un diputado es enjuiciado, ni una desaparecida es encontrada, ni un delincuente es detenido a causa de miles o hasta millones de vistas, likes, dislikes, tweets & retweets…
Pero no soy un ingenuo antidigital. Las redes son ambivalentes. Cierto, pueden castrar la protesta, dulcificándola poco a poco hasta silenciarla: basta con llamar ‘hater’ a alguien que quiere denunciar algo sucio o perjudicial, para desactivarlo, y como la sociedad ya no digiere lo ‘tóxico’, esa voz es apagada por una suerte de despotismo intolerante. Pero también las redes pueden potenciar la ‘protesta’, pueden generar ideas, iniciativas sociales, comunidades de acción… Y esta suerte de ambivalencia hace que hoy debamos educar para el uso, manejo distro, retórica, lectura, decodificación, predicción algorítmica e impacto de los contenidos digitales. No habrá otro astrolabio para surcar los mares de las siguientes décadas del siglo.
Ahora bien, las competencias tecnológicas, por necesarias que sean, no son suficientes para la transformación. Si de analfabetismo hemos de hablar, no es del digital, sino del ‘comunitario’. Casi no sabemos pensar la vida en primera persona del plural. No sabemos voltear al lado… nos cuesta ser cercanos y solidarios. La ‘protesta’ comienza ahí: en la empatía. Quien sintió como hermanos a los vietnamitas, pudo marchar por ellos en las calles de Washington, D.C.; quien se conmovió por Mara y sus compañeros, marchó en Puebla hace unos años. Y a la marcha sigue la justa indignación y el reclamo, por supuesto, siempre en los límites del respeto a la dignidad de los demás y la no-violencia (‘ahimsa’ la llama el hinduismo). Y a la protesta pacífica perseverante sigue el cambio, y la mejora y la transformación.
También en esto debemos educar hoy, hoy más que nunca. Ya no son tan naturales la solidaridad y el altruismo. Uno de los rasgos del auténtico líder es esa capacidad de auto-trascenderse, es decir, de no tenerse a sí mismo como importante, ni como centro, ni como ícono. Es el ‘otro’ por quien vale la pena aventurar la vida. En fin, que sin esta brújula de la empatía, solidaridad, altruismo… tampoco se puede zarpar de puerto.
Muchas proezas marítimas se pudieron hacer gracias a una brújula y un astrolabio. Bien usados, estos dos compendios de ciencia y tecnología, lograban dar ubicación y rumbo, dos elementos básicos en la navegación y también en la existencia. Pues bien, para que haya una nueva generación capaz de protesta, de protesta eficaz, protesta transformadora, protesta benéfica… que cambie la suerte de nuestro pueblo, son necesarios tanto las competencias digitales como las competencias comunitarias.