Santo Tomás de Aquino, este fraile dominico del siglo XIII, es un referente obligado en filosofía y teología. Además, es un modelo académico interesantísimo. A este respecto quiero señalar una polaridad fundamental que yo encuentro en el Aquinate: la dupla fidelidad-diálogo.
Santo Tomás supo ser fiel a una tradición. En mis conteos estadísticos llegó a citar más de 30 mil veces la Sagrada Escritura en todas sus obras y ni qué decir de los Padres de la Iglesia y de otros escritores eclesiásticos que citó (un poco más de 18 mil citas), y cuyas tesis asumió creativamente en su sistema: Agustín, Boecio, Gregorio, el Damasceno, Juan Crisóstomo, Pedro Lombardo, Hilario de Poitiers, Anselmo, Atanasio, Jerónimo, Basilio Magno, Beda el venerable, etc. Tomás bebió de la Fuente, fue fiel, comprendió como pocos la novedad de la Verdad revelada como fecundante del corpus de todos los saberes.
Porque el Derecho, la Filosofía, la Literatura, la Biología y el resto de las ciencias no tienen la misma orientación, profundidad y alcance si están enraizadas de la Verdad revelada que si son marginales a ésta o incluso si le dan la espalda.
Tomás nunca admitió la fácil respuesta de la “doble verdad” –que en su tiempo la difundió Siger de Brabante– que dice que las verdades de las ciencias pueden ir por un lado y la verdad que propone la religión va por otra. Como si se pudiera hacer economía, por poner un ejemplo, desde el más rancio modelo neoclásico, individualista, maximizador y utilitarista, y llevar una vida piadosa al rezar el rosario cada sábado. Porque para Tomás la Verdad del Evangelio es una verdad que afecta a toda la persona, en su dimensión afectiva, social y también intelectual. Porque si lo que “pensamos” no está dinamizado por la fe, lo más probable es que tengamos una fe de oropel
Juan Pablo II expresó lo anterior de una forma bellísima: “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”. En el sentido más amplio y pleno del término, el pensamiento, las ciencias y las artes son cultura. ¿Nuestra fe ha conmovido los cimientos de nuestros saberes? Si aún no… probablemente es porque es una fe “no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”. ¿Cómo es la fe de los académicos católicos del siglo XXI?
Pero Tomás de Aquino no fue sólo fiel, también fue dialógico. Y lo fue en un sentido del cual hay que tomar hoy su justa dimensión. Tomás de Aquino buscó la verdad allende los autores católicos, más allá de la doctrina y la teología. Tomás se arriesgó a ir a los paganos (Aristóteles, Cicerón, Platón, Alejandro, Anaxágoras, Proclo…), se atrevió a ir a aquellos que ni siquiera conocieron el cristianismo y que son ajenos a la cosmovisión cristiana. ¿Y qué hizo con ellos? Vio lo que de verdad latía en ellos. Supo discernir y encontrar los destellos de verdad. Y eso lo recuperó. Y eso lo incorporó también a su sistema. Tomás también se arriesgó a ir a autores de otras religiones, como Averroes y Avicena, que eran musulmanes, o a Maimónides el judío. ¿Y qué hizo con ellos? Lo mismo, buscar incansablemente la verdad. No sé si exista en toda la Edad Media un autor tan abierto a otros pensadores como Tomás de Aquino. Hasta el obispo de París en aquel entonces, Étienne Tempier, se confundió con tanta apertura y llegó a condenar a Tomás de Aquino.
Tomás es mesura y sensatez. Porque estar arraigado a la fe no impide la apertura, al contrario, la posibilita. Tomás no fue fidelidad en la cerrazón. Tampoco fue apertura en el relativismo. Fue fiel y a la vez fue dialógico. Porque en este balance –difícil pero posible– está la clave para encontrar el aporte (cada vez más escaso en nuestros días) del auténtico intelectual y académico católico.