Hoy 8 de septiembre las iglesias católica, ortodoxa y anglicana conmemoran la festividad del nacimiento de la Virgen María (Festum in Nativitate Beatae Mariae Virginis). La iglesia celebra sólo tres “cumpleaños” en el año litúrgico: en Navidad, el nacimiento de Jesús; el 24 de junio, el nacimiento de San Juan Bautista; y el 8 de septiembre, el nacimiento de la Santísima Virgen María.
Cronológicamente, la festividad de la Natividad de la Virgen María está estrechamente relacionada con otra fiesta importante: la Concepción de Santa Ana, que se celebra en las iglesias orientales desde el siglo V el 9 de septiembre y con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el 8 de diciembre, nueve meses antes del 8 de septiembre.
Los textos litúrgicos establecen repetidamente la conexión entre el nacimiento de María y el nacimiento de Jesús, su hijo. Así se dice en la oración del día, que se remonta al siglo VII tardío o al temprano VIII: “Abrid los tesoros de la gracia celestial a vuestros creyentes. El nacimiento del Redentor de María fue para nosotros el comienzo de la salvación; la natividad de su Madre siempre virgen fortalece y aumenta la paz en la tierra". El nacimiento de María anuncia ya el nuevo tiempo de la salvación en Jesucristo. Por eso la liturgia alaba a María como "aurora de salvación" y "signo de esperanza para el mundo entero" (oración final de la Misa), como "Estrella del Mar" y "Puerta del Cielo" (Himno de Vísperas), y su vida como "Luz para todas las Iglesias" (Responsorio de la hora matutina).
La fiesta en sí probablemente se remonta a la consagración de la Iglesia de Santa Ana en Jerusalén en el siglo V, ya que la tradición dice que esa iglesia se levanta sobre el lugar en el que nació María. A partir del siglo VII, tenemos noticia de la celebración de su nacimiento también en la Iglesia occidental, dándole el Papa Sergio I (papa del 687 al 701) su propia procesión. Un himno mariano del poeta bizantino del siglo VI Romano el Melodioso sugiere que la fiesta tenía sus raíces en el pueblo. Como una de las grandes fiestas marianas, el mismo pontífice Sergio también determinó la fecha de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre.
Las noticias que tenemos de María son muy escasas, pues hay que tomar en cuenta que los evangelios no son libros de historia, sino que dan cuenta de una doctrina, de un mensaje. Así que hay que buscar en fuentes extrabíblicas para poder averiguar algo. Una de estas fuentes es el llamado “Protoevangelio de Santiago” (o de Jacobo). Se trata de un documento paleocristiano que probablemente fue escrito a mediados del siglo II. Este texto no describe la vida de Jesucristo, sino la vida de María. Se remonta a los tiempos anteriores al nacimiento de Jesús y cuenta en detalle los orígenes de la madre de Jesús. De hecho, su nombre original es “El nacimiento de María”. El autor de este “protoevangelio”, al igual que los llamados “evangelios apócrifos” y los “pseudoepigráficos”, responde al deseo popular de obtener información adicional sobre María, más allá de los escasos pasajes que los cuatro evangelios canónicos le dedican al tema. Este escrito fue muy popular en toda la Iglesia, pero no fue aceptado en la lista de los evangelios canónicos, pues es posterior a estos, por lo que el nombre (que data del siglo XVI) es equivocado. En realidad, pertenece a la categoría de los evangelios “pseudoepigráficos”, ya que su autor –hasta ahora desconocido- se presenta a sí mismo como Santiago el Mayor, lo cual no puede ser cierto, dado que parece basarse en Mateo y en Lucas, desconoce las costumbres judías y parece haber redactado esta obra alrededor del año 150.Según la leyenda relatada en este “protoevangelio”, los padres de María se llamaban Ana y Joaquín, nombres que, por cierto, no aparecen en los evangelios canónicos. Siguiendo al pseudo Santiago, la leyenda dice que Dios no les permitió a Ana y a Joaquín tener hijos durante mucho tiempo. Entonces Joaquín quiso ofrecer un sacrificio al Señor en el templo. Pero el hecho de no tener hijos era una vergüenza tal para la sociedad judía de la época que lo echaron del templo. Desesperado y triste, se retiró y se quejó ante Dios de su suerte. Entonces un ángel se apareció ante Joaquín y Ana y les prometió una hija “llena de gracia”. Y así se dice que Ana concibió a María “sin pecado”; su hija se convertiría en Madre de Dios, en “Theotokos”: “la que da a luz a Dios”.En la iconografía cristiana, la Natividad de María es un motivo frecuente como representación única, pero sobre todo como parte de ciclos sobre la vida de María, la vida de Santa Ana, con o sin San Joaquín, o la historia de la infancia y juventud de Jesús. Las pinturas y esculturas de la Natividad de María a menudo contienen elementos de género que pueden proporcionar información sobre la obstetricia y las costumbres relacionadas con el nacimiento y el parto en el momento en que se creó la obra de arte. Entre las representaciones más conocidas están el fresco de Domenico Ghirlandaio (1448-1494) en la iglesia florentina de Santa Maria Novella o el cuadro “El Nacimiento de la Virgen” de Pietro Lorenzetti (1280-1348) en Siena.La importancia de María en la historia de la salvación es única. La celebración de su nacimiento nos enseña que las personas no tienen que crear por sí mismas, gradualmente, el significado y el desarrollo de su vida. Desde nuestro nacimiento se nos da un lugar en el plan del Creador que nadie más puede ocupar en lugar de nosotros. La tarea de la vida no es convertirnos en "alguien", sino - como María lo hizo - decir que sí a lo que Dios parezca disponer. Lo difícil, ciertamente, es descubrir cuáles son estos planes para nosotros.Las oraciones litúrgicas y los textos de los cantos de la fiesta de la Natividad de la Virgen María, a diferencia de otras fiestas marianas, tienen un carácter alegre e incluso jovial. Por eso dijo Gerhard Voss que estas oraciones “…son una invitación a no tomarnos tan trágicamente, sino a volvernos libres, a simplemente estar allí y, en tal libertad, asombrarnos y reconocer en la creación el reflejo del amor del Creador”.El 8 de septiembre celebramos a María no por sus virtudes especiales o por sus méritos personales, sino que nos alegramos por su vida y por su disposición para ser la madre del Redentor, con todo el sacrificio que eso implicaría. Reconocemos con gratitud que, al igual que Juan el Bautista, Dios le asignó un lugar único en Su plan de salvación desde el principio de los tiempos.