De acuerdo con el mito de la Caverna de Platón, los prisioneros encadenados conocen las imágenes de las cosas a través de las sombras. Esta situación le parece a Platón sumamente problemática, y lo es porque los prisioneros confunden la realidad con las imágenes, es como si de alguna manera se acostumbraran a vivir de la ilusión y de las apariencias. Este era un tema que le preocupaba fuertemente a los filósofos griegos, la posibilidad de confundir la realidad con la apariencia y, por tanto, de vivir en el engaño y en el error. No es tiempo aquí de reflexionar acerca de las ventajas pedagógicas de los errores, y ya con ello adelantamos que se puede aprender de estos errores, pero sí que es importante señalar, que lo que resulta sumamente problemático de este vivir de las apariencias consiste en tomarlo como verdadero y no cuestionar su validez y sentido.
Y, sin embargo, hoy más que nunca vivimos en una realidad que llega a nosotros a través de las imágenes. Las imágenes no son la realidad, pero pueden confundirse con ella, y hacernos creer que son la realidad en sí misma. Lo vemos todos los días a través de la pantalla, a través de las redes sociales, en la publicidad y en los anuncios.
En una sesión de trabajo con los estudiantes, uno de ellos llegó a sugerir que uno de los fines que persiguen las redes sociales es suprimir los deseos. Pero nos parece que es razonable sostener que se trata de lo opuesto.
Nuestra época es la época de las imágenes. Las imágenes están allí para seducirnos, para despertar nuestros deseos. Uno de estos deseos bien puede ser aquel que nos inclina a consumir productos. Y detrás de esta búsqueda incansable de deseos, y las respectivas satisfacciones que puedan llegar a producirnos, lo que tenemos de fondo es un hedonismo exacerbado en el que, socialmente, el placer se ha convertido en un valor fundamental.
En el mito de la caverna contemporáneo, el cúmulo de imágenes que se nos aparecen por todos lados no sólo tienen la finalidad de engañarnos la mayoría de las veces, de distorsionar la realidad de muchas formas para que vivamos en una especie de ensoñación, sino que además tienen la función de producir placer y, más allá de la mera producción de placer, se trataría de promoverlo, de hacer que el sujeto que mira la pantalla sea capaz de desear (y posiblemente de satisfacer) sus deseos.
Entonces, no se trata de desear menos sino de desear más. Las imágenes de la caverna, que en este caso se refieren a las imágenes de la pantalla digital, en especial las del smartphone, llegan a convertirse tarde o temprano en una prisión digital disfrazada como zona de bienestar –qué es lo que sostiene Byung-Chul Han–.
Se trata entonces de una prisión, porque el sujeto, haciendo uso de su libertad, queda preso en las imágenes, atrapado en ellas, viviendo en ellas. En el fondo se trata de un sujeto consumidor de imágenes. ¿Qué implicaciones tiene esta entrega de la libertad para el sujeto actual?
Estamos muy lejos de salir de la caverna, de liberarnos de las cadenas. Por el contrario, las cadenas son cada vez más grandes y más pesadas, pero al aparecer cubiertas de guirnaldas –como decía Rousseau– el sujeto puede vivir creyendo que es feliz a cambio de su libertad.