A 200 años de la novena sinfonía de Beethoven
07/05/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Así es: en este año se conmemoran los 200 años del estreno de una de las obras más emblemáticas del repertorio de la música de concierto: la novena sinfonía, en Re Menor, op. 125, de Ludwig van Beethoven (1770-1827). La importancia de esta obra va más allá de lo musical, pues el cuarto movimiento envuelve al texto maravilloso escrito por el gran Friedrich Schiller (1759-1805), subrayando el eterno anhelo humano (o por lo menos de una parte de la humanidad) por la paz, la fraternidad y la alegría. Es por eso que hoy haremos algunas reflexiones acerca de este acontecimiento, pues si esperamos a hacerlo para cuando se cumplan los trescientos años de “la novena” posiblemente andaremos ocupados en otros menesteres.

Como ocurre generalmente con las composiciones del gran genio de Bonn, tenemos que contemplar un largo periodo de creación. Al contrario de otros músicos, como W. A. Mozart (1756-1791) o A. Vivaldi (1678-1741), que generalmente escribían muy rápido, Beethoven trabajaba durante un largo tiempo en sus composiciones, como ocurre precisamente con la novena. 

El poema de Schiller “An die Freude” (“A la alegría”) apareció por primera vez en 1786 en la revista que el poeta editaba, llamada “Thalia” (Volumen 1, 1786, Número 2, págs. 1-5). Poco después, entusiasmado por el texto, Beethoven consideró la idea de ponerle música. El abogado Bartholomäus Fischenich, amigo común de Schiller y Beethoven, escribió en 1793 a Charlotte von Schiller, esposa a la sazón del poeta, acerca de una conversación con Beethoven, afirmando que el compositor trabajaría con “La alegría” de Schiller, es decir, con cada verso del poema: “Espero algo perfecto, porque hasta donde yo lo conozco, él (Beethoven) está totalmente a favor de lo grande y lo sublime”. Ambos personajes, el poeta y el músico, estaban hermanados por el naciente espíritu romántico, en el que las ideas de la alegría, la hermandad, la libertad, la tolerancia y la fraternidad eran esenciales.

La oda “A la alegría” constituye la base del último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven, quien utilizó los versos 1 y 3 completos, así como algunas partes de los versos 2 y 4. Además, agregó un par de versos al principio (“¡Oh, amigos, no estos sonidos! ¡Entonemos mejor otros más agradables y amigables!”). Al hacerlo, no sólo eliminó todos los elementos que recordaban los orígenes como “canción de taberna” de la oda de Schiller, sino también quitó los versos con una tendencia puramente política. Su objetivo era convertir el poema en un himno tanto utópico como profético. Así, la alegre canción de taberna se transformó en una especie de declaración sinfónica con tintes humanistas en el sentido del espíritu del romanticismo alemán. Y para lograr la más amplia difusión posible de dicho mensaje, Beethoven finalmente dedicó la sinfonía al rey Federico Guillermo III de Prusia. La idea original era dedicarla al zar Alejandro I de Rusia, pero este murió unos meses antes, así que Beethoven cambió, forzado por estas circunstancias, su dedicatoria. Por cierto, el monarca prusiano le envió un anillo como regalo, pero Beethoven se desilusionó, porque la joya no era tan valiosa como aparentaba. Al final acabó vendiéndola, y no sabremos nunca si Guillermo realmente le mandó un anillo barato o si los mensajeros lo cambiaron en el trayecto…

Aunque la intención de poner música al himno de Schiller acompañó a Beethoven durante casi toda su vida, desde el principio no tuvo claro si un coro o un final puramente instrumental debía completar la sinfonía. Probablemente no se tomó una decisión sobre el coro hasta finales de 1823. Es interesante anotar que Beethoven había ofrecido en 1803 una versión musicalizada del poema de Schiller al editor Simrock de Bonn, pero no se sabe nada más acerca de dicha obra, si es que la llegó a componer.

Franz Schubert (1797-1828), uno de los más célebres compositores de la época y rendido admirador de Beethoven, le puso música a la Oda de Schiller en un Lied para voz solista y piano en 1815, es decir, antes de la novena sinfonía de Beethoven, también con un texto abreviado. Otro famoso compositor, Carl Friedrich Zelter (1758-1832), ya había compuesto en 1792 una obra con el texto de Schiller, para coro mixto y acompañamiento. Zelter sería después maestro de los talentosos hermanos Fanny y Felix Mendelssohn Bartholdy.

También conocemos musicalizaciones de los siguientes compositores, con diversos fragmentos del texto de Schiller:

Para esos años, Beethoven ya se había mudado de Bonn a Viena. Los primeros bocetos para la Novena Sinfonía datan de alrededor de 1815, y los encontramos en el llamado “cuaderno de bocetos Scheide”. El último movimiento con el imponente final coral es similar en técnica compositiva y en motivos melódicos y armónicos a la “Fantasía coral” en do menor op. 80 (1808), cuyo tema principal procede a su vez del LiedGegenliebe” (“Amor recíproco”), de 1794/1795, con un texto de Gottfried August Bürger. Beethoven pasó los veranos de 1821, 1822 y 1823 en Baden, cerca de Viena, y escribió allí partes esenciales de la novena sinfonía. Terminó la composición hasta 1824. El cuarto y último movimiento se completó en el apartamento de Beethoven en el suburbio vienés de Landstrasse, acontecimiento al que hace referencia una placa conmemorativa.

La ocasión que explica la composición final y el estreno de la novena sinfonía fue un encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres en 1817 para escribir dos sinfonías. Beethoven se dedicó a escribir los primeros bocetos y borradores, que muestran la persistencia con la que trabajó en el desarrollo de temas. Ya en 1818 pensó en añadir cantantes para un gran final, y sólo relativamente tarde decidió utilizar los versos en el final de la novena sinfonía. Como muestran los bocetos, la decisión sobre el coro no se tomó hasta finales de 1823. Al mismo tiempo, en diciembre de 1823, Beethoven volvió a considerar un final puramente instrumental en un cuaderno de bocetos. Según recuerda el amigo y alumno de Beethoven, el gran pianista Carl Czerny (1791-1857), el compositor incluso se planteó después del estreno si no sería mejor sustituir el final coral por un movimiento final exclusivamente instrumental.

La Novena Sinfonía se estrenó en una “Academia”, es decir, en un concierto a beneficio del compositor, que Beethoven organizó el 7 de mayo de 1824 en el “Theatre am Kärntnertor”, en Viena. El concierto comenzó con la obertura “La Consagración de la Casa” (“Die Weihe des Hauses”) op. 124, seguida de algunos extractos de la “Missa solemnis” op. 123. Probablemente fue seguida por una pausa antes de que se escuchara por primera vez la Novena Sinfonía. Los solistas del estreno fueron Henriette Sontag (soprano), Caroline Unger (alto), Anton Haizinger (tenor) y Joseph Seipelt (barítono). Beethoven había insistido en buscar cantantes jóvenes pero diestros, pues la obra es muy exigente y requiere de una gran capacidad técnica y física de los cantantes. Michael Runde dirigió el coro y la orquesta. Beethoven, quien ya estaba completamente sordo, se sentó junto al director y de espaldas al público durante el movimiento final. Al terminar la obra estallaron frenéticos aplausos. Según Sigismund Thalberg, quien estaba entre los oyentes, Caroline Unger hizo que Beethoven se volviera al público que lo vitoreaba después del final del Scherzo (segundo movimiento); pero Anton Schindler afirma que también ocurrió algo similar después del final de la sinfonía. Beethoven vio a la multitud entusiasta y se inclinó en agradecimiento. Debido a la gran demanda popular, el concierto se repitió el 23 de mayo en el “Hofburg” de Viena.

La obra, encargada por la Sociedad Filarmónica de Londres, se representó por primera vez en Londres el 21 de mayo de 1825 bajo la dirección de Sir George Smart. Poco después, Smart tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Beethoven en Viena. Una copia del cartel del estreno en Londres con las notas manuscritas de Smart se encuentra ahora en posesión de la Biblioteca Británica, al igual que la partitura utilizada por Smart en el estreno británico.

La novena sinfonía fue una obra exitosa desde su estreno, y se ejecutó unas doce veces en vida del compositor, si bien con algunas variantes respecto a la obra que se escuchó el 7 de mayo de 1824, pues el compositor siguió haciendo cambios en la partitura. Esta sinfonía es la primera “cantata sinfónica” de la historia de la música, por lo que representa un punto de inflexión e influyó de manera muy marcada en las generaciones posteriores de compositores. Con una duración típica de interpretación de unos 70 minutos, la sinfonía supera claramente las dimensiones habituales en la época y abre así el camino a las sinfonías románticas, algunas de las cuales son de larga duración, como las de Anton Bruckner (1824-1896) y Gustav Mahler (1860-1911). Hoy en día, la Novena de Beethoven es una de las obras de música clásica más populares en todo el mundo.

En 1972, el tema principal del último movimiento fue declarado como himno oficial por el Consejo de Europa y adoptado por la Comunidad Europea como himno europeo oficial en 1985, debido a que “simboliza los valores que todos comparten y la unidad en la diversidad”. El manuscrito autógrafo, que se encuentra en la Biblioteca Estatal de Berlín, está incluido en el Patrimonio Documental Mundial de la UNESCO.

Gracias a nuestra buena amiga y colega Rocío Fierro, nos hemos enterado que el próximo 7 de mayo se recreará, en Wuppertal, en Alemania, el concierto de estreno de hace 200 años. Ya no se podrá hacer en Viena, pues el Teatro “Kärntnertor” fue demolido en 1870. El concierto será retransmitido en directo por la “Deutsche Welle” en el canal de YouTube “DW Classical Music”.

Un último apunte. El estreno de la novena sinfonía está, de manera indirecta, ligado con México. Esto se debe a que la soprano solista, Henriette Sontag (nacida en 1806), alabada por el mismísimo Rossini como “la voz más pura de soprano”, viajó a México en 1854, invitada para presentarse como la protagonista de la ópera “Lucía de Lammermoor” de Gaetano Donizetti (1797-1848) en la capital del país, que en el siglo XIX tenía una muy rica vida operística. La señora Sontag participó en el proceso de estreno del Himno Nacional, cantando en la ejecución de la propuesta del famoso maestro italiano Giovanni Bottesini (1821-1889). Después de actuar en algunos escenarios de la Ciudad de México, tuvo la mala idea de ir de paseo a Tlalpan, en donde se contagió de cólera. Después de una agonía de casi una semana, murió el 17 de junio de 1854. Enterrada en el cementerio de San Fernando, años después sus restos fueron llevados de vuelta a Alemania.