La OTAN cumple 75 años
17/07/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

El 4 de abril de 1949, en la ciudad de Washington, nació la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyo nombre oficial en inglés es North Atlantic Treaty Organisation. Los países fundadores fueron Bélgica, Canadá, Dinamarca, los Estados Unidos de América, Francia, Gran Bretaña, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, los Países Bajos y Portugal. La fundación de esta alianza militar se justificó aludiendo al Art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas; el objetivo era, a grandes rasgos, el de formar un contrapeso colectivo frente a las potenciales amenazas militares por parte de la Unión Soviética. Con el paso del tiempo, más y más países fueron uniéndose a esta alianza militar occidental, como Grecia y Turquía (1952), Alemania (1955) y España (1982).

Más adelante, después del colapso del bloque soviético y de la disolución del Pacto de Varsovia, se unieron a la OTAN Polonia, Chequia y Hungría (1999), Letonia, Lituania, Estonia, Eslovenia, Eslovaquia, Rumania y Bulgaria (2004). Esto quiere decir que se unieron a la OTAN países que habían sido parte de la Unión Soviética (como las repúblicas bálticas) o que habían sido miembros del Pacto de Varsovia, la alianza militar del bloque comunista. Y aún hay que agregar a los siguientes, hasta llegar a los 32 Estados miembros actuales: Albania y Croacia (2009), Montenegro (2017), Macedonia del Norte (2019), Finlandia (2023) y Suecia (2024).

La cumbre con la que la OTAN celebró sus 75 años de vida se llevó a cabo entre el 9 y el 11 de julio pasados; gran parte de la atención la atrajo -faltaba más- el anfitrión: el presidente Biden, no tanto por lo que fuera a decir, sino porque la gente esperaba con morbo algún traspiés. Lamentablemente para su causa, Biden no se fue limpio: por ejemplo, en lugar de darle la palabra al presidente de Ucrania, Zelenski, le dio la palabra “al presidente Putin”…

La organización se encuentra en un momento muy complicado de su historia, pues, si bien ha recobrado fuerza y presencia, aún no ha mostrado la suficiente convicción para dejar de ser tan dependiente del liderazgo de los Estados Unidos. Muchos analistas piensan que, en caso de ganar Trump las elecciones presidenciales en noviembre próximo, no volverá los ojos hacia Europa y, hasta cierto punto, descuidará a la OTAN, como ya hizo en su primer mandato. Yo creo (permítanme mis cuatro amables y fieles lectores hablar en primera persona singular) que en realidad no importa tanto quién gane las elecciones presidenciales. Ya sea que gane Trump o que gane Biden, los Estados Unidos ya están en un proceso que hace que orienten más sus ojos y sus preocupaciones hacia China, no tanto hacia Europa.

En el caso de Biden, aunque parece entender muy bien que en Ucrania se juega el futuro del concepto de seguridad occidental y el bienestar de Europa, está volviendo su atención a China porque adivina que allí está una creciente amenaza contra la hegemonía estadounidense en el mundo. No podrá ayudar tanto a Europa no porque no lo desee, sino por imposibilidad: es muy costoso ocuparse de dos frentes, así que hay que escoger el que entraña más peligros. En el caso de Trump, el futuro de Europa no le preocupa tanto. Es decir: si Biden vuelve los ojos hacia China y deja un poco a Europa, será por la imposibilidad de ocuparse de dos frentes muy difíciles; y si Trump pretende ocuparse a su manera de China, será sobre todo por su incapacidad de entender la importancia del caso ucranio.

La moraleja que los europeos deben extraer de todo esto es que ya no pueden depender tanto de la ayuda y del liderazgo militar y político de los Estados Unidos. Los países europeos, particularmente los miembros de la OTAN, son lo suficientemente ricos y poderosos no sólo para ocuparse de su propia defensa y bienestar, sino que también tienen los recursos suficientes para ayudar a Ucrania, pues en ese país se juega la seguridad de todo el continente. El paso más difícil será convencer de ello a los electores, pues allí radica una de las dificultades de las democracias en los países ricos: sus habitantes no se muestran muy dispuestos a realizar sacrificios en su nivel de bienestar y no siempre entienden la complejidad de lo que esta en riesgo en los campos de batalla ucranianos. Pocos se dan cuenta de que Rusia no ha podido triunfar en Ucrania en gran medida debido a la desesperada y férrea convicción de los ucranios por defender su libertad. Pero con su sacrificio, también están defendiendo la libertad del resto de Europa. 

Es por esto que el tema central de las celebraciones por el septuagésimo quinto aniversario de la OTAN fue, precisamente, Ucrania. Por eso se anunciaron diversas medidas para fortalecer las capacidades defensivas de este país, entre las cuales está el envío de más sistemas de defensa antiaérea “Patriot” (aunque esto ya se había anunciado desde antes de la cumbre, pero a los políticos les gusta anunciar las mismas cosas varias veces). En mi modesta opinión, está bien que se anuncien las medidas militares con las que se ayuda al agredido, pero hacen falta más medidas políticas: en lugar de que sea Putin quien determine en dónde están las “líneas rojas” que los aliados de Ucrania no deben pasar, deberían ser los aliados los que las fijen. Pongo un ejemplo: los rusos, en días pasados, fieles a su tradición de bombardear sistemáticamente objetivos civiles, destruyeron en Kiev el hospital pediátrico más importante de Ucrania. Esto debería ser aprovechado por la OTAN para decir: “Putin, acabas de bombardear un hospital y mataste a muchos niños. En respuesta, reforzaremos las medidas militares de defensa antiaérea de Ucrania y extenderemos el rango del territorio ruso que puede ser atacado por las fuerzas armadas ucranias empleando armas occidentales”. Esta sería una muy clara señal política, pues uno no debe esperar a que sea el tirano o el agresor quien marque las líneas rojas, sino que hay que dejarle claro quién las marca: los aliados de Ucrania. 

Y habría que agregar algo más al mensaje a Putin: “Si vuelven a ocurrir estos ataques a objetivos civiles, seguiremos reforzando nuestra ayuda a Ucrania”. En otras palabras: estos mensajes ponen en manos de Putin la decisión de seguir bombardeando objetivos civiles ucranios y, por lo tanto, de que ocurran golpes de represalia contra objetivos en territorio ruso: “Si vuelves a atacar objetivos civiles, no te asombres de que intensifiquemos nuestro apoyo a Ucrania”.   

Los rusos están mostrando en los campos de batalla ucranios que no tienen la capacidad militar ni la habilidad para realizar avances estratégicos, sino que sólo se limitan a pequeños avances locales, pero con pérdidas humanas y materiales enormes: se calcula que ya han muerto más de medio millón de soldados rusos en esta guerra (hay días en que han muerto hasta mil soldados, en una proporción de 6 bajas rusas contra una ucrania). Además, la calidad de sus tropas es mucho menor que cuando comenzó la guerra. Ahora tienen más soldados, pero peor preparados. Todo esto lo sabe la dirigencia militar de la OTAN.

También es importante darnos cuenta de que hasta ahora no hay ningún indicio de que Rusia planee atacar directamente a ningún país europeo miembro de la OTAN. Esto podría ocurrir más adelante, en caso de que Ucrania sucumba. Pero eso hasta ahora no es el caso. Por eso es que debemos dejar de temerle a esa palabra que está en boca de muchos políticos europeos más o menos timoratos, como el canciller alemán Olaf Scholz: “escalación”. Pero también es esencial que todas las medidas militares, políticas y económicas que se emprendan contra Putin sean llevadas a cabo de manera colectiva por los aliados, no en forma de medidas aisladas o emprendidas por un solo actor, sino de manera conjunta, para transmitir la señal de energía, convicción y determinación. Recordemos que los tiranos sólo entienden el lenguaje de la fuerza. 

Y ya que estamos en terrenos de la política: el debate sobre si es necesario e imprescindible invitar a Ucrania a incorporarse a la OTAN es, hoy por hoy, totalmente ocioso. Creo que no vale la pena discutir sobre eso, pero la razón no está, de ninguna manera, en que ese paso podría enojar a Putin. Eso, en verdad, debería tenernos sin cuidado. El problema radica en otro lado: como la aceptación de un nuevo miembro a la OTAN debe ser unánime, no por mayoría, es lógico que habría por lo menos un país que estaría en contra. Ahora, por ejemplo, hay cuatro que, por diversas razones, ya han dicho que no favorecen este paso: Estados Unidos, Alemania, Turquía y Hungría. Una invitación oficial que fracasara por decisión interna de los mismísimos miembros de la alianza atlántica sería una enorme victoria política para Putin. ¿Para qué darle ese gusto al tirano? Así que es mejor poner el acento en el ingreso de Ucrania a la Unión Europea, en lugar de perder el tiempo en una medida que sería, por el momento, imposible de llevar a la práctica. 

Lo que los europeos deben considerar muy seriamente es, desafortunadamente, en la necesidad de elevar substancialmente su gasto en materia de defensa. Creo que un 2% del PIB de cada nación no es suficiente en vista de la amenaza rusa; además, esta medida debe ser emprendida a la par de que se explique a la población cuáles son las razones para el enorme gasto, pues la guerra está a las puertas de Europa y no todos los electores parecen notarlo. Sin embargo, la necesidad de invertir en la defensa nacional no debe ser porque lo exija Trump, sino porque los europeos estén conscientes de que deben estar en condiciones de poder defenderse a sí mismos: son 32 países ricos, unidos y con capacidades militares convencionales superiores a las de los rusos, quienes, si bien han demostrado en el campo de batalla que lo que más les funciona es el uso masivo y suicida de contingentes de soldados mal preparados y equipados, no dejan de ser una potencia militar muy considerable, cuya dirigencia política ya ha dicho a lo que aspira: a la resurrección de un Estado poderoso y autocrático, que se extienda desde el Báltico hasta el Pacífico, bajo la dirigencia de Vladimir Putin, en un peligroso coctel que mezcle elementos de la Rusia zarista y de la Unión Soviética.