Un Requiem por la república democrática
04/09/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Los estudios internacionales son claros: la democracia no está viviendo precisamente sus mejores años. Por el contrario, las autocracias están aumentando en número en todo el mundo. Los procesos de autocratización ya pesan más que los procesos de democratización. Mientras que en 2011 el 49% de la población mundial vivía en autocracias, ahora andamos ya por arriba del 70%. Esto significa que, en los últimos 15 años, aproximadamente, el número de países que transitan a un régimen autocrático es mayor que el de aquellos que caminan hacia la democracia. 

Los principios democráticos como la separación de poderes, la protección de los derechos fundamentales, la libertad de los medios de comunicación y la independencia del poder judicial están en decadencia, sufren una enorme presión desde el poder ejecutivo y los pueblos parecen no interesarse en las consecuencias que la desaparición de dichos principios entraña para todos. Estos fenómenos de indiferencia ante el colapso de la democracia no son privativos de sociedades sin tradiciones democráticas añejas, sino que también los percibimos en Europa, en Canadá y en los Estados Unidos. 

Así que la democracia no sólo está en retirada en términos de cantidad de países que gozan de ella sino también en lo que respecta a su calidad, cada vez menor. La desconfianza hacia la política, hacia los políticos, hacia las instituciones y hacia la propia democracia aumenta constantemente. Es decir: la gente, valiéndose de una herramienta democrática, se manifiesta contra todo esto y termina decidiéndose por favorecer a un régimen político autocrático que más adelante ya no pondrá en sus manos otra vez esa herramienta de protesta. Si el elector llegase después a darse cuenta de ello y quisiese manifestarse en contra, ya será demasiado tarde. 

Al contrario de las dictaduras militares que se vivieron en Sudamérica, que se instauraron en el poder por la vía de la violencia armada, las autocracias civiles de nuestros días están arribando al poder con la generosa ayuda en las urnas de los electores. Ocurre así que los votantes -de manera consciente o no- se valen de elecciones más o menos democráticas para darle una puñalada a la democracia.

Así que la democracia está en peligro de morir. En muchos países, el rechazo a la política y el auge de los partidos populistas de derecha como la “Alternativa por Alemania” (AfD), el “Partido por la Libertad de Austria” (FPÖ), “Lega” en Italia y el “Front National” en Francia socavan las bases de los gobiernos estables. Muchos Estados constitucionales liberales occidentales (incluidos los EE. UU.) se encuentran en un franco proceso de erosión democrática.

Esta profunda crisis la encontramos en todo el mundo. El número de electores que se rehúsan a ejercer su derecho al voto está aumentando, los populistas de diferentes colores están ganando fuerza, los sistemas de partidos tradicionales están colapsando, y la población, incluyendo a los electores que dieron su voto para que esto ocurriera, parece que en muchos casos no llegan a dimensionar el alcance y las proporciones catastróficas de este fenómeno. 

Todo indica que en el mundo es posible reconocer dos patrones: uno, como en Estados Unidos, Hungría, Polonia, México y Turquía, donde los electores se dejan engañar por demagogos que no sólo pisotean los derechos de las minorías y de sus opositores, sino que han anunciado sin ningún recato que así lo harán en cuanto lleguen al poder, por lo que los votantes no pueden después decirse sorprendidos o engañados.

El otro patrón lo podemos identificar en el caso de gobiernos liberales que se atrincheran, buscando salvaguardar los derechos fundamentales de la población, detrás de decisiones tecnocráticas, pero que, como está ocurriendo en Alemania, Gran Bretaña y Francia, van perdiendo cada vez más su proximidad e identificación con la gente.

Podemos definir a la regresión democrática como un proceso de cambio de régimen que culmina en la autocracia, es decir, en un tipo de régimen en el que el ejercicio del poder político se vuelve más arbitrario y represivo. Este proceso típicamente apunta a limitar el espacio para la competencia pública y la participación política en la conformación del gobierno. El colapso democrático implica el debilitamiento de las instituciones democráticas, que puede reflejarse en la ausencia de una transferencia pacífica del poder, en la desaparición de elecciones libres y justas, en la violación de los derechos individuales que son esenciales para las democracias, particularmente la libertad de expresión, en la desaparición de los pesos y contrapesos internos y en el acercamiento a países igualmente autoritarios. La regresión democrática es lo opuesto a la democratización, que implica el tránsito de un régimen no democrático a uno democrático.

Las posibles causas de la regresión democrática varían de un caso a otro, pero podemos decir que generalmente incluyen la desigualdad económica y social, reacciones culturalmente conservadoras frente a los cambios sociales, políticas populistas o personalistas que encuentran un eco positivo en los electores, el desprestigio de las clases políticas (incluyendo a los partidos políticos) e influencias externas como, por ejemplo, la política de alguna potencia extranjera. Los procesos de colapso de la democracia pueden ocurrir durante periodos de crisis, cuando, por ejemplo, los líderes imponen reglas autocráticas durante un estado de emergencia, pero que son desproporcionadas respecto a la gravedad de la crisis o que continúan aplicándose incluso cuando la situación ya ha mejorado.

Algunos rasgos que caracterizan a la consolidación de un régimen autocrático son, por ejemplo: a) las elecciones libres, transparentes y justas se ven cada vez más limitadas; b) los derechos a la libertad de expresión, prensa y asociación se restringen cada vez más, lo que a su vez afecta la capacidad de la oposición política para desafiar al gobierno, exigirle responsabilidades y proponer alternativas al régimen autocrático; c) el Estado de Derecho (es decir, el control judicial y burocrático del gobierno) se debilita o de plano desaparece (como en Venezuela y Nicaragua, o como estuvo a punto de ocurrir en Polonia y aún puede suceder en Israel), por ejemplo cuando la independencia del poder judicial se ve amenazada o desaparece; d) el pensamiento crítico y la competencia institucionalizada desaparecen en el partido gobernante y en sus aliados, ante el peso de la figura del caudillo; e) los partidos políticos tradicionales desaparecen paulatinamente de la escena, ya sea por su propia ineptitud, por la presión y acoso del gobierno o por una mezcla de ambos factores.

Si miramos con atención, estos rasgos ya aparecen en menor o mayor medida en México, por lo que, evidentemente, estamos ya decididamente en una etapa de transición hacia un régimen autoritario. Sólo que en esta ocasión el régimen no requiere hacer un fraude electoral para engañar al pueblo (como hacía el PRI), ni se requiere de la intervención de una potencia extranjera para encumbrar a alguien al poder (como hicieron los gringos en Chile, al apoyar a Pinochet), ni es una Junta Militar la que se apodera del gobierno (como en algunos países de Sudamérica, el siglo pasado). La instauración del régimen autoritario en México está ocurriendo con el apoyo de una mayoría de votos por parte del electorado, con la indiferencia de un 40% de los electores registrados (que con su indiferencia acabaron apoyando a quienes ganaron) y con una innegable popularidad del presidente López.

Así que, una vez visto lo anterior, ya podemos identificar algunos indicadores clave de comportamiento autoritario en nuestro país: 1) rechazo o compromiso débil con las reglas democráticas del sistema; 2) negación de la legitimidad de los oponentes políticos; 3) tolerancia, aparente indiferencia o promoción de la violencia; y 4) voluntad declarada de restringir las libertades civiles de los oponentes, incluidos los medios de comunicación. 

En muchos dictadores se observa el uso de una retórica democrática como una distracción frente a las prácticas antidemocráticas; esto es una especie de autoritarismo encubierto. Además de estos signos clave que pueden derivarse del comportamiento de los líderes políticos autócratas, ya hemos mencionado un elemento esencial: la cultura como un factor importante en la regresión democrática (¿cómo son las actitudes y los valores de la población frente a la política? ¿Qué tan comprometida está la gente con los valores de la democracia y del Estado de Derecho?). El gran problema es que algunas medidas que los líderes autoritarios emprenden para debilitar la democracia pueden desplazar o concentrar el poder de forma cada vez más duradera, por lo que es muy probable que no puedan revertirse fácilmente en las próximas elecciones. 

Es evidente que la labor de los demócratas, en estas épocas obscuras para las democracias liberales, consiste en tratar de rescatar los valores sociales y políticos para un futuro democrático, por lo que es imprescindible formar coaliciones y alianzas contra los populistas, fomentar el pensamiento crítico, defender la independencia del poder judicial y de la prensa, fortalecer la participación de la población en los procesos políticos, combatir la desigualdad social, fomentar la formación de partidos verdaderamente comprometidos con valores democráticos y éticos y, sobre todo, salir de la zona de confort personal para promover la democracia y participar políticamente. Y algo más: hay que armarse de paciencia, porque el retorno a la democracia, si es que ocurre, no está a la vuelta de la esquina. Pero si no hacemos nada, estará aún más lejos.