Durante la clausura del XIX Encuentro de Centros de Cultura, el Dr. Emilio José Baños Ardavín, Rector de la UPAEP, ofreció un profundo discurso en el que reflexionó sobre los retos que enfrenta América Latina, destacando la crisis de confianza en las instituciones, la necesidad de formación de líderes con valores cristianos y el compromiso de las universidades católicas para ser agentes de cambio social. A continuación, se presenta la transcripción íntegra de su intervención, en la cual hace un llamado a trabajar por la justicia, la paz y el bien común.
A continuación presentamos el discurso íntegro del Rector.
Su eminencia, señor cardenal Tolentino, apreciables obispos, colegas rectores, queridos profesores y estudiantes, amigos todos:
Estos tres días han sido una gracia que nos permitió ver la realidad que nos interpela, que nos permitió escucharnos y dialogar para comenzar a soñar nuevos senderos de paz y justicia para nuestra América Latina, y que hoy nos envía, como discípulos misioneros, a trabajar en nuestras propias universidades.
En estos minutos no pretendo hacer una recapitulación de todo lo hablado en el Encuentro. Para eso habrá un documento conclusivo que se encuentra en preparación. Más bien, quiero recoger algunas de las inquietudes, problemáticas, esperanzas y también algunos compromisos que el Espíritu ha suscitado a lo largo de nuestro andar sinodal.
Nuestra América Latina vive con sus propios dramas la crisis global que padecen las democracias liberales: descrédito y desconfianza en las instituciones, partidos y gobiernos inmersos en corrupción, sistemas que han dado respuestas insuficientes ante las problemáticas sociales como la destrucción de la casa común, el desplazamiento forzado, las violaciones a derechos humanos, modelos económicos de exclusión y de descarte, el auge de los populismos y la creciente ola de autoritarismos de distinto signo político. O, como sabiamente lo expresó el Cardenal Tolentino hace unos minutos: “Vivimos una crisis de confianza; se ha roto el pacto de confianza”.
¿Cómo es que nuestras sociedades se han fragmentado así? ¿Cómo evitar que se imponga la lógica de Caín que respondía con indiferencia “acaso soy yo el guardián de mi hermano”? ¿Cómo formar en la lógica samaritana, la que se hace cargo de la suerte del prójimo?
Reunidos aquí, en Puebla, hemos sido portavoces y testigos, en diálogo sinodal, de los padecimientos de nuestros pueblos. La escucha de tantos testimonios nos ha hecho más sensibles y comprensivos frente a los retos políticos que vivimos como región. Este Encuentro de Cultura ha querido poner en práctica la cultura del encuentro.
El amado Papa Francisco, profeta de nuestro tiempo y de nuestra tierra, ha querido que nos comprendamos y encontremos puntos de contacto. Y, sobre todo, que asumamos nuestra responsabilidad de formar a los “héroes del futuro” (Fratelli tutti, n. 202), esos líderes capaces de encuentro, diálogo, respeto, generosidad y trabajo incansable a favor del bien común.
Sabemos que a las universidades católicas de nuestra región se nos ha confiado mucho, y que mucho se nos pedirá (Cfr. Lc 12,48). En los siguientes puntos, extraídos de todas las voces de este Encuentro, podemos resumir nuestro sueño y a la vez nuestro compromiso:
- Leer, de la mano de la Iglesia, los signos de los tiempos: escuchando a las jóvenes generaciones, promoviendo la plena participación social de la mujer, abriéndonos a los más vulnerables y marginados (Cfr. Pacto educativo global, n. 2, 3, 5).
- Como nos pidió monseñor Lizardo Estrada: “mirar el futuro con los ojos de Cristo resucitado”, es decir, con alegría, y nunca con desesperanza.
- Asumir las bienaventuranzas como método de reconciliación social. Se habló de pedir la gracia de ser “limpios de corazón” para ver la realidad sin filtros ideológicos, confiando en la bondad y en la legítima expresión del otro.
- Entender que, en muchos casos, las universidades somos la única institución social donde los jóvenes cuestionan con radicalidad cuáles son los deseos fundamentales y las exigencias de su corazón. Por ello, nuestros docentes deben formar auténticos samaritanos: que pasen del texto al gesto, que sean creyentes creíbles, solidarios mas no solitarios y que, a pesar de ser distintos, nunca sean distantes. Comprometámonos a ser instituciones creíbles.
- Debemos poner todo nuestro empeño para que, a través de propuestas intelectualmente potentes y culturalmente bellas y atractivas, incidamos en una democracia y una paz perdurables, comprendiendo que la educación democrática será un proceso artesanal lento, y no una producción fabril inmediata.
- Queremos asumir la integralidad de nuestro ser: inteligencia, corazón y manos. Nos comprometemos a formar a nuestros alumnos en esta triple dimensión para ayudarlos a ser ciudadanos competentes, inteligentes, creativos y comprometidos.
- Las universidades hemos de ser “laboratorios de futuro y de esperanza”, auténticos centros de cultura, en el entendido que la cultura es la capacidad de dar respuestas adecuadas los acontecimientos y desafíos de la vida. Queremos que la cosmovisión cristiana de la existencia fecunde la vida de nuestros educandos y que ellos sean levadura que fermente las sociedades cada vez más plurales.
- Comprender que la tarea política de los católicos no se circunscribe a la de formar partido, sino a la de formar pueblo. Al despertar político que anhelamos, antecede una conversión y un gran trabajo cultural y social: reconocer nuestro fundamento, reconciliarnos con nuestra tradición y rehacer nuestros vínculos. Si no comenzamos por esta humilde labranza de la tierra, nunca veremos los frutos.
- Formar en la democracia implica desarrollar la imaginación lo mismo que la capacidad de consenso, la creatividad al igual que la defensa de nuestros derechos. La justicia social implica un esfuerzo por integrar a todos en el desarrollo humano.
Queridos amigos, es la hora de Latinoamérica. Una hora que transcurre misteriosamente en medio de violencia, inseguridad y fragilidad de nuestras instituciones. Sin embargo, en nuestros pueblos se encuentra casi la mitad de los católicos del mundo. En esta tierra concurrieron la tradición judeocristiana, la grecolatina y nuestros pueblos originarios, formando un mestizaje peculiar y único. El crisol de este mestizaje fue Guadalupe. Ella formó un pueblo, y ella nos ayudará a descubrir nuevos senderos de justicia y de paz, pues ella nos lleva “a quien hace nuevas todas las cosas” (Cfr. Ap 21,5). Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a vivir un proceso de auténtica conversión política para que cumplamos con la misión de dar a luz una nueva ciudadanía responsable, a poetas sociales, a artesanos del encuentro y del diálogo.
Señor cardenal Tolentino, haga saber al Santo Padre que aquí en Puebla, rectoras y rectores de toda América Latina, agradecemos su bello magisterio, y que, como signo de gratitud, nos comprometemos a que nuestras Universidades sean esa sala de parto donde nazcan nuevos ciudadanos, a ser los nidos donde mujeres y hombres aprendan a volar y emprendan un vuelo que dirija a las sociedades hacia nuevos horizontes de esperanza.
Muchas gracias