Breve introducción a la Encíclica Quas Primas de Pío XI
ACERCA DEL NOMBRE. Se llama “Quas primas” porque las encíclicas reciben su nombre de las primeras palabras con que comienzan. En este caso, el texto latino comienza así: “Quas primas post initum Pontificatum dedimus ad universos sacrorum Antistites Encyclicas Litteras, meminimus in iis Nos aperte significasse — cum summas persequeremur earum calamitatum causas, quibus premi hominum genus conflictarique videremus…” (“En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano...”
CONTEXTO INTERESANTE. En su primera encíclica, “Ubi arcano” (23/dic/1922), Pío XI describía la crisis de “paz” que había en el mundo (paz dentro de los individuos, paz doméstica, paz social, paz internacional), exponía algunas de sus causas y proponía algo fundamental que llegó a constituir el lema de su pontificado: “La paz de Cristo en el Reino de Cristo”. Será este mismo papa quien se oponga frontalmente a Hitler y al nacionalsocialismo con otra famosa encíclica: (Mit Brennender Sorge, 1939), lo mismo que se opuso al antisemitismo y al fascismo.
UN AÑO JUBILAR. También en 1925 se celebraba un jubileo ordinario, y Pío XI quiso regalar a toda la Iglesia la introducción de una fiesta litúrgica, la de Cristo Rey, con su encíclica Quas primas (11/dic/1925). Para el Sumo Pontífice, si la cantidad de males, injusticias y guerras que se cernían sobre la Tierra tenían su origen en el alejamiento y oposición a Cristo, la paz sobrevendría por el movimiento contrario: acoger el reinado de Cristo y su soberanía en la totalidad de nuestra vida individual y social.
Trascendencia para México. La defensa de la fe que heroicamente hicieron muchísimos laicos, sacerdotes y religiosos católicos durante la guerra cristera (1926-1929), fue inspirada, en no poco, por esta encíclica de Pío XI. Al grito de “¡Viva Cristo Rey!” los mexicanos expresaron -y seguimos expresando- el anhelo de que Cristo reine y transforme nuestras vidas.
LA ESTRUCTURA DE LA ENCÍCLICA. Después de una introducción (nn.1-5), Quas primas, presenta tres grandes secciones: I. La realeza de Cristo; II. El carácter de la realeza de Cristo; III. La fiesta de Jesucristo Rey.
CONTENIDO DE LA ENCÍCLICA. En la primera sección el Papa expone las principales citas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento que confirman que Cristo es Rey (nn.7-9). Igualmente explicita cómo la tradición litúrgica atestigua la confesión en la realeza de Cristo (n.10), concluyendo con el doble fundamento de la potestad de Jesucristo: el derecho de naturaleza, es decir, su naturaleza divina y humana (n.11) que le hacen Señor del Universo, así como el derecho de conquista, por haber sido salvador y redentor del género humano (n.12).
La segunda sección comienza analizando el triple poder que Cristo tiene, tanto legislativo, pues nos dio la Ley de la Caridad; el poder judicial, pues premia y castiga a los hombres e incluso lo hará el día del Juicio Universal; y el poder ejecutivo, por el cual consigue que deseemos y sigamos su voluntad (n.13). Después expone los distintos ámbitos donde ha de reinar Jesús: en el espiritual, teniendo hambre y sed de justicia y tomando la cruz (n.14); en el temporal, permitiendo que las cosas de este mundo las ordenemos hacia Él (n.15); en el individual y en el social, pues si las personas aceptan el reinado de Jesús, socialmente se dan beneficios como la libertad, la tranquilidad, la paz y la concordia (nn.16-19).
La tercera sección comienza explicando que las fiestas litúrgicas ayudan a la comprensión y vivencia de los misterios de la fe (n.20) y cómo las festividades de la Iglesia son pertinentes al momento histórico en que se instituyeron (nn.21-22) avivando la fe, esperanza y caridad de los fieles en medio de las dificultades por las que atraviesa su peregrinar en este mundo. La fiesta de Cristo Rey no sería la excepción: por una parte (n.23), había en la época un laicismo que tachaba no sólo de erróneas, sino incluso de nocivas, las creencias religiosas de las personas; por otra parte (n.24), ya se comenzaban a sentir los efectos de haber “sacado a Dios” de los corazones y de la vida social: discordia, odio, rivalidad, codicias desenfrenadas escondidas bajo la apariencia de bien público y amor patrio, búsqueda obsesiva de la comodidad y del provecho particular, incumplimiento de los deberes familiares, etc.
Por estas razones el Papa Pío XI propone la festividad de Cristo Rey, para que la sociedad se vuelva con fervor y valentía a su Salvador. También en esta tercera sección el Papa señala dos prácticas que prepararon a esta fiesta: la consagración al Sagrado Corazón de personas, familias y países (n.26), y los Congresos eucarísticos internacionales que alentaron la adoración de Cristo Rey en el sacramento de la eucaristía (n.27). Además, esta festividad coronaría el año jubilar de manera admirable (nn.28-29).
En esta Encíclica se decreta (n.30) que la fiesta de Cristo Rey se celebre el último domingo de octubre, domingo que antecede a la fiesta de Todos los santos y ordena la consagración al Sacratísimo Corazón de Jesús (n.31). Con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, la fiesta de Cristo Rey pasó a ser la última del calendario litúrgico antecediendo al Adviento. Pío XI concluye enumerando los bienes y frutos esperados de esta celebración, tanto para la Iglesia (n.32), para la sociedad civil (n.33) como para los fieles (n.34) al igual que expresa un deseo final: que todos deseemos y recibamos con gusto, amor y santidad el reinado de Jesús en nuestras vidas (n.35).
10 IDEAS DESAFIANTES Y PROFUNDAMENTE ESPERANZADORAS
No hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo (n.1).
La Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo (n.4).
Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas […] Más, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey (n.6).
Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones (n.16).
Si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia (n.17).
La divina Providencia, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad (n.22).
Si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo a los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor (n.25).
Que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles, sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo (n.31).
Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a Él estar unido (n.34).
Que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad (n.35).
1 Puede consultarse la Encíclica completa en el siguiente sitio: https://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_11121925_quas-primas.html
2 Recordemos que también en ese año se celebraba el XVI centenario del Concilio de Nicea, que definió que el Hijo era consustancial al Padre e incluyó en el Credo que su “reino no tendrá fin”.