En las semanas recientes, Vladimir Putin ha afirmado repetidamente que el pueblo ruso y el ucranio son uno solo, y que Ucrania le pertenece, por lo tanto, enteramente a Rusia. Esto quiere decir que sus objetivos van más allá de hacerse con las regiones de Donetsk, Jerson, Luhansk y Zaporiyia, que unilateralmente anexionó a la Federación Rusa en septiembre de 2022, y de la península de Crimea, anexionada también ilegalmente en 2014: sus ojos imperialistas están puestos en los países que eran parte de la antigua Unión Soviética. Esta estrategia debe seguir ciertos pasos: en mayo pasado, el Kremlin exigió la creación de una zona de amortiguamiento de unos 30 km de ancho entre Rusia y Ucrania. Esto es obviamente una táctica engañosa, pues si suponemos que dicha zona se erija, el ejército ruso avanzará poco a poco hacia Ucrania, hasta tomarla por completo. Sin embargo, cotejada con la realidad, estos objetivos estratégicos no se están cumpliendo: según los cálculos más recientes, los rusos lograron conquistar en junio de 2025 un total de 588 km² de territorio ucranio. Esto significa que, a este ritmo, Rusia necesitará unos 70 años para conquistar todo el país. Y Putin ya no es un veinteañero: tiene 73.
Por lo tanto, lo que necesita Rusia es que Ucrania capitule, pero el ayudante principal en esta misión parece que ya se hartó de las mañas dilatorias de Putin: nos referimos a Donald Trump. Nuestros cuatro fieles y amables lectores nos podrán decir, con razón, que nunca está uno seguro con el locuaz presidente estadounidense, quien, como ya sabemos, padece del peligroso “síndrome de la Chimoltrufia”, pues como dice una cosa, dice otra. Ha dicho que está decepcionado de Putin, pero no sabemos si en un par de días esa decepción desaparecerá y, por lo tanto, volverá a negarle armas a Ucrania.
Ante este panorama, hemos afirmado repetidamente en esta columna que perpetramos con osadía cada semana que, en el caso de que Rusia se imponga en Ucrania, estará en condiciones militares y económicas de atacar territorio de la OTAN en el 2029 o 2030. Los aliados europeos de Ucrania ven esa misma amenaza, por lo que ya están tomando cartas en el asunto y reordenando la política militar de los miembros del pacto del Atlántico Norte. Una de las opciones que podría tener el tirano del Kremlin para atacar a Europa sería el flanco este (Polonia, Lituania, Estonia, Letonia y Finlandia), aunque otra opción puede ser Transnistria, en el este de Moldavia; esta región, de mayoría rusa y proclive a Putin, se declaró independiente desde 1990 y se encuentra en conflicto con el resto de Moldavia, además de que hay tropas rusas estacionadas allí. En esta ocasión, para concentrar las variables de análisis, vamos a discutir sólo la primera opción.
Uno de los puntos a considerar por parte de la OTAN es la ubicación de sus puntos vulnerables; el que más preocupa es el llamado “Corredor de Suwalki”, llamado así por la ciudad polaca localizada allí: es una franja de tierra entre Lituania y Polonia, que además conecta a Bielorrusia, el principal aliado de Putin, con Kaliningrado, el exclave ruso. Esto quiere decir que Kaliningrado es un territorio que forma parte de Rusia, pero se encuentra físicamente separado de esta por territorio extranjero, en este caso polaco y lituano. En caso de una guerra, Rusia podría buscar apoderarse rápidamente de esta franja delgada, con dos objetivos: aislar a las repúblicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia) de Polonia, es decir, introducir una especie de cuña entre esos países miembros de la OTAN, y a la vez unir a Bielorrusia con Kaliningrado, lo que permitiría el paso de efectivos militares por tierra desde Rusia hasta su pequeño exclave en el Báltico. Muchos analistas militares consideran que la toma de este corredor es seguramente uno de los primeros objetivos que Putin podría perseguir en caso de decidirse por una confrontación abierta con los países occidentales.
La región de Kaliningrado tiene una extensión de 15 100 km², con poco menos de un millón de habitantes. Su capital, ciudad del mismo nombre, es la antigua Königsberg, en donde nació y vivió el famoso filósofo Immanuel Kant. Esa capital, en su tiempo, fue la mayor ciudad de Prusia y fue anexionada por la Unión Soviética en 1945. No debe extrañarnos, por su enorme importancia estratégica, que esta región se haya convertido en un arsenal esencial para Rusia, en vista de una próxima confrontación con la OTAN. Podemos decir que Kaliningrado es una especie de puñal ruso incrustado en el occidente; allí están estacionadas armas capaces de transportar ojivas nucleares, que en cuestión de unos cuantos minutos alcanzarían las principales capitales europeas como Berlín, Londres o París. Incluso se sabe que allí están instaladas algunas estaciones con las que Rusia interfiere las señales de GPS de la navegación aérea civil, por lo que ya se han registrado casos de emergencia en vuelos comerciales en la región. Esto es solamente una mínima parte de la guerra híbrida que Rusia ya está emprendiendo en el Mar Báltico.
En la televisión estatal rusa, que es la dominante en ese enorme país, ya se difunden programas tratando de moldear convenientemente a la opinión pública, partiendo de la afirmación de que, en Occidente, las personas se preguntan si Rusia estaría dispuesta a emplear su armamento atómico. Y la respuesta, afirman con convicción los comentaristas rusos, es “sí”. Ha habido programas, también en la televisión pública rusa, en los que algunos expertos rusos discuten el tiempo que tardarían los misiles atómicos rusos en alcanzar, desde Kaliningrado, las principales ciudades europeas.
En Kaliningrado está estacionada la Flota del Báltico, la más antigua de las flotas rusas, en el puerto de Baltiysk. El exclave fue, durante la Guerra Fría, una base militar importantísima para la Unión Soviética, y ahora, ante las tensiones crecientes entre el Kremlin y Europa, Rusia está reforzando nuevamente este material bélico estacionado allí; algunos analistas sospechan que el Kremlin ya tiene allí armas atómicas.
El “Corredor de Suwalki” aparece aquí, en este contexto geopolítico, como un punto extremadamente vulnerable de la OTAN, pues si los rusos se apoderan de él, enviando tropas tanto desde Bielorrusia como desde Kaliningrado, cortarían la conexión terrestre entre las repúblicas bálticas y Polonia, todas ellas aliadas en la OTAN, por lo que sería imposible asistir por tierra a Letonia, Lituania y Estonia ante una invasión rusa. Por eso es que las naciones de la OTAN han incrementado su presencia en las tres repúblicas y en Polonia, y llevan a cabo regularmente maniobras militares en la región, además de que las fronteras con Kaliningrado han sido reforzadas en vista de una posible agresión rusa.
Gitanas Nauseda, Presidente de Lituania, lo ha expresado muy claramente: “Nadie podrá estar nunca seguro en esta parte del mundo, si tiene estos vecinos” (se refiere a Bielorrusia y Rusia). Afortunadamente para la OTAN, la invasión rusa contra Ucrania en el 2022 provocó que dos países tradicionalmente neutrales pero poseedores de un aparato militar muy moderno y funcional, Suecia y Finlandia, solicitasen su integración a la alianza. Esto cambia la relación de fuerzas en el Báltico, pues ahora las aguas del Báltico en las que la flota rusa se puede mover con cierta libertad han disminuido considerablemente. El Mar Báltico se ha convertido, muy a pesar de los objetivos rusos, en una región de países aliados en la OTAN. La minúscula Kaliningrado quedó aislada.
Es por eso que la estrategia rusa ha cambiado: en ligar de fortalecer la amenaza militar convencional, está emprendiendo medidas de guerra híbrida para desestabilizar a Europa y en particular a la región del Báltico, una guerra híbrida que interfiere señales de GPS, que busca destruir cables submarinos occidentales de todo tipo, incrementando el paso de su flota petrolera en la sombra y estacionando más tropas en las fronteras. La posición de Kaliningrado es esencial, pues desde allí se ejecutan muchas de estas medidas. Los vuelos militares rusos que incursionan violando el espacio aéreo de la OTAN o amenazando con hacerlo se han incrementado. Tan sólo en 2024, los aviones interceptores de la alianza atlántica tuvieron que volar en 300 ocasiones para interceptar vuelos amenazadores de los rusos, que suelen volar sin transpondedor, un dispositivo que permite que los radares de control de tráfico aéreo identifiquen más fácilmente a las aeronaves. Se trata, por lo tanto, de una maniobra rusa de hostilidad y de provocación a los vecinos del Báltico.
Por lo tanto, diremos como conclusión que en la guerra en Ucrania está en juego algo más que el destino de ese país: está en juego el futuro de Europa y del Occidente en general. De ninguna manera puede permitirse que Rusia se imponga. Los ucranios están luchando no sólo por su propia libertad, sino por la de Europa, sobre todo por la libertad de los países que en un tiempo fueron parte de la Unión Soviética y que ahora, por eso mismo, están en la mira del tirano del Kremlin.