Desde un punto de vista antropológico la educación supone necesariamente una relación humana en un ámbito social. Siguiendo el orden adecuado de la dinámica humana, aquel ámbito social en el cual el neonato comienza a desarrollarse es la familia. Es interesante señalar que el niño(a) a pesar de que tenga hermanos no importando si es el mayor, el menor o el intermedio, siempre se ubica en una trinidad: él o ella, madre y padre.
El desarrollo humano del niño asume siempre un aspecto educativo en un ámbito social. La educación es la relación humana que permite el desarrollo armónico e integral de las facultades de una persona en orden a su perfeccionamiento. Es en las primeras etapas de la infancia en donde se presenta una dinámica de enseñanza-aprendizaje entre los padres y su hijo.
Los padres que son esposos procrean a una nueva persona realizando una de las finalidades del matrimonio y entre los deberes paternales está el alimentar a sus hijos. Por alimento se entiende aquí todas las condiciones de tipo material que son necesarias para el desarrollo de los hijos.
Este deber de alimentar a los hijos se incluye en un deber más alto y más noble que es el deber de educar, tanto en la forma de proveer el alimento, como en la forma de asistir a su hijo en aquellas necesidades materiales, ya son de hecho un acto educativo que formará al hijo. Y la remembranza que éste último tendrá de aquello en su edad adulta, se manifestará en una doble consecuencia. Por una parte, el hijo recordará con agrado o desagrado el cómo sus padres lo alimentaron, y por la otra, ese hijo que en el futuro será madre o padre, asumirá un criterio en la forma de alimentar a sus respectivos hijos de acuerdo a cómo lo hicieron sus padres.
Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. Ahora bien, se educa a los hijos y ¿qué sentido tiene la educación de los hijos? ¿Cuál es la finalidad de la educación de los hijos?...
Las preguntas antes esbozadas pueden tener muchas respuestas. Si entendemos a la persona como un sujeto singular con una interioridad subjetiva con capacidad de auto-determinarse en su vida, entonces la respuesta que se podía ensayar consiste en señalar que la finalidad última de la educación de los hijos como persona que son, consiste en contribuir al pleno desarrollo a esa capacidad de autodeterminación en su vida.
La interioridad subjetiva de una persona se encuentra estructurada en tres niveles: el ámbito de lo intelectivo cuya expresión es una manera de pensar que a su vez implica una manera de hablar, el ámbito de la voluntad libre cuya expresión es un modo de actuar con base a elecciones y decisiones, y el ámbito de lo afectivo cuya expresión acompaña al modo de actuar con una actitud ante la vida que puede asumir diversas manifestaciones de tristeza, ira, melancolía, alegría, etc.
La educación de lo intelectual, de lo volitivo-libre y de lo afectivo en el niño tiene como característica ser primigenia, es decir, durante la niñez las estructuras básicas de la inteligencia, del modo de ejercer la libertad y del modo de asumir una actitud ante la realidad, van a condicionar, aunque no determinarán totalmente a la vida adulta. Por esta razón, en toda terapia psicológica el dato de cómo fue la niñez de una persona es muy importante.
En razón de la singularidad de la persona, cada niño asumirá de un modo muy particular esa educación en los niveles intelectivo, volitivo-libre y afectivo. Es por ello que a veces sorprende que dos hermanos que han sido educados en el mismo entorno familiar tengan conductas muy diversas.
La educación de la interioridad subjetiva de los hijos tiende a la finalidad de que cada persona sea capaz de auto-determinarse en su vida, si se pierde esta finalidad, entonces la educación está fracasando de manera rotunda.