Cuando hablamos de fast fashion podemos pensar en muchas cosas: tiendas de marca, temporadas, dinero e, incluso, lo ya mencionado, moda. Sin embargo, ¿realmente somos concientes de todo lo que provoca el mercado de la ropa? Si bien este tema no es algo que ha empezado de la noche a la mañana, es algo que poco a poco se está haciendo notar y tal vez así podríamos entender que no solo es la condena de la moda, sino del ambiente y con ello de nuestra propia vida. Fast fashion es un proceso en el cual se introducen colecciones de ropa que siguen las últimas tendencias de la moda y que han sido diseñadas y fabricadas de manera acelerada y con bajo costo. El objetivo es hacer la moda novedosa y accesible, retirando las tradicionales temporadas primavera/verano y otoño/invierno.
El fast fashion debería ser un tema tomado con toda la seriedad y conciencia posible. Aunque se crea que sólo compras un simple pantalón, top o gafas de sol, podrías estar contribuyendo al maltrato y explotación del ambiente y de los trabajadores. Aquí un ejemplo: para cumplir con la demanda, las empresas del fast fashion producen en países donde se tienen condiciones laborales precarias, generalmente en el sur de Asia: Bangladesh, India, Camboya, Indonesia, Malasia y China. En este caso nos enfocaremos en un país, Bangladesh, donde los trabajadores de estas fábricas reciben una paga de 33 dólares por mes cuando trabajan de 14 a 16 horas diarias; esta cantidad está muy por debajo del salario mínimo de ese país: 285.65 dólares mensuales. En 1990 más de 400 trabajadores perdieron la vida en una empresa textil y miles han sido heridos en 50 de las fábricas más grandes del mundo. Las mujeres han sufrido de acoso sexual y no cuentan con una licencia de maternidad. Ningún trabajador cuenta con acceso a algún sindicato y, por si fuera poco, todos son expuestos a productos químicos cancerígenos.
Tan solo del 2000 al 2015, según la New Textiles Economy, un reporte de la Fundación Ellen MacArthur: la producción de ropa se duplicó de tal manera que, durante el año 2000, fueron fabricadas alrededor de 50 mil millones de prendas y quince años después se produjeron más de 100 mil millones. A la par de este aumento, las veces que se usa la ropa ha disminuido en un 36% en el mismo lapso. Hay prendas que se usan únicamente de 7 a 10 veces y se tiran. Se estima que el 73% de la ropa producida anualmente termina incinerada o en basureros, lo que contribuye a la contaminación terrestre y atmosférica, por esto se le considera la segunda industria más sucia del mundo. Si nos enfocamos solamente en la contaminación atmosférica, podemos notar que la producción de ropa representa el 10% de las emisiones del CO2 a nivel global, es decir, el equivalente a lo que libera la Unión Europea por sí sola.
El fast fashion es una condena que comienza a crecer con cada compra. No sólo estamos acabando con nuestro propia atmósfera, sino también con nosotros mismos. Es un tema social y moral: no sólo permitimos que otras personas no sean tratadas con la dignidad que merecen, sino permitimos y cavamos nuestra propia condena. Sin embargo, podemos reducir nuestra huella contaminante, hay muchas alternativas. Viendo a los jóvenes de mi generación puedo notar el interés de ellos de intentar reducir la contaminación y el fast fashion. Algunos construyen alternativas como comprar ropa de segunda mano, visitar bazares, buscar un estilo propio, donar o vender la ropa que tienen en buen estado pero que ya no les gusta e, incluso, comunicar la responsabilidad de las grandes marcas. Por supuesto, el fast fashion es una problemática que no se resolverá de un momento a otro, sin embargo, podríamos adoptar hábitos como los que mencioné y así generar un cambio más grande. Tenemos que preguntarnos: ¿realmente necesitamos esa chaqueta? ¿Y esos jeans?