“Reforma”
Es célebre una frase del teólogo Karl Barth: "Ecclesia semper reformanda" (“la Iglesia siempre ha de ser reformada”). Esa frase está inspirada, a su vez, en una potente idea de San Agustín: "...hoc est Ecclesiae suae a vetere homine in novum reformandae" (“...su Iglesia había de ser transformada de hombre viejo en nuevo”). Considero que la permanente actividad de revisión, de sana autocrítica y de continua conversión de la Iglesia, se puede extrapolar a nuestra Universidad y entenderla como un continuo proceso de “repensamiento”. Hasta me atrevería a decir que hacerlo es un termómetro de la seriedad con que cada universidad asume su identidad, su misión y su destino.
Cambiando lo que hay que cambiar, tal vez la frase pudiera formularse así: “Universitas semper reformanda” (la Universidad siempre ha de ser reformada, reflexionada, repensada…). Pero este ejercicio no está exento de dos extremos peligrosos.
Por una parte, un repensamiento dolorido y victimista en donde todo está mal y todo se debe cambiar, donde no somos capaces de ver y valorar el tesoro que llevamos entre manos: el tesoro de una tradición que nos enorgullece, el tesoro de una intuición y estilo pedagógico, el tesoro de una comunidad pujante, alegre y comprometida. En general los doloridos son ingratos, y no acusan recibo de lo bueno y noble que hay en la historia de las comunidades e instituciones.
El otro extremo equivaldría a un repensamiento frívolo o superficial, a una posición que viera las áreas de oportunidad de la Universidad sólo en explorar nuevas estrategias publicitarias, hacer cambios de organigrama, abrir nueva oferta educativa, etc. Por supuesto que debe haber cambios en estos rubros, pero pensar sólo en ellos y dejar intacto y confortable el estado de nuestros usos y costumbres, de nuestras prácticas y valores, de nuestros hábitos y cultura, sería una inmadurez. En general, los frívolos son ingenuos y soberbios, y piensan que no voltear a ver el problema es parte de la solución.
¿Qué características tendría un “sano” repensamiento? A) Mucha objetividad para saber qué nos falta y valentía para emprender el cambio, pero con la gratitud y paz que nos da saber cuánto ya llevamos avanzado. B) La suficiente incomodidad para no instalarnos, es decir, esa inquietud e inconformidad que nos motiva a movernos, a crecer, a madurar, pero con la esperanza de saber que los mejores años están por venir: literalmente.
¿Qué aspectos considero que las universidades, en especial las católicas –UPAEP incluida–, debemos repensar a la luz de esta “gratitud inconforme” de la que hablamos antes? Esbozo tres temas y unas preguntas que yo mismo me hago con sincera autocrítica:
- Una universidad es sus profesores; lo demás, lo digo con mucho respeto, es periférico; sumará, sin duda alguna, pero no es lo central. Necesitamos docentes que dominen su disciplina, ciertamente; que sean diestros en metodologías, didácticas y competencias tecnológicas, sin duda alguna; pero que, sin dar un paso atrás en ciencia y didáctica, sean seres humanos que inspiren y testimonien una vida con sentido. Nuestra Universidad se ha propuesto formar líderes que transformen a la sociedad… ¿qué tanto nosotros mismos –los docentes e investigadores– llenamos el perfil de líderes transformadores?
- Una universidad es su exigencia. Me opongo al concepto de “calidad”, tan manoseado por algunas entidades, para las cuales basta con ser coherentes entre lo que se promete y lo que se hace, para que entonces un proceso sea considerado como de calidad (por ejemplo, prometer 3 y dar 3 sí es calidad, mientras que prometer 1000 y alcanzar 900 no lo es). Superemos este coherentismo ramplón. Busquemos los más altos estándares académicos: cursos realmente exigentes para nosotros y para los estudiantes, donde se lea, se debata, se estudie; hagamos investigación pertinente y de alto impacto, generemos materiales de probada eficiencia pedagógica, tengamos reconocimiento por pares, seamos sede de los principales eventos de reflexión académica y cultural, contemos con líderes de opinión y con asesores de políticas públicas. No ser exigentes es “tontear” a los demás creyendo que no pueden dar más… es un profundo acto de injusticia a los estudiantes pues los privamos de aprendizajes y hábitos para su futuro y formación… ¿qué tan “exigente” es nuestra Universidad?
- Una universidad es su ambiente. Alfonso X, el Sabio, definía a la Universidad como el “ayuntamiento de maestros et de escolares que es fecho en algunt logar con voluntad et con entendimiento de aprender los saberes” (Siete Partidas, part. II, tít. XXXI). La condición es el “ayuntamiento”, es decir, el “estar juntos”, el encuentro; la finalidad es aprender los saberes, buscar la verdad. Cada universidad tiene un “ethos” (carácter) específico, un sabor, un estilo propio, una atmósfera. Y el “ethos” se transmite por ósmosis, en el encuentro cotidiano entre profesores y estudiantes. Platicando con maestros, fundadores, directivos, amigos descubro que el carácter de nuestra Universidad se acompasa con dos notas: solidaridad (que nunca nos sea indiferente la suerte del otro, trabajo colaborativo, camaradería…) y espíritu de lucha (sana inconformidad ante las realidades deficitarias y que solicitan nuestra intervención, valentía, magnanimidad…) ¿qué tanto nos distinguimos por este ethos?
Creo que estas tres preguntas sobre el liderazgo transformador, la exigencia y el ethos (solidaridad/espíritu de lucha) son un buen punto de partida para comenzar y continuar en uno mismo la “reforma” y el “repensamiento”. Universitas semper reformanda. El cambio no comienza en el decanato de enfrente o en el profesor que está un lado, sino que comienza en uno mismo.