Santo Domingo de Guzmán
16/08/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

El pasado 8 de Agosto, las iglesias católica y anglicana celebraron la festividad de uno de los santos más célebres de su época y que mayor influencia han ejercido en años posteriores: hablamos de Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la “Orden de Predicadores” (Ordo Praedicatorum), cuyos miembros son llamados popularmente “dominicos”. Este importante personaje nació en la localidad de Caleruega, pequeño municipio a unos 80 km de Burgos, en Castilla-León. Mis cuatro fieles y amables lectores seguramente identifican esta región automáticamente, porque está en un territorio vitivinícola muy importante: el de la Ribera del Duero. Se cree que Caleruega fue fundada en la primera mitad del siglo X, como consecuencia de la “Reconquista”, pues no se han encontrado indicios de alguna ocupación previa, ya sea celta, romana o árabe. Se agruparon las casas en torno a una torre de defensa, cosa común en esas épocas de guerra, llamada “Torreón de los Guzmanes.” Se trata de una imponente construcción de cuatro plantas, de 17 m de altura y muros de dos metros de grosor; en otras localidades de la misma región hay construcciones similares, de tal manera que se formó una línea de defensa y vigilancia ante posibles correrías o asaltos de los musulmanes. Hacia el año 1068, el rey Alfonso VI de Castilla otorgó el señorío de Caleruega a la familia Guzmán. Se trata del mismo rey quien, en 1085, había logrado arrebatar la estratégica ciudad de Toledo a los almohades. Durante mucho tiempo, se creyó que Domingo, quien nació hacia el 1170, era miembro de esta familia, pero sobre esto hay actualmente crecientes dudas. Tampoco se sabe mucho de sus padres, Juana de Aza y Félix Núñez de Guzmán, aunque se cree que se dedicaban al comercio. Si esto es cierto, sería una prueba más de que la familia no era noble.

La fuente contemporánea de información más importante acerca de Santo Domingo es San Jordán de Sajonia (Iordanus Teutonicus, Iordanus de Saxonia), quien llegó a ser su sucesor como Maestro General de la Orden de Predicadores. Como la mayoría de las fuentes históricas medievales, Jordán no deja siempre muy claras las fronteras entre las leyendas y la realidad, por lo que pronto, muchas de aquellas se convirtieron, para los fieles, en realidad. Lo que sí es seguro es que la familia de Domingo era muy religiosa: Antonio, el hermano mayor, llegó a ser sacerdote diocesano, distinguiéndose en la asistencia a los enfermos, y el segundo, Manés, ingresó a la orden dominica, convirtiéndose en un apoyo fundamental en la labor de Domingo, el más joven de los tres, a tal grado que fue beatificado tiempo después; su festividad es el 30 de Julio. La mamá también sería beatificada, haciéndose célebre por su ayuda a los más pobres. Dice una leyenda que, en ausencia de su marido, Juana distribuyó el vino de la casa entre los pobres; cuando regresó Félix, Juana rezó y rezó, hasta que, milagrosamente, las cubas aparecieron llenas de vino en la bodega.  A los cinco años, Domingo fue enviado a estudiar con su tío, el arcipreste Gonzalo de Aza, hasta que a los 14 años pudo comenzar sus estudios de filosofía y teología en Palencia, en la escuela catedralicia (una especie de universidad). Impresionado vivamente por una hambruna que se desató sobre la región, acabó vendiendo sus libros para darles el dinero a los pobres. Hay que ponerse a pensar que, en esa época, los libros eran objetos sumamente caros, pues estaban escritos a mano, por lo que se dice que los compañeros y profesores del joven castellano quedaron admirados por lo que hizo; muchos de ellos lo imitaron y vendieron también sus libros para ayudar a los necesitados.

En 1195 se convirtió en miembro del cabildo catedralicio de Osma (el actual Burgo de Osma, en donde después, en el siglo XVII, sería obispo nada menos que don Juan de Palafox y Mendoza, tan caro para la Puebla de los Ángeles), pues el obispo de ese lugar, Martín de Bazán, tenía la intención de reformar la vida clerical y catedralicia de su diócesis, por lo que las dotes organizativas del joven Domingo llamaron su atención. Así, Domingo emprendió la tarea y se convirtió en subprior o suprior en 1201. Osma jugaría un papel fundamental en la vida de Domingo. En un viaje por el sur de Francia, el joven clérigo conoció la herejía de los albigenses o cátaros y de los valdenses, a quienes los gobernantes de esa época, en un exceso de celo y un déficit de entendimiento, combatían a sangre y fuego, queriendo extirpar a la fuerza el mal, de una manera, digámoslo claramente, nada cristiana. Domingo comprendió que lo mejor para combatir estas herejías no eran la fuerza y la brutalidad, sino la comprensión de los errores de esas congregaciones para poder discutir y argumentar con ellas, para poder convencer a estas personas de sus errores y hacerlos volver a la Iglesia.  

La doctrina cátara difería totalmente de la predicada por la Iglesia. Entre otras cosas, porque negaba la existencia de un único Dios al afirmar la dualidad de las cosas, incluyendo un Dios malo. También negaba el dogma de la Trinidad, rechazando el concepto del Espíritu Santo y afirmando que Jesús no es el hijo de Dios encarnado sino una aparición que muestra el camino a la perfección. Además, entre otras cosas, planteaba la salvación a través del conocimiento, no a través de la fe y de las obras. Sin embargo, el modo de vida ascético predicado y practicado por los cátaros contrastaba abiertamente con la corrupción y el lujo ampliamente extendidos en la Iglesia católica, por lo que despertaban admiración entre mucha gente, sobre todo en el campo pobre y cansado de diezmos eclesiásticos. El mismo Domingo vio con sus propios ojos cómo unos predicadores cistercienses fracasaban en su misión con los herejes, en gran medida debido a los lujos con lo que vivían. Los valdenses, por su parte, rechazaban las imágenes, la transubstanciación, la veneración a María, las oraciones a los santos, la veneración de la cruz y de las reliquias, la confesión ante sacerdotes, etc. Empero, al igual que los albigenses, también predicaban una pobreza evangélica y el celibato.

Domingo comprendió que lo mejor era el conocimiento profundo de los argumentos de los herejes para poder convencerlos a partir no sólo de la predicación, sino también con el ejemplo, así que volvió los ojos a la pobreza, organizando una nueva congregación de predicadores siguiendo las reglas de San Agustín, más suaves que las de San Benito y mucho menos rigurosas que las formas de vida de los franciscanos (una orden contemporánea de los dominicos, por cierto). No es nada extraño que los dos grandes santos fundadores de órdenes del siglo XIII, San Francisco y Santo Domingo, pusiesen tanto énfasis en la pobreza, ante los desórdenes y el lujo con los que vivían muchísimos clérigos y prelados. Como lo dijo muy atinadamente el gran historiador Herbert Grundmann, Santo Domingo y sus seguidores escogieron “vivir como herejes, pero predicar como la Iglesia”.

Así que la tarea de los nuevos frailes era la predicación de la Verdad, por lo que para poder hacerlo deben primero formarse, leer, estudiar, ser hábiles y convincentes con la palabra. Y su mensaje no sólo debe estar dirigido a los herejes, sino a todos, porque todos necesitan escuchar esa Verdad, en todos los ambientes sociales y culturales y echando mano de todos los medios. Lo único que no cambia es el mensaje. La gran dificultad estriba en darle unidad a este mensaje, destinado a llegar a personas y ambientes tan diversos. Esto se aseguró, en primer lugar, mediante la unidad de régimen de la nueva orden, aprobada en 1216 por el papa Honorio III: es a la vez monárquica (con un Maestro General y demás superiores), aristocrático (se maneja con diversos consejos, como los consejos provinciales), democrático (régimen representativo y elección popular). Este sistema ascendente de elección asegura una unidad espontánea en toda la orden. La libertad democrática y la espontaneidad exigen de los dominicos una gran autonomía y responsabilidad.

Además, la unidad de régimen se une a la universalidad del mensaje, ordenada a la salvación de todas las personas. Por eso afirmaba uno de los primeros Maestros Generales, Humberto de Romanis: “Enseñamos a los pueblos, enseñamos a los prelados, enseñamos a los sabios y a los ignorantes, enseñamos a los religiosos y a los seglares, a los clérigos y a los laicos, a los grandes y a los pequeños”. Esta actividad predicadora reviste todas las formas: predicación, actividad misionera, enseñanza, conferencias, trabajo científico y artístico, etc. Pero, como decíamos arriba, para poder desarrollar esta actividad tan exigente hay que estudiar, y mucho, por lo que, muy pronto los dominicos se hicieron célebres por sus conocimientos y por sus habilidades oratorias. No es nada extraño que dos grandes personajes del siglo XIII, duchos en las ciencias y en la teología, hayan sido dominicos: San Alberto Magno y su discípulo Santo Tomás de Aquino.

Este trabajo misionero y predicador de los dominicos puede servir también de ejemplo para los profesores universitarios, pues nuestra tarea es buscar, descubrir y explicar la verdad y, en muchos casos, también la Verdad. Y para hacerlo, hay que prepararse, y mucho. Por eso son tan claras las palabras, inspiradas en el Aquinatense, que guían la labor de los dominicos y que también podemos hacer nuestras: pensar, estudiar, reflexionar, contemplar y transmitir a los demás, con una “humili cordis intelligentia”, los frutos de esa contemplación: “Contemplari et contemplata aliis tradere”.

Santo Domingo de Guzmán falleció el 6 de Agosto de 1221.