La Facultad de Humanidades de la UPAEP celebró en noviembre del año pasado, el 4to Certamen de cuento “Alas de la Memoria”, gracias a cuya invitación pude participar y tuve la buena fortuna de conseguir el segundo lugar. Después de la celebración y premiación, me pidieron escribir una pequeña reflexión sobre mi experiencia al participar en el concurso. Pero, como buen artista, prefiero atender a la petición escribiendo sobre mi proceso para escribir el cuento con el que participé. Espero que esta breve crónica mueva a otros a escribir sobre su vida, sobre sus ideas, sobre sus mundos que siempre han estado en la mente y que queremos habitar.
Como todo escritor, comencé sin saber sobre qué escribir.
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Estoy sentado frente al monitor con una postura que mi espalda probablemente me reprochará más tarde. La página en blanco, el cursor parpadeante. Una pluma en una mano, golpeteando la mesa. Sonidos en la calle que me llaman a hacer cualquier otra cosa menos escribir. Pero si no escribo ahora, el ocio y el devenir vencerán mi ímpetu. Quiero escribir, deseo escribir, tengo que escribir. Pero ¿qué escribo?
Una buena idea, una ocurrencia quizá, es la de comenzar un texto con una pregunta. Se supone que te ayuda a enfocar el tema. Dicen que en cualquier momento en el que te sientas perdido o divagando del tema, tan solo debes echar un vistazo a la pregunta del inicio y podrás retomar el curso sin mayor complicación. Pero, ¿de qué se supone que voy a hablar? El escritor puede tener la habilidad, el talento, la práctica, pero no tiene una historia; tiene voz, pero no tiene palabras. Muchas veces ese es precisamente el problema. En todas partes se encontrará con que el escritor no nace, se hace; con que el trabajo del escritor no nace de la inspiración, sino de la perseverancia, de obligarse a sí mismo a ponerse a escribir. Pero muchas veces, frente a la página en blanco, pocas o ninguna idea viene a su cabeza, incluso si supera las ganas de ponerse a trabajar en algo más. Esta es la razón por la que escribo esto, ¿no? Una serie de palabras posiblemente inconexas y divagantes que espero disparen en mí esa “magia”, esa “musa”, esa inspiración. Es un ejercicio, si se quiere, de perseverancia. Intento, en pocas palabras, encontrar las palabras.
¿Para decir qué?
Para contar una historia.
Para divertirme, quizá.
Para imaginarnos un mundo que nunca ha existido hasta que está puesto en el papel, quizá entonces me daré cuenta de que siempre ha estado ahí. Mis palabras son las palabras de todo lo que he leído, manchas negras sobre blanco que salieron de los vapores de la historia y la imaginación; ¿qué es un libro sino filamentos de un árbol que se mantiene vivo con voces mudas que resuenan con fuerza en la mente del lector? Qué extraña es la escritura. Y pensar que ha creado la civilización. Cada idea, cada anécdota, cada registro, nuestra historia existe plasmada en la escritura y vuela a través del tiempo y el espacio y el lenguaje, y si eso no son las alas de la memoria, no sé qué lo es.
Me encuentro aquí sentado con la pluma en una mano, golpeteando levemente la mesa y la pantalla parpadeante frente a mí. Tengo las alas de la historia, el potencial de la humanidad, las posibilidades de escribir lo que quiera y de exaltar las pasiones y de inspirar una revolución, y pregunto: ¿de qué he de escribir?
¿Qué tal un cuento de vaqueros?
Creo que eso estaría muy bien.