El hombre sin nombre tenía en el cuerpo un teatro guiñol. Lo traía en el cuerpo, ahí, acomodado en el tórax.
Dentro vivían títeres y marionetas, no se sabe cuántos. Suponen que los que cabían.
El hombre sin nombre no tenía corazón, pero tenía un pedacito de tela roja que se cerraba al terminar la función.