Ana María Olabuenaga: sin derecho al olvido
10/03/2022
Autor: Luis Felipe Ferra, profesor de la Facultad de Publicidad
Foto: Diego Vargas Nasser para POLYTROPOS AC.

 “el mundo entendido como blanco o negro siempre termina con una soga al cuello”

Ana María Olabuenaga

 

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Con creces, la humanidad se ha esforzado en hacer más eficientes los sistemas de respaldo. De los disquetes de 3 1/2, mejor conocidos como floppy disks, pasando por los USBs que en un inicio almacenaban escasos 128 MB, los discos duros portátiles de 2 TB, hasta los servidores digitales —las famosas nubes—, que son en verdad bodegas infinitas. Si el ánimo es backuppear datos no hay espacio para la controversia. El conflicto estalla cuando el deseo es borrar la información. Más, cuando un acto perpetrado, se trate de una polémica frase dentro de un artículo o un desliz en televisión, queda resguardado por Internet y es viralizado a través de las redes sociales. Para los linchados digitales, la capacidad de olvidar, jamás había sido tan añorada.  

 

Por mucho, Ana María Olabuenaga es la publicista más sobresaliente de México, su solvencia como creativa en todas las categorías del mercado le ha merecido un León de Bronce en Cannes, 11 Grand Prix del Círculo creativo de México y más de 50 Effies, el reconocimiento a la efectividad publicitaria nacional. Dueña de su propia agencia, Olabuenaga-Chemistri; la mente detrás de 200 spots televisivos; e inventora de slogans tales como “soy totalmente Palacio”, “la campeona de los precios bajos” y “8 de cada 10 gatos prefieren Whiskas”, le valieron que Carlos Monsiváis, la nombrara “la emperatriz del impacto efímero”. Pero las inquietudes de Olabuenaga no se agotan con la publicidad. Linchamientos digitales es una investigación que se vuelca de lleno al análisis de un fenómeno social en ascenso: la impiedad de los internautas en plena era de la información y la postulación de un derivado del derecho a la privacidad, el derecho al olvido.    

 

YERRO ONLINE, LINCHAMIENTO OFFLINE

 

LFF: Entre la vorágine de cambios a los que ha dado pie, Internet trajo consigo la democratización comunicacional entre los individuos, independientemente de su condición social. En más de una red social, cualquier ciudadano de a pie puede arrobar a otro (@): figura mediática, empresario multimillonario o el primer ministro de un país. En otras latitudes, la horizontalidad del diálogo entre los diferentes actores sociales no es precisamente una novedad, pero en México esto ha significado una revolución, ¿por qué?   

 

AMO: Fíjate que yo creo que sí es mundial. El hecho de poder increparnos, de hablarnos los unos a los otros a nivel horizontal ha llevado a una hiper-democratización y eso creo que es global. Puede ser que, como tú decías, en algún país fuera más horizontal pero no a este grado. En 2006, con la llegada de las redes sociales abiertamente, no sé si recuerdes que anualmente hay una edición especial que hace la revista Time que se llama The Person of the Year. Ese año la revista sacó la portada con papel espejo que decía You. You are the person of the year. La idea de que “tú estás al nivel del más alto”, como lo comentabas hace un instante, esa democracia llevada hasta sus últimas consecuencias, creo que es un fenómeno que se inaugura y que no estábamos previendo.

 

Es curiosa esa edición de la Time, porque el periodista que hace el texto que acompaña la portada escribe: “esto es un fenómeno, un animal, un bicho, esto es una bacteria que estamos lanzando”. ¡Fíjate!, además es curioso porque lo corresponde de alguna manera con bichos. Dice, “no sabemos qué va a pasar. Vamos a ver qué es lo que estamos haciendo. A lo mejor no funciona, pero vale la pena intentarlo”. Esto que inauguramos ha traído muchas cosas buenas indudablemente: la visibilización de causas, la voz para los que jamás la tuvieron… Creo que todo eso es fantástico. Pero también ha traído una guerra de megáfonos brutal en la que nos estamos llevando a las personas entre los megáfonos.

 

LFF: De la democracia, el poder del pueblo, al poder de la muchedumbre, la oclocracia, hay sólo un paso, mismo que parece ser la irresponsabilidad con la que se ejerce la libertad. ¿Qué dicen los casos de Nicolás Alvardo y Marcelino Perelló al respecto?

 

AMO: Lo que creo que dicen los casos de linchamiento, es que de pronto esta muchedumbre, como bien la nombras —porque a mí también me gusta esta definición de “muchedumbre digital”—, es que de repente entre todos podemos llegar a ser muy crueles, perder la cabeza y decidir moralmente quién debe seguir adelante y quién no; quiénes queremos que estén dentro de nuestro club y quiénes no. Y no hay manera, además, de apelar o de llamar a la compasión, que eso también es un elemento fundamental de estos tiempos que vivimos: la falta de compasión.

 

Pero, ¿qué es lo que nos dicen? ¡Perdieron todo, ambos!, uno de ellos perdió la vida. Y, fíjate que cuando estaba en la FIL de Guadalajara, le pedí a Nicolás Alvarado que me presentara el libro, ¡y fue!, muy amablemente. Y cuando está presentando le dice Nicolás al público “les agradezco mucho su presencia y a Ana que me haya invitado a presentar el libro, sobre todo porque me hace consciente de que soy un privilegiado de estar vivo, los demás protagonistas del libro están muertos”. Y yo me volteo en ese momento y digo “¡no me había dado cuenta!”. Fíjate, ¿qué es lo que sucede?, pues puede suceder el fin de la vida como la conoces, con la muerte, o con el fin de tu vida simbólica y tu capital simbólico: el fin absoluto de todo ello, que fue lo que le sucedió a Nicolás. No quiero ser dramática pero sí quiero poner, frente a todo lo bueno que han traído las redes sociales, la otra parte que es brutal.  

 

LFF: En tu texto hablas de la “moral tuitera”. ¿De qué se trata?

 

AMO: Pues que hemos conformado las redes —en especial Twitter— como un tribunal moral. Y en ese tribunal moral, nosotros, entre todos los que estamos ahí, en esa muchedumbre digital, decidimos qué está bien y qué está mal. Y, conforme a nuestros valores, a la moral que tiene en ese instante la red, es que decidimos si va a sobrevivir el personaje o no. Hay un caso que me parece bien relevante, y no sé si te acuerdes de una piloto que un 15 de septiembre dijo algo terrible. Fue un chiste no muy atinado. Dijo que se le antojaba que cayeran unas bombas en el zócalo, ¡mal chiste! Por ese comentario terminaron despidiéndola. La lincharon. Porque el tribunal moral dijo “esto está mal”, “esto no se dice”. El tribunal le pidió la cabeza a la aerolínea y la despidieron. Lo interesante es que ella no hizo el comentario en Twitter; ella lo hizo en Facebook, en su cuenta personal. Y alguien tomó ese comentario y lo llevó al tribunal y dijo “reúnase el tribunal que aquí hay este comentario para que ustedes decidan si se le corta la cabeza o no”.

 

Y el tribunal decidió que sí, que había que cortarle la cabeza. Y se la cortaron. Eso es lo que me parece interesante, cómo se confabula en las redes para saber adónde vamos a llevar una causa o, digamos, una tontería que haya dicho alguna persona, algún error —porque generalmente hay muchos errores—, y lo llevan a Twitter para que ahí suceda el juicio. Por eso digo que es moral; porque se conforma de pronto un tribunal y entre todos decidimos si va a sobrevivir o no el personaje, o si lo vamos a dejar en un cajón para divertirnos con él o ella cuando nos acordemos. Por ejemplo, ¿por qué no nos divertimos otra vez con Ninel Conde, recordando que confundió el surimi con un tsunami? A ella o al que sea pertinente lo sacamos del cajón y lo volvemos a traer para el regodeo del tribunal.

 

LFF: Debido a una extraña coincidencia, dos de los casos que investigas a fondo, tienen a la UNAM como institución empleadora. ¿Por qué motivo no existió el debido proceso para los linchados de estos escándalos? ¿Una destacada hoja de vida, una probada trayectoria y una buena reputación, no son suficientes?

 

AMO: Pues parece que no. Sobre todo, creo que llega un momento en el proceso del linchamiento —lo comento en el libro— en que el propio acto no se ejecuta en las redes sociales. Finalmente, la mano del verdugo está en el mundo fáctico, en este que nosotros conocemos como “real”. Lo que sucede es que necesitas a un cómplice que termine el linchamiento y que acabe con la persona en el mundo fáctico. ¡Ahí es cuando puedes decir que es un linchamiento! Y lo hace la UNAM. La UNAM en los dos casos lo hizo porque, “o te mueres tú o me muero yo”. El prestigio, siente la universidad, y sienten todos los que terminan linchando a los personajes, está en juego; su capital simbólico está de por medio.

 

Las redes, los tribunales digitales, empiezan a exigir “necesito que actúes”, “necesito que seas un verdugo, si no, voy a dejar de confiar en ti”. Es este miedo —lo tengo que decir así porque no hay otra manera de decirlo— de la institución cómplice, llámala como quieras, puede ser una marca de chiles o puede ser la Universidad Nacional, quien dice “no puedo prescindir de mi capital simbólico”. La presión del tribunal moral digital es tan fuerte que “prefiero que se muera él a que muera yo”; a que se termine todo su capital, a que su prestigio desaparezca. Entonces, digamos que sí, fue una casualidad que la Universidad Nacional terminara siendo el mismo verdugo, pero creo que, en una situación como esa, ¡cualquiera lo hace! ¡Y ése es el tema! Cualquier institución prefiere que se muera el otro a perder su capital simbólico, ¡por miedo!, por temor a una muchedumbre digital que se está viniendo encima.

 

SIN REGLAS, PERO CON CONSECUENCIAS

 

LFF: La espiral del silencio es una conocida teoría comunicacional de finales de la década del 70 del siglo XX. La propuesta de la autora, Elisabeth Noelle-Neumann, tiene como punto de partida el miedo de la gente al aislamiento social. ¿En qué sentido es vigente para abordar el fenómeno de los linchamientos en las redes sociales hoy?

 

AMO: Es una teoría que a mí me parece que está cobrando fuerza con Internet, sobre todo con las redes sociales, porque creo que todos lo sentimos de alguna manera. De repente dices “debo darle like a esto porque si no, las personas a mi alrededor van a dudar de mis creencias, de mis vocaciones, de mi corte de pensamiento”. Esto está llevando a crear espejismos, que es lo que decía Elisabeth Noelle-Neumann, haciéndonos creer que los fenómenos son más grandes o más pequeños de lo que uno piensa. Porque las corrientes de opinión se frenan, les da miedo ser linchadas y hacen suponer que estás de acuerdo con lo que opina la mayoría. Todos estos fenómenos, estas imágenes de “parece que está a favor”, “parece que la mayoría está de su lado”, “parece que todos están en contra”, es de lo que habla la teoría. Son fenómenos que no alcanzas a comprender y que puedes confundirte con lo que están expresando los grupos de opinión. Y, ¡ojo! No son necesariamente bots o voces de granjas de opinión. Somos nosotros mismos, las personas, quienes lo hacemos, quienes decimos “no, no me voy a meter en eso. No quiero que piensen que estoy a favor de tal causa”. Son estos intentos de proteger nuestra reputación y propia vida digital frente a la muchedumbre. 

 

LFF: Twitter, Facebook e Instagram no son ninguna corte o tribunal. Legalmente, no cuentan con las atribuciones para enjuiciar a nadie y sin embargo, lo han fomentado. ¿Quién está regulando esto?

 

AMO: No se está regulando y creo que estamos llegando a un punto en donde esto va a tener que cambiar porque no nos está gustando. Y creo que a esta nueva generación —tan colaborativa—, no le quedará otro remedio más que llegar a un nuevo pacto civilizatorio y decir “esto lo vamos a tener que regular”. No encuentro otra alternativa más que regularlo. Y creo que va a pasar pronto. Por eso siempre he sentido que estamos viviendo un cambio epocal, porque esto que no sabíamos que podíamos hacer: tener el altavoz a la altura de quien sea, todos al mismo tiempo y cada día más, está provocando un ruido tan grande que, insisto, tenemos que llegar a decir “¡alto!, decidamos por dónde queremos caminar”. Y eso será un punto bien interesante que tendrá que ver con libertad de expresión, con acuerdos de respeto o no-respeto. Será una discusión toral en los años que vienen.

 

LFF: En el mundo offline, si alguien comete un delito, la sociedad no tiene por qué enterarse. No obstante, en la realidad online, parecería que el derecho a la privacidad está denegado; el estigma de haber fallado no se borra. Así, las búsquedas para Tiziana Cantone y Armando Vega Gil —otros de los linchados famosos que aparecen en tu texto—, pese a que murieron, siguen vivos a modo de noticia. ¿Cómo se ejerce el derecho al olvido?

 

AMO: El derecho al olvido, lo decía un autor que a mí me parece fantástico, Paul Ricoeur. El olvido lo relaciona con el perdón. Lo que estamos buscando es el perdón: “me equivoqué”, “no fue lo adecuado”, “a lo mejor exageré”, ¡perdón!”. Y es muy difícil obtenerlo. O sea, con Ricoeur te hablo de algo a nivel filosófico: es muy difícil obtenerlo. A nivel legal hay todo un intento por desindexar los videos, para tratar de proteger a la gente. En el caso de Tiziana Cantone, hablamos de un video íntimo que se hace público y que ella trata de defender y va a los tribunales a decir “bajen ese video íntimo que yo hice, no lo niego, pero bájenlo porque mi vida está destruida”. Trató de cambiarse el nombre, etcétera. ¡Y gana!, después de un año gana el juicio contra las grandes plataformas. Pero, estando en los torrentes de Internet, el video ya no se podía bajar.

 

Pasa que el olvido es casi imposible. Por el lado filosófico es imposible olvidar, hay toda una disertación muy bonita de San Agustín que, precisamente, habla sobre “si llego a olvidar quiere decir que jamás sucedió”. A nivel filosófico, a nivel legal, no hay posibilidad de olvido, pero sí la oportunidad de un pacto legal y de compasión. Y aquí me gustaría platicarte que la compasión me parece un elemento bien relevante. Es un sentimiento, de los pocos, que nos diferencia de las máquinas, de las computadoras. Nos diferencia la capacidad de soñar, quizá; la capacidad de desear; y la capacidad de compadecernos. La máquina me dice “se va a acabar la pila” y yo por más que grite “¡por favor no!” me responde “¡adiós, bye!” O sea, no tiene ninguna compasión de mí.

 

La compasión es algo humano. Pero la tecnología, si tú tomas tu móvil, te darás cuenta de que la rapidez con la que hacemos el scroll del timeline y apuntamos “sí”, “retweet” o “like, ¡esa velocidad no da tiempo a que un sentimiento humano como la compasión se produzca! Para que se genere una lágrima, por decirlo de esta manera, tengo que procesar el asunto y decir “no puede ser”, y en ese momento algo sucede, se forma agüita que va subiendo y llega al lagrimal y brota. Ese tiempo es demasiado largo para la velocidad de nuestra tecnología. No hay tiempo para la compasión. Antes de que yo pueda sentir compasión, ya retuité, ya di “like” o “lo odio”. Y ése es un problema bien importante. Siempre cito a George Orwell: “lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. Y sí, podemos tener el riñón artificial, un ojo biónico, podemos traer una prótesis, ¡lo que tú quieras! Podemos ser mitad hombre, mitad inteligencia artificial, pero estas cosas son las que nos van a mantener humanos y son las que estamos perdiendo... Y no nos hemos dado cuenta de lo importante que es perderlas.

LFF: Tal como lo planteas, los linchamientos digitales —castigos extralegales perpetrados por una masa anónima— son uno entre un sinnúmero de desafíos que le presenta Internet a la humanidad. Aunque el ciberoptimismo a veces idealice a la web, es bien sabido que el avance tecnológico no es equivalente al avance moral. ¿Qué no te gusta y qué te preocupa de Internet?

 

AMO: Me preocupa la deshumanización por la rapidez tecnológica; la deshumanización por conseguir más followers. Déjame hacer aquí un paréntesis que es bien curioso: Tik-Tok, esta plataforma tan de moda en las nuevas generaciones, como toda plataforma, exige que seas cada vez más arriesgado, que digas más palabras altisonantes, que te arriesgues más, que exhibas más de tu historia porque tienes una especie de auditorio esperando “dame más, dame más”, “me estoy aburriendo”. Lo que ha pasado es que hay muchos tiktokeros que están transicionando hacia la pornografía, porque ya no es suficiente lo que le dan a su público. Ellos sienten que es lo que el público les está pidiendo ver, entonces para no perder followers y para poder monetizar a la gente que los sigue, lo hacen. Creo que esta es una locura de la que tenemos que estar al tanto. Lo que desconozco es si estamos tan consientes de que nos gusta ir hacia allá en esta necesidad de tener seguidores, de exhibirnos frente a los otros para ganar audiencias. Eso no me gusta.

 

La otra parte que no me gusta son todas estas voces gritando al mismo tiempo, están haciendo un ruido tremendo que nos está confundiendo. Hay mucha censura, mucha autocensura y mucha brutalidad en la forma en que nos encontramos los unos con los otros. Eso no me gusta. Lo que sí me gusta es lo que decíamos hace un rato: la visibilización de las causas, la democratización, todo eso es muy poderoso y no lo vamos a dejar. Vamos a tener que encontrar cómo manejamos esta tecnología. Paul Virilio decía que toda tecnología tiene su accidente: los aviones chocan, se caen. A lo mejor este es el accidente de las redes sociales; estos golpes tan sanguinarios entre nosotros mismos. Pienso que tenemos que encontrar cómo los accidentes no nos hacen tanto daño, eso es lo que me parece que sería importante.

LFF: Linchamientos Digitales forma parte de este tránsito entre tu maestría y doctorado. Desde la publicación hasta hoy, ¿qué nuevas revelaciones ha arrojado tu investigación?

 

AMO: Muchísimas. A mí toda esta parte de la compasión y la parte humana enfrentada a la tecnología me apasiona; hasta dónde la tecnología está provocando este enfrentamiento entre personas. Me parece muy revelador. Pero también este nuevo fenómeno que es la cancelación, que aparece por el 2012, 2013, y que se ha formado ya tan claramente desde la cancelación de Pepe Le Pew hasta Michel Foucault, pasando por Gone With the Wind y, digamos la cancelación más grande de la historia: la de Donald Trump cuando lo “desplataformizaron” y perdió más de ciento y tantos millones de seguidores.

 

¿Realmente queremos que las plataformas sean las que deciden ese tipo de cosas?, ¿los gobiernos lo tendrían que decidir? Hay un hecho que me encanta y es el punto de partida de mi tesis doctoral que es precisamente la “desplataformización”, que además es una palabra que me sorprende que la pueda decir de corridito. Viene esta cancelación de Donald Trump y ese mismo día —me parece muy simbólico— es el 6 de enero, la Epifanía, la gran revelación. El 6 de enero cancelan a Donald Trump y en ese mismo instante cancelan a Paty Navidad, con lo cual, siempre que lo comento la gente se ríe y me dice “bueno, pero es mucho más grande el caso de Donald Trump” y contesto “no lo sé”, porque el caso de Donald Trump es, en efecto, lo más grande en volumen y fue la cancelación del tipo más poderoso del mundo. Pero la cancelación de Patricia Navidad es la cancelación de todos, de cualquiera. Es un fenómeno parecido al linchamiento, sin embargo, éste está ideologizado y representa a la nueva generación con la que estamos conviviendo, puede ser de cristal, puede ser políticamente correcta, puede ser muy sensible… Tiene todas estas características y este es el nuevo mundo en el que estamos insertos.

 

NADIE SE ENAMORA DE UN ALGORITMO

 

LFF: Señalar que la industria publicitaria atraviesa por un cambio profundo se ha vuelto un lugar común. Seguramente no es la primera vez que escuchas que la publicidad, tal y como se entendía, dejará de existir para darle paso a la “comunicación persuasiva integral”, por ejemplo. Con tu experiencia en el campo del storytelling, ¿cuáles son las transformaciones significativas de la publicidad en los últimos años?

 

AMO: Es que creo que la publicidad sí estalló, reventó, explotó. Y, lo que está cambiando radicalmente es que ya no se necesita, como antes. Era un negocio donde la creatividad, el intentar conectar con el otro era muy importante. Ahora es más bien una cuestión tecnológica: encontrarte donde estés, que el algoritmo descubra lo que quieres, lo que vas a necesitar en unos cuantos minutos más o en unos cuantos días más, y hacerte el anuncio con los colores y con las ideas que te resultarán más relevantes. En ese sentido, cambió. Vamos a vivir y estamos viviendo en el supermercado más grande jamás pensado. O sea, Internet está convirtiéndose en eso: en un inmenso shopping center en donde todo va a estar a la venta. ¡Todo constantemente va a estar a la venta!

 

No es que la publicidad se esté transformando, es que se trata de otra cosa totalmente distinta. Mucho más grande y mucho más tecnológica de lo que era y es, como The Thing. Va a estar alrededor nuestro todo el tiempo. Es algo que a mí personalmente no me interesa. Por eso dejé de trabajar en publicidad. No me interesa ese tipo de comunicación que la pueden hacer —y lo están haciendo— los algoritmos. Tengo una presentación que termina diciendo “nadie se enamora de un algoritmo” y estoy convencida de ello.

 

LFF: El término “prosumidor”, acuñada por Alvin Toffler, se escucha cada vez con mayor frecuencia. En términos creativos, ¿qué es y que ha significado para el quehacer publicitario?

 

AMO: Tienes una competencia constante del mundo entero subiéndose a las redes, tratando de hacer, o haciendo, algo más entretenido que lo que tú estás diciendo. Las marcas lo intentan y no se dan cuenta que hay un mundo de gente haciendo comunicación muy entretenida. Entonces, sí, se han vuelto una competencia constante. Las marcas han tratado de integrar a los prosumers a su propia narrativa, pero no es tan fácil. O sea, seguramente te acuerdas de “y el próximo anuncio que ustedes verán en el Super Bowl lo hizo la gente tal”. Pero no funciona. Ellos van mucho más rápido. Son millones de personas creando contenido constante. Las marcas no llegan a esa velocidad. Ha sido un reto brutal para las marcas, para quienes generan contenido; o sea, ha sido tremendo ver todo este contenido fluyendo y la marca tratando de ponerse a la par y hablar con ellos, ¡no llega! La marca siempre se queda nimia, inocente, bobalicona, porque no puede alcanzar los extremos adonde el prosumer llega o, las groserías que puede utilizar cualquiera y la marca no lo va a hacer. Le ha costado mucho trabajo esa competencia a las marcas.

 

LFF: El influencer es un nuevo actor que participa activamente de la escena publicitaria. Sin embargo, no necesariamente está libre de polémica. ¿Cuáles son las principales críticas? 

 

AMO: El influencer es una figura muy polémica, relevante en este momento y que va a tener una transformación radical en adelante. Partamos de qué le ha pasado al consumidor. A nosotros, quienes estamos en contacto con los medios, por una cuestión de que el siglo XX nos estalló en muchos sentidos, dejó de funcionar lo que pensábamos que funcionaba. Todo cuanto creamos: los partidos, la política misma, las lógicas que construimos, nos dimos cuenta de que no funcionaban, que no estábamos contentos, que la desigualdad ahí seguía... Dejamos de creer en las grandes instituciones, en los partidos, presidentes y empezamos a creer en el otro.

 

Si me voy a hospedar en un hotel —y lo hemos hecho todos—, yo no le creo a nadie más que a alguien que ni siquiera tiene un nombre reconocible, “Buga 73” por ejemplo, que dice “no vayas a ese hotel, ¡es feo!”. Yo ya le creí a esa persona de la que ni siquiera he visto foto. Le creo al otro. Se ha vuelto fundamental, entre otras razones, por esta hiper-democracia en la que todos estamos y nos comentamos en las redes sociales. Por lo tanto, como le creo al otro, necesito que el otro —de lo que se dieron cuenta las marcas—, me ayude a tratar de promover mis productos, servicios, causas, etcétera. Ahí surge el influencer. Esa figura a la cual se le pedirá “por favor habla de mi marca”, y ahí comienza la paga a los influencers para que hablen de un producto, de un servicio, o de lo que sea. Lo que sucede en este momento es que esos influencers no necesariamente están transparentando el hecho de que el mensaje es pagado.

 

Eso se está reformando en algunos países y esa ley llegará para acá finalmente. Pero, ¡ojo!, también hay una estadística que dice que las personas creen en un influencer 75% más que en una celebridad. ¿Por qué? Porque saben que la celebridad trae un cheque de por medio. O sea, el gran futbolista si te anuncia un refresco piensas “está pagado” y del influencer se pensaba que no. Vendrá un problema: en el momento en que la gente se de cuenta de que el influencer está pagado, no va a funcionar. Y entonces, las marcas tendrán este problema de “cómo hago que mi marca llegue hasta ti si no le crees a las instituciones. No me crees a mí, la marca. Si hago un anuncio no me lo vas a creer tanto como a un influencer, ¡¿cómo llego a ti?!”. El marketing de influencers es un medio en sí mismo y, este es otro dato brutal: 96% de las marcas a las cuales se les encuestó piensan utilizar influencers. Es un medio socorrido, considerado muy efectivo para las marcas y para las causas, pero que va a tener que cambiar y encontrar otra manera de convencer a los posibles clientes. Vivimos en ese proceso de cambio y ajuste.

 

LUIS FELIPE FERRA

Actualmente profesor de la Licenciatura en Diseño y Producción Publicitaria, es Licenciado en Comunicación por la IBERO, Maestro en Humanidades por el Instituto Cultural Helénico y Maestro en Gestión de Arte y Cultura por la Universidad de Melbourne. Ha trabajado para agencias de publicidad como Publicis, Olabuenaga-Chemistri y Central Buzz. Es cofundador de la productora cultural POLYTROPOS AC y Director de la serie de Tv NOTA DOMINANTE. Ha impartido clases en la UP, IBERO y UPAEP. Recientemente se graduó de la Maestría en Cine en la Universidad Queen’s de Belfast con su disertación sobre la eticidad del ghostwriting.